LIBROS
«Mucha información, muchas curiosidades en que el paisaje da una visión del hombre»
Diego González
Historiones de la geografía
GEOPLANETA, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Cada uno escoge sus focos de atracción, variados, interesantes para él sin que pretenda expandirlos al resto de la humanidad. Entre los míos están la geografía y lo que Bertrand Russell llamó “los conocimientos inútiles”; es decir, aquellas informaciones que no poseen un fin práctico —no sirven para hacer—, pero rellenan esa curiosidad innata al ser humano, ese sentirse complacido en un mundo en el que lo que tenemos nos llega casi de manera azarosa.
Desde siempre me ha apasionado la naturaleza de las fronteras, un tema menor dentro de la geografía recreativa, pero con cientos de curiosidades que pueden satisfacer a los que nos apetecen estos conocimientos inútiles. Así que lo de este cronista con los mapas es fascinación y, en especial, por la disposición de las fronteras.
Las fronteras son ejemplo de lo que está, y a la vez no está. En la mayor parte del mundo no son perceptibles, no se ven —y si se ven es que algo anda bastante mal—, pero marcan la vida de todos y cada uno de los humanos. En los mapas sí aparecen con una línea gruesa y firme, pero son fluctuantes y líquidas. No hay nada que nos dé más la impresión de ser algo estable que la geografía: los montes, los ríos, las ciudades, las fronteras incluso, parecen haber estado ahí por siempre y fijarse en su estabilidad. Y, sin embargo, es lo más volátil que existe: hay “no lugares”, islas que aparecen y desaparecen, ciudades cambiantes a cada momento, fronteras que no se sabe ni por donde pasan. Diego González, al que sigo desde hace años en su espléndido blog sobre estas divisiones, ha ordenado algunas de sus entradas —más de cien—, para que disfrutemos de relatos estrambóticos y sumamente divertidos.
Encontramos en el libro, en primero lugar, los enclaves. Un enclave es un territorio que pertenece a un país, pero está rodeado completamente por otro diferente. En la localidad de Baarle la situación es ya demencial: estás cambiando de país a cada paso; ahora Holanda, ahora Bélgica. El régimen fiscal cambiante hace, en esta pequeña localidad, que a veces se abra una puerta de entrada dos metros más allá de la original para cambiar de país y pagar menos impuestos.
También países, incluso los que son tan evanescentes como el único que no existe físicamente: la Orden de Malta, que solo posee unas oficinas y unos cuantos hospitales, pero es miembro de la ONU y cuenta con embajadores. O, al contrario, territorios que no son de ningún país porque nadie los reclama. España aparece con algunas curiosidades: Llivia, la Isla de los Faisanes o el tramo fronterizo más corto del mundo: 85 metros con Marruecos en el Peñón de Vélez de la Gomera.
En sus doscientas cincuenta páginas hay espacio para que se convierta casi en una enciclopedia de lo extraordinario. Países Bajos y Francia comparten frontera terrestre, pero no en Europa, claro, está Bélgica en medio; hay islas separadas por cuatro kilómetros en las que siempre son días diferentes; ¿qué pasa con esas tribus humanas que aún viven en la edad de piedra y no quieren ningún contacto con la civilización?, hay pueblos en que todo el mundo —y los servicios— están en el mismo edificio…
Los lugares lejanos marcan un nuevo capítulo. El único cajero de la Antártida, la isla más remota del mundo, carreteras que no salen de ningún lugar y no llegan a ningún lugar, territorios de Oceanía que parece ser que son españoles… Los tiempos también tienen su apartado. Así, nos sorprende que un año existiese el 30 de febrero, que haya un pueblo en que moviendo un poco la mesa se puede celebrar tres veces la nochevieja o la hora que es en el polo norte. También miscelánea como los nombres de poblaciones más largos de España y del mundo, la calle más extensa o el metro más corto.
De todo ello se encarga este libro, de lectura amena y muy entretenida —el estilo es ligero y está plagado de toques de humor—, al que, si se le tuviera que sacar alguna tacha, sería la ausencia casi total de ilustraciones. El amante de los mapas precisa fotos o 3D; así que va a tener que leerlo con un ordenador al lado y una pantalla con buena resolución. Así, el libro consigue el deseo más ferviente del amante de los mapas: explorarlos en la realidad.
Mucha información, muchas curiosidades en que el paisaje da una visión del hombre. No todas las informaciones son tan inútiles como aparentan al principio: las reflexiones sobre los lugares sin lugar comentan, de forma atractiva, quiénes somos.
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