Historia de una mujer

Autor:

COMBUSTIONES

«Quien busque o espere un relato trepidante de excesos, drogas, carretera y focos, quedará decepcionado»


Al hilo de la autobiografía de Martha Wainwright, cantautora canadiense, hija de Loudon Wainwright III y hermana de Rufus, Julio Valdeón ensalza su figura en la música, y en la vida, siempre desde un plano discreto pero tremendamente honesto.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Martha Wainwright (1976), hija, sobrina y hermana de músicos, cantautora sin tontería, creció asomada al escenario mientras su madre, Kate McGarrigle, cargaba con la crianza de ella y su hermano, Rufus, y mientras el padre, Loudon Wainwright III, pasaba de todo. Fruto ulterior de aquellos años y su digestión son canciones como la extraordinariaMother fucking asshole”, letal como una granada de mano, donde reflexiona sobre un progenitor que prefería dedicarle canciones antes que estar con ella («I will not pretend/ I will not put on a smile/ I will not say I’m all right for you / For you, whoever you are…»).

Ahora que tiene 46 años, reconciliada a medias con el pasado, dueña de una carrera memorable, la mujer que nos enamoró con sus recreaciones de otro amigo de la familia, Leonard Cohen (“The traitor”, uffff), tiene libro de memorias, Stories I might regret telling you: A memoir. Pero quien busque o espere un relato trepidante de excesos, drogas, carretera y focos, quedará decepcionado. No porque falten historias del oficio y sus sombras, no porque el show business no constituya el líquido amniótico del resto, sino porque a la canadiense lo que le importa es la letra pequeña. El detalle. La atención minuciosa y artesanal a una vida como cualquiera en el mejor y más noble de los sentidos. Una peripecia bombardeada por el periplo familiar, la perplejidad de crecer, la rebelión, la angustia, la derrota y más. Con la particularidad, claro, de que fuera de la música nunca hubo escapatoria. Es la estrella polar, el norte y más. Explica y da sentido a la aventura de una mujer tan comprometida con su profesión como atenta a la gente que la rodea, a ratos torpe o injusta y siempre, siempre capaz de derrochar una generosidad, y una falta de pretensiones, absolutamente conmovedoras. E igual que sus discos son exploraciones a corazón abierto, incluidos aquellos donde bucea en el repertorio de tótems como Édith Piaf (Sans fusils, Ni souliers, à Paris), así funcionan estas memorias. No fue un proceso sencillo: solo después de aceptar el adelanto, sentada delante del teclado, descubrió que la prosa funciona con arreglo a unas coordenadas y unas necesidades muy alejadas de las de las canciones. Necesitas planificar con luces largas y honrar un calendario. Tampoco fue sencillo encarar los asuntos íntimos, de la relación con sus padres al divorcio de su pareja, el músico Brad Albetta.

Entrevistada por T’Cha Dunlevy, para Montreal Gazette, y preguntada por el asunto del libro, responde que «no iba a ser un libro de recetas, aunque me encanta cocinar. Tampoco contaría qué tipo de guitarra toco, no hablaría del sonido de mi guitarra ni daría mis reflexiones sobre la guerra». ¿Entonces?«Yo creo que es solo la historia de una mujer».

Anterior entrega de Combustiones: Cadáveres bonitos.

 

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