Himno vertical, de Rocío Márquez & Pedro Rojas Ogáyar

Autor:

DISCOS

«Estremece al que lo escucha. Y mucho»

 

Rocío Márquez & Pedro Rojas Ogáyar
Himno vertical
DELIRIOYROMERO PRODUCCIONES, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Parece que fue ayer cuando Rocío Márquez editaba su disco con Bronquio —flamenco de oxígeno electrónico— y resulta que fue el mejor disco de 2022 para esta casa. Tres años, aunque parece que lo escuché ayer, y ya me llega su nuevo álbum con la ayuda de Pedro Rojas Ogáyar —inductor de la guitarra eléctrica que siembra el disco de energía— y referencias a la poesía de Roberto Juarroz, Shakespeare o Juan del Encina.

Hay tres patas en este disco, buenas las tres: lo clásico, lo flamenco y lo experimental, aunque la clave es el flamenco. Aparecen todos los palos que dan de sí los cortes del disco, desde fandangos hasta soleás. “Apariencia” es el fandango, aunque con golpes de inicio sobre tabla, como un martinete vegetal. La guitarra entra para acompañar la voz flamenca actual de más sensibilidad, que más muerde sensaciones de hondura o serenidad. La soleá, “Sombra”, como todas las soleás, es emotiva, y marca los compases con un ritmo lento y solemne. Aquí, la melancolía se subraya con un fondo lúgubre y expresivo, acompañado de la que quizás sea la mejor letra, por la expresividad de las imágenes.

Los diversos palos se estructuran con una obertura, un interludio y un final. En la primera, nos asaltan crujidos de agua y voces que susurran o tararean hasta que se serenan y encaran juegos instrumentales que dan el tono del disco y se convierten, como dice su letra, en gritos desde adentro. También hay susurros en la canción final, pero de esos susurros que sin dejar de serlo se convierten en gritos. Los mismos gritos que en el interludio, que comienza con un ritmo de campanas de funeral y concluye con un impresionante cierre en que la garganta de Rocío se abre hasta expulsar un huracán.

Cada corte del disco es un mundo. “Vuelo” es el de la guajira, ese cante de ida y vuelta con una cadencia cubana que le da ese aire sensual para una letra de amores que llegan hasta el cielo. También de estirpe hispanoamericana es “Aire”, unos tangos casi recitados que después entran en esa animación que tiene el palo y que se hace rugosa en ciertos momentos. También de ritmo vibrante y alegre es la bulería, “Destino”, esa con la que en Jerez se cierran las juergas. Aquí son de ritmo más lento, por soleás, con una guitarra que se vuelve loca en el cierre.

Quedan la seguiriya y la malagueña. La primera, “Arde”, deconstruye el género como hizo con los fondos electrónicos que le preparó Bronquio en el disco anterior, pero aún conserva ese sentimiento de dolor que guarda uno de los palos más antiguos. “Ausencia”, la malagueña, se ajusta a la flexibilidad en los compases que, en todo caso, han de ser lentos y por arriba. La letra, unos octosílabos perfectamente reglados que estremecen.

Todo, eso sí, se ve potenciado por la guitarra eléctrica de Pedro Rojas Ogáyar, apoyado siempre por los criterios experimentales, que acompañan a lo clásico y lo flamenco. Es un canto hacia dentro y hacia lo colectivo, como señala la artista, grabado en verano, en una casa en el campo, donde volcaron el duelo por el que estaban pasando, con dos muertes cercanas y recientes. Quizá, por ello, el disco tenga la virtud básica de la música, la única necesaria, que estremece al que lo escucha. Y mucho.

Anterior crítica de disco: Strawberries., de Robert Forster.

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