Héroes del Silencio: El sabor amargo de un gran reserva

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«El espíritu del vino’ es rock de panteón, omnipotente y sagrado, un templo en el que se ofrendan cuerdas de guitarra, chupas de cuero y largas melenas. Y como tal fue aceptado»

 

Una nueva reedición celebra, con meses de adelanto, el veinte aniversario de «El espíritu del vino», obra ambiciosa de Héroes del Silencio publicada originalmente como álbum doble. Juanjo Ordás analiza su importancia en la carrera del grupo.

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Héroes del Silencio estuvieron a la altura de muchas bandas internacionales coetáneas y en lo que se refiere a explotación de su reducido catálogo podemos decir que también. El grupo sigue arrastrando un salvaje culto años después de su defunción como demostró su exitoso tour de retorno hace cinco años, como bien demuestra que su discográfica siga reeditando y reempaquetando su corta obra. En estos tiempos de hambre debe de haber una demanda que satisfacer, no cabe otra, ¿pero quién es ese público? La aparición de Héroes del Silencio supuso una bomba cuya onda expansiva aprisionó en ella a muchos que aún no se han liberado, entre ellos fans, periodistas y algunos miembros del extinto grupo. En ese sentido, es irónico que Enrique Bunbury –en su día imagen de la banda pese a quien pese– haya sido un ejemplo de crecimiento musical y personal que choca frontalmente con toda la fauna mencionada. Supongo que a ellos van dirigidos lanzamientos como el que nos ocupa, la anacrónica celebración del veinte aniversario de “El espíritu del vino”, tercer álbum del cuarteto (publicado en 1993), que no solo se adelanta en un año al cumpleaños sino que llega con un deuvedé de propina cuyo contenido ni siquiera pertenece a la época a celebrar.

Y desde luego que “El espíritu del vino” merece una celebración, trabajo imperfecto cuyo sumario era inédito en España, bebiendo sin complejos de la mitología del rock, son soberbia y descaro. No es excesivo comparar su filosofía con la del “Physical graffiti” de Led Zeppelin, por excesivo, por su insistencia en hacerse báculo de deidad del rock and roll. Esa altanería inherente a la banda y a su obra era fundamental para hacerse valer ante un panorama frente al que, precisamente, eran capaces de mostrar su valía. Ese paisaje incluía a pesos pesados internacionales en un momento de brutal inspiración como Lenny Kravitz con “Are you gonna go my way” bajo el brazo, unos Suede en pleno auge gracias a su debut o a Aerosmith comiéndose el mundo entero con “Get a grip”, todos ellos en plena convivencia con la entonces poderosa generación grunge.

Existe una mentira que se ha tomado como verdad de forma cíclica, se cree que hay movimientos que aniquilan a otros cuando una simple ojeada a las amarillentas páginas de la historia demuestra que lo normal es la convivencia. Obviamente hay eras (maneras, formas, estilos) cuya popularidad decae pero el grunge no aniquiló ninguno, como tampoco lo hizo el punk. ¿1977? Led Zeppelin tenían rendida a Norteamérica con una larga gira, Pink Floyd editaban el colosal “Animals” (y dos años después llegaría “The wall”) y The Rolling Stones enarbolaban la bandera del famoso «Tour of the Americas» para al poco grabar “Some girls”. En 1993 la situación no era distinta, el grunge era una nueva corriente preponderante que cohabitaba con nombres de rock clásico. Es normal que Héroes del Silencio explotaran al máximo la pomposa mitología del rock clásico de ascendencia divina, porque era lícito continuar haciéndolo.

“El espíritu del vino” es rock de panteón, omnipotente y sagrado, un templo en el que se ofrendan cuerdas de guitarra, chupas de cuero y largas melenas. Y como tal fue aceptado, encajó entre la maleza internacional, era un animal más en la radio, con calidad, exceso y electricidad. Por fin una banda española grababa un disco de rock duro con vocación internacional, por primera vez el género se alzaba con orgullo, como en el pasado había ocurrido con Barón Rojo y “Volumen brutal” dentro del heavy metal.

 

 

Tiempo después se ha tomado como una debilidad, pero la gran fortaleza de “El espíritu del vino” (y lo que le ayudó a cumplir su misión) fue ser un disco de temario absolutamente deslocalizado, geográfica e espiritualmente. Las letras más crípticas que jamás haya firmado Bunbury se enlazaban con una música que moviéndose dentro del rock duro pasaba de sonidos góticos (‘Tesoro’) a étnicos (‘Flor de loto’), del surf (‘Tumbas de sal’) a la épica desatada (‘Los placeres de la pobreza’), pero es su mística lo que ata esa variedad que también atañe a la temática: social, sentimental, sexual, narcótica y melancólica. Ahí es donde el oyente podía encontrar cobijo pero también perderse, es ahí donde se disfruta del discurso o se aborrece, pero lo cierto es que esa mística suponía una abanico de plasticidad ideológica sencilla de adaptar a la psique propia. Musicalmente se mantiene el componente español que perderían años después con “Avalancha” (curiosamente su mejor obra), la factura de las guitarras de los singles ‘Sirena varada’ y ‘La herida’ tiene denominación de origen, incluso podría decirse que Héroes del Silencio consiguen atrapar parte de ese extraño ánimo entre la superstición y la luz que define la intrahistoria de España, ese mundo místico que ha conocido especial encarnación en la obra pictórica de artitas de la más diversa índole.

Hemos citado la obra de Led Zeppelin, concretamente “Physical graffiti”, doble álbum con el que “El espíritu del vino” conecta en longitud y falta de prejuicios, aunque sin dejar Gran Bretaña también podemos emparentar objetivos con el “White album” de The Beatles. Salvemos distancias y pensemos en una idea similar, en un todo vale donde esa falta de prejuicios se acaba traduciendo en falta de filtros, en un todo vale que impide la perfección de la obra pero que no deja de ser loable. Sin duda en el caso de los de Jimmy Page se trata de una obra sobresaliente en la que la incontinencia funciona, en el caso de los Fab Four y de los maños encontramos una alarmante falta de equilibrio. Existen dobles largos con razón de ser, otros que habrían merecido un recorte. En el caso de “El espíritu del vino” no se trata de que haya canciones flojas, incluso los interludios musicales (‘El refugio interior’ y ‘Z’) encajan, pero la edición de canciones como ‘La apariencia no es sincera’, ‘Bendecida’ y ‘Culpable’ habría ayudado a que el álbum ganara agilidad reduciendo su minutaje. Lo mismo ocurre con ‘La herida’, que en años venideros acabaría siendo descargada de parte de su estructura en directo, mejorándola y acercándola a la versión recortada realizada para las radios. Ese exceso se ajusta a su producción, barroca, espesa. Puede que falte espacio pero es un sacrificio en nombre de la contundencia, era importante que Héroes del Silencio avanzaran hacia esos terrenos áridos que ningún español había atravesado, que endureciera el rock de cadencia pop ya trabajado en “Senderos de traición”, trabajo mucho más compensado pero al que “El espíritu del vino” gana en suntuosidad. Encabritado, a ratos perverso, el disco como tal es un ángel sin alas, que no alcanza el cielo pero no por ello menos mayestático.

Sorprende que EMI haya decidido apostar por esta reedición, porque el disco ya había sido remasterizado y relanzado en su día y porque se trata de una nueva mezcla en la que se traicionan las canciones tal y como las conocemos. No tiene sentido celebrar un aniversario así, rompiendo el sonido, reescribiendo la historia. Este no es el disco que se celebra, el «lifting» no funciona.

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