“He matado al ángel”, de Pájaro

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DISCOS

“Un disco que ensambla dos direcciones: toques sutiles y vientos, a la manera mediterránea, y electricidad que se desfoga y te atrapa”

 

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Pájaro
“He matado al ángel”
HAPPY PLACE

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Al llegar al tercer corte de este nuevo disco del sevillano Ángel Herrera, él mismo y sus acompañantes bajo el nombre de Pájaro, uno no puede deshacerse del estado de shock que le ha ido invadiendo. ¿Qué es esto? Uno esperaría guitarras potentes y un tanto cavernosas, huida de la sutilidad, emoción a la brava. Y no, no ceja el asombro. Se inicia con un instrumental –‘Apocalipsis’– en que una trompeta se diluye en un fondo denso y oscuro, sigue con ‘Guarda che luna’ –con Julián Maeso–, una versión del crooner diletante Fred Buscaglioni que a ritmo de bolero y de forma muy plástica canta las esencias de la noche y continúa con una propia, ‘Vieni con me’, donde parecen una orquesta de Capri adoptando un tono chulesco y sarcástico a lo Celentano. El asombro es mayúsculo. Y uno se repite: ¿qué ha pasado?

Fácil: el guitarrista ha dado rienda suelta en sus canciones a una pasión tan válida como cualquier otra, pero sorprendente: la música italiana. Tanto más si, mientras pensamos en esto, llega la cuarta canción y suena ‘Costa Ballena’, otro instrumental a la manera de un Ennio Morricone surf. Lo curioso es que si uno empieza otra vez y reescucha estas cuatro, una vez cambiado el horizonte de expectativas, se da cuenta de lo bien articuladas e interpretadas que están, del cuidado en los arreglos, de la plasticidad de sus ambientes y de lo directas y puras que suenan, sin sobrecargas innecesarias.

De este modo, cuando con ‘El pudridero’ aparecen esas guitarras que se esperaban al inicio, mucho más duras y con solos musculosos, casi rockabilly, uno no se decepciona, pero sí que ha de hacer el esfuerzo de poner los pies en el suelo. Se trata de un disco que ensambla dos direcciones: toques sutiles y vientos, a la manera mediterránea, y electricidad que se desfoga y te atrapa: en ‘Sudeck man’ los bajos se mueven con un latido pesado de boogie psicodélico que te traspasa la garganta, no en vano tras ellos están los Guadalupe Plata.

Además de estas dos piezas, hay alguna curiosidad, juegos de sonido. Un ‘Sagrario y Sacramento’ de tono blues y acústica vaquera, una adaptación oscura de la ‘Danza del fuego’ de Falla o un doo-wop –‘Bajo el sol de medianoche’– con la andadura vocal de Sinatra en el que un vecino madurito siente cierta pulsión por su vecina. Más convencional es ‘El dorado’, con la guitarra de Hank Williams y la voz similar a la de Jaime Urrutia. Y así, poco a poco, van pasando las canciones hasta que se cierra el círculo con ‘El condenado’, la duodécima, un nuevo instrumental como el que abre, de dulzura nostálgica, de clima templado y azul. Nunca mejor puesto el título de la colección, “He matado al ángel”: con tres segundos de música podemos pasar del paraíso a la destrucción.

 

 

Anterior crítica de discos: “Nueva dimensión vital”, de Corizonas.

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