Grandes festivales vol. 1, de Liberto Peiró

Autor:

LIBROS

«Captura centenares de referentes musicales, de diferente e incalculable pelaje, origen, proyección y valía»

 

Liberto Peiró
Grandes festivales Vol. 1
OSADÍA EDICIONES, 2021

 

Texto: CÉSAR CAMPOY.

 

Las instantáneas que abren este magno volumen huelen a inocencia. Son las que retratan, en glorioso blanco y negro, la ingenuidad que emanaba de aquel primer FIB, celebrado en 1995 en el mítico y familiar velódromo de Benicàssim. Pese a lo dignísimo del cartel, en el que tótems de la por entonces efervescente movida indie se alternaban con nuevas figuras patrias, todo aquello emanaba curiosa ilusión, sana inexperiencia. Quien vivió aquella época histórica lo rememorará al echar un vistazo a las imágenes esculpidas por el valenciano Liberto Peiró, histórico del fotoperiodismo musical, dotado del privilegiado don de la ubicuidad. En una de esas imágenes, Florent, de Los Planetas, y Gaz, de Supergrass, conversan cerveza en mano. En ese fotograma congelado, los primeros presagiaban un futuro reinado, orgullosos de su primerizo Super 8; los segundos, con su magnífico y flamante I should coco recién publicado, estaban a punto de marcarse un directo tan explosivo y fulgurante como decepcionante. Ambos parecen ajenos, tanto a la cámara, como a las decenas de personas que les rodean. En aquellos primeros años de grandes festivales, casi todo estaba por inventar; apenas existían protocolos. Músicos, técnicos, invitados, periodistas… todos convivían en los mismos espacios, compartían barras (que solían ser libres), piscina, comida, caladas… Poco o nada que ver con lo que acontece en las incontables y faraónicas reuniones sonoras que, hasta el día de hoy, campan magnánimas como setas perennes por todo el territorio español.

En todos estos lustros, en los fosos, trastiendas y rincones más insospechados de la mayoría de esas citas, no ha resultado complicado vislumbrar el sempiterno chaleco de Peiró. A punto de cumplir 35 años con una cámara en la mano, Liberto se ha pateado casi una treintena de eventos diferentes; prácticamente setenta. Los ha compaginado, nadie sabe cómo, con su condición de cronista oficial de la escena valenciana, y su asistencia habitual a otras convocatorias musicales (miles) a lo largo y ancho del estado. En esta primera (se anuncia la publicación de un par más) y lujosísima entrega (tapa dura, 30×20) desempolva tanto sus discos duros como su archivo repleto de miles de negativos. A ellos se ha enfrentado para rescatar y seleccionar más de medio millar de instantáneas realizadas entre 1995 y 2019. Hay imágenes del primer FIB (convertido en la madre del cordero), aquel explosivo y efímero POP de Badalona de Sonic Youth y un imberbe Beck, el estreno del Viña Rock, y aquel mágico Festimad del 96 con The Smashing Pumpkins y Rage Against the Machine, o la tremenda bomba atómica que supuso el nacimiento de un Doctor Music que rebosaba estrellas (Sepultura, Bowie, Patti Smith, Lou Reed, Suede), hasta las últimas citas del Rototom, Medusa Sunbeach, Montgorock, WARM UP, Low, SanSan, 4ever Fest y, por supuesto, de nuevo y radicalmente transformado, Benicàssim. Entre medias, convertido en una suerte de documento sociológico, a modo de crónica de esa progresiva evolución y cronológico proceso de madurez profesional de organizadores, artistas y público, nos son brindados deslumbrantes fogonazos de Father John Misty en el BBK, Iggy Pop en el Santirock, Hole y REM en el Guitérrez Festival, Suzanne Vega en Pirineos Sur, PJ Harvey en el Primavera, Neil Young en el Espárrago Rock, The Strokes en aquel recordado Isladencanta o Biffy Clyro en el Arenal Sound.

Y, por supuesto, saltos, muchos saltos. Todo fotógrafo vive obsesionado con un objetivo recurrente que retratar. El de Liberto, desde tiempos inmemoriales, es el de captar ese instante mágico en el que alma y corazón del artista levitan en plena explosión de éxtasis; en el que los seiscientos músculos de su cuerpo se tensan al máximo mientras, en ese preciso segundo, la comunión con el público alcanza su cima. Peiró es un verdadero experto en congelar tan mágico momento, y en este libro el espectador es partícipe de ese ceremonial asistiendo al clímax vivido por artistas como Manu Chao, Brett Anderson, Jon Spencer, Panxo o las gentes de Therapy?, Skunk Anansie, Corcobado, The Go! Team, The Hives, Kaiser Chiefs, Public Enemy, El Inquilino Comunista, The Vaccines o Belako. Sí, variada la selección. Evidentemente, este es uno de los numerosos y maravillosos regalos que nos ofrece este volumen: centenares de referentes musicales, de diferente e incalculable pelaje, origen, proyección y valía. De dioses históricos a ídolos locales para minorías. Es lo que tiene haberse pasado más de media vida, sin haber hecho distinción por raza ni linaje, de sala en sala, de festival en festival.

Anterior crítica de libros: La muerte del hipster, de Daniel Gascón.

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