TREINTA ANIVERSARIO
«Un disco no para ponértelo cuando estás a punto de salir por ahí, sino para escucharlo cuando ya estás volviendo»
Hasta el quinto álbum de estudio de la banda escocesa se retrotrae Fernando Ballesteros, para llegar a las claves y los secretos de esta joya incuestionable que nos dejaron los años noventa.
Teenage Fanclub
Grand prix
CREATION RECORDS, 1995
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Justo en la mitad de la década de los noventa, cuando los Teenage Fanclub editaron Grand prix, ya empezaba a quedar claro que el gran salto de popularidad que en algún momento pareció inminente, iba a ser muy complicado. Lejos quedaba 1990, el año en el que todo comenzó a cambiar para ellos. Ocurrió cuando cruzaron su camino con el de Don Fleming, porque él fue quien supo ver el enorme potencial que encerraban las armonías vocales que desplegaba, con más timidez, la banda de Norman Blake en sus inicios.
Don les animó a dar un paso más allá en la búsqueda de la melodía perfecta, dejando en un segundo plano sus querencias ruidosas. El mensaje que les trasladó fue claro: al comienzo de los noventa, todo el mundo andaba haciendo pop de guitarras distorsionadas, pero ninguno tenía tantas posibilidades de evolucionar como ellos. Los Teenage le hicieron caso, dieron rienda suelta a sus habilidades melódicas y parieron, con el propio Fleming a los mandos, un disco sobresaliente como Bandwagonesque (1991), que, sin abandonar del todo sus presupuestos iniciales, daba varios pasos adelante respecto al notable A catholic education. Se formó tanto revuelo con el álbum, que la revista Spin le distinguió como el mejor de la cosecha del 91, sí, la misma que vio nacer el Nevermind de Nirvana.
Como era de esperar, todo aquello multiplicó las expectativas que se depositaron en el grupo escocés y ellos respondieron con Thirteen (1993), un elepé que, sin ser decepcionante, no terminó de colmar de satisfacción a nadie, principalmente a ellos, que nunca llegaron a estar contentos, no ya con el resultado sino con un proceso que no fue nada sencillo y del que nunca guardaron buenos recuerdos.
Fueron muchos, demasiados, meses de trabajo y de darle vueltas a proyectos de canciones, en un periodo en el que, por si fuera poco, ninguno de los cuatro miembros del grupo atravesaba su mejor momento. El propio Norman Blake realizó en 2016 un ranking de sus trabajos y situó Thirteen en último lugar; pero por encima de la calidad de las canciones, lo que motivó aquella negativa consideración fue el mal recuerdo que guardaba de aquella etapa de su vida.
Podemos decir entonces, que tras el frenazo a la euforia que había supuesto su anterior trabajo, la banda se enfrentó a su siguiente grabación con menos presión. Además, tengamos en cuenta el hecho de que, en el ecuador del decenio, casi todo el mundo en el Reino Unido estaba mirando al britpop. Los niños mimados eran otros, las portadas estaban copadas por los que luchaban por el trono del boom de moda y los Teenage habían vuelto a un discreto segundo plano desde el que se sacaron de la manga un disco sobresaliente.
Grand prix (1995) es, ante todo, un gran paso adelante en su carrera. Después del tibio recibimiento que les dispensó la prensa musical británica con Thirteen, la banda se metió en el estudio con la sensación de que tenían algo que demostrar y conscientes de que atravesaban un momento de especial inspiración, para mí, vaya esto por delante, el mejor de toda su carrera.
Un proceso de grabación mucho más feliz
Esta vez, y en oposición a lo que había ocurrido en su anterior disco, los Teenage optaron por la espontaneidad, así que decidieron grabarlo todo con bastante urgencia porque tenían las cosas muy claras. Todo iba a ser muy directo, tanto que se dieron un plazo de seis semanas para trabajar en las canciones que tenían entre manos. Ellos estaban felices, sobre todo Norman, que aquellos días conoció a la que se iba a convertir en su esposa. Christa fue, según sus propias palabras, «su musa», e inspiró varias de las letras de un disco que está dominado por el amor.
Con todos estos condicionantes, les salió un trabajo reposado, inspirado y maduro en el mejor sentido que se le puede dar a esta palabra cuando hablamos de pop. Se trataba de un elepé que, como lo definió Gerard Love, no era ideal para ponértelo cuando estás a punto de salir por ahí, sino para escucharlo cuando ya estás volviendo. Y el hecho es que, hacer la prueba, es comprender que esa frase encerraba mucha verdad.
Grabado entre septiembre y octubre de 1994, en The Manor Studio, por una formación que registró la novedad de Paul Quinn a las baquetas en sustitución de Brendan O’Hare, Grand prix fue un disco muy bien recibido por la crítica cuando vio la luz el 29 de mayo de 1995. Las portadas ya les quedaban muy lejos, pero se habían hecho su hueco en el panorama musical y ya nadie les iba a mover de ahí en los siguientes años.
Las guitarras de Raymond McGinley y Norman suenan más depuradas que nunca y el bajista Gerard Love es capaz de emocionar con sus interpretaciones vocales. Lo cierto es que Don Fleming tenía razón, no había ningún grupo capaz de tejer armonías como ellos; McGinley, Blake y Love las bordan y con ese triunfo en la mano es como se presentaban los Teenage Fanclub de 1995.
Si en sus dos primeros discos se decía de ellos que podían mirar con naturalidad tanto a los Beatles como a Sonic Youth, en Grand prix ya se decantaban por los sonidos más clásicos. Y no solo estaba la B de los de Liverpool, también andaban por allí la de los Byrds y la de Big Star. Y hablando de clásicos, hay varias canciones en el disco que nacían con esa vocación y que dejaban su impronta desde la primera escucha.
Al estudio con su mejor colección de canciones
“About you” es un comienzo de lujo, las guitarras y las voces se complementan a la perfección y rozan la excelencia. Estamos —y esto va a valer para toda la obra— ante un enorme y atemporal pop de guitarras, así, sin más etiquetas. Es imposible resistirse a la voz de Gerard Love en la redonda “Sparky’s dream” o a la calma, antes de la explosión melódica, de “Mellow Doubt”.
Si preguntas a los fans de la banda por su favorita del lote, serán bastantes los que se decanten por alguna de estas tres primeras, pero claro, es que justo después llega “Don’t look back”, una de esas canciones que tocan el corazón con una sublime y emotiva interpretación de Gerard y ese punteo final que es la guinda de un tema realmente increíble.
“Verosimilitude” es un medio tiempo, un poco por debajo de lo que hemos escuchado hasta el momento, pero es normal, porque el comienzo había sido brutal y, tras esta transición, nos espera otro de los platos fuertes de Grand prix, “Neil jung”; en fin, no quiero ser exagerado, pero es que estamos ante una de esas canciones que, cuando la escuchas, te hace pensar que no se puede escribir nada mejor. Que sí, que luego, pasados esos minutos vuelves a entrar en razón, pero es que es todo tan perfecto en “Neil jung” que, mientras suena, te olvidas de todo, también del rigor. La voz de Norman, la luminosidad pop, el homenaje latente al maestro. Se respira grandeza.
En “Tears”, el piano nos da la bienvenida y en segundos la melodía ha vuelto a ganar por K.O un nuevo asalto, mientras que “Discolite” acelera el ritmo con energía y les acerca al power pop canónico con las guitarras a pleno rendimiento. “Say no”, y sus sonidos acústicos, muestra el lado más campestre del grupo, pero la electricidad retorna en “Going places”, una buena balada en la que la voz de Gerard vuelve a marcar la diferencia.
Y con la recta final llega otra de las joyas de la corona, porque “I’ll make it clear” está entre lo mejor del álbum, de nuevo el poder melódico de los Teenage en todo su esplendor y a la altura del cuarteto de maravillas con las que se abre el trabajo. «I gotta know» baja algo el nivel y confirma que, en una obra sobresaliente, la primera cara es la que se lleva la matrícula de honor. El broche se lo pone «Hardcore/ballad», casi una anécdota después de cuarenta minutos de disfrute pleno.
Grand prix es el mejor disco de Teenage Fanclub para el que escribe esto, y forma parte de un trío imbatible que completan Bandwagonesque y Songs for Nortthern Britain, su siguiente obra, publicada en 1997. Esos tres elepés noventeros se encuentran entre lo mejor de la música que se hizo en las islas aquella década y convirtieron a los Teenage en una referencia del mejor pop de guitarras.
Luego llegaron trabajos desiguales y más espaciados, en los que nunca faltaban tres o cuatro certeros disparos a la diana. Es evidente, sin embargo, que los mejores tiempos ya pasaron, sobre todo desde que, en 2018, Gerard decidiera abandonar la nave. Desde entonces, no solo se echa de menos al cincuenta por ciento de la magia, sino que también sobrevuela cierta sensación de falta de vigor y algo de cansancio. Sus dos últimas referencias, Endless arcade (2021) y Nothing lasts forever (2023), palidecen ante obras como Grand prix y, aunque los grandes nos dan sorpresas a veces, da toda la impresión de que ya hace más de dos décadas que grabaron sus cinco mejores discos. Probablemente, también hayan ofrecido ya sus cien mejores conciertos y, sin embargo, está muy bien volver a verlos, para recordar los grandes momentos, algunos de los cuales están en este disco y, de paso, agradecerles lo felices que nos han hecho.