Gipsy power (la banda sonora del cine quinqui), de VV.AA.

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DISCOS

«El disco se hace esencial por el rescate arqueológico de lo que sonaba realmente en los subterráneos de los setenta, que ni mucho menos era sólo música progresiva. Era otra forma de contracultura»

 

VV.AA.
Gipsy power (la banda sonora del cine quinqui), 2022
SONY, 2022

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hubo un tiempo, en este país, en el que se generó una nueva música popular.

Siempre underground y satanizada por las mentes biempensantes, la música popular está de continuo al margen, vive en lo escondido y se desliza por caminos secretos que, en ocasiones, pasan por debajo de siglos. Es igual que sea un romance viejo o que sea un canto de negros recogiendo algodón. Después saldrá a la luz, será empleado por poetas o artistas cultos, pero liberado de su pulsión, de sus códigos secretos.

En los años setenta, algo la trajo de nuevo a nuestro país. Su público inmemorial, que solía habitar entornos rurales, se desplaza a las grandes ciudades en emigraciones masivas debido a la industrialización. Llevan consigo esas canciones que cantaban antes alrededor de la hoguera y ahora en las chabolas. Allí se encuentran con que la industria también ha llegado a los instrumentos musicales y en sus barrios de aluvión escuchan sonidos de otra calaña, más eléctricos. A grandes rasgos, esto es lo que pasó, así nació la rumba canalla, casi al mismo tiempo que nacía su traslación musical: el cine quinqui.

David, “el Indio”, que ya se ha dedicado a rebuscar y editar viejos discos rumberos en el pasado, lo hace ahora con estas manifestaciones de una rumba menos caribeña y más urbana, sobre todo la relacionada con ese cine quinqui. Y la apertura no podía ser mejor, Los Chichos, con tres minutos de argumento que podían dar para una película de hora y media, en esa maravilla de enorme fuerza y mejor inicio que se llama “La historia de Juan Castillo”. Obviemos que es un plagio absoluto de “El fracaso”, de Tony “el gitano”; como introducción sonora a lo que fue el cine quinqui sirve perfectamente.

También de este ámbito es “Soy un perro callejero”, de Los Chunguitos, compuesta expresamente para la película del mismo título, o el “Quiero ser libre”, de Los Chichos. Pero si el disco se hace esencial, por lo menos para quien quiera arañar un poco en cuál ha sido la música popular de este país que ha influido en el presente —ni Rosalía ni C. Tangana están muy alejados de ella— ha de atender no tanto a estas canciones, suficientemente conocidas, sino al rescate arqueológico de lo que sonaba realmente en los subterráneos de los setenta, que ni mucho menos era sólo música progresiva. Era otra forma de contracultura.

Ahí están las bases, sí, de música progresiva —con sus wah-wah— de Los Chorbos en “Vuelvo a casa», pero también el eurodisco de Amina y “Alí Mustafá”, o las trompetas marcadas, absolutamente funkys, de Laberinto, en “Saludo y libertad”, que parecen propiamente de Earth, White & Fire o Michael Jackson, o El Luis, en “Yo te lo digo cantando”, puro soul desgarrado.

También hay espacio para un tipo de rumba más festiva, cuyo representante máximo es el “¿Qué pasa contigo, tío?”, de Los Golfos, o el veraniego “Caramba, carambita”, de Los Marismeños, cuya conexión con el tema es haber aparecido en la banda sonora de Deprisa, deprisa, de Carlos Saura, y de la que todavía emocionan esos picados de Paco de Lucía. En 1974, año en el que se editó la canción, nadie más los hacía en el mundo.

Y a partir de ahí, un ingente caudal. Los Amaya, en su canción más afín al tempo de la rumba marginal, redescubrimientos gozosos como La Marelu, el “Vacila, vacileta” de Los Rumberos, que enfoca el mundo de los porros y las discotecas, chiquillos como Aurora y Antonio con su “La rumba del gitanito” —Aurora resurgió con el nuevo flamenco con interpretaciones de lujo y sueño— y un montón de canciones más que enamoran y sorprenden.

No se trata solo de una labor de arqueología, de rebuscar entre cientos y cientos de discos —lo cual ya es un valor en sí mismo—, sino de ofrecer a un público de hoy rodajas eléctricas, infalibles, de nuestra música; porque, en música, es más certera que en ninguna otra disciplina la sentencia de Faulker: «El pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado».


Anterior crítica de discos: Reset, de Panda Bear & Sonic Boom.

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