DISCOS
«Leiva no ha pasado por buenos momentos anímicos en los últimos tiempos, pero se revela con este disco que los ha pasado muy buenos como compositor y ahora como intérprete»
Leiva
Gigante
SONY, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
El anterior disco de Leiva, Cuando te muerdes el labio, se publicó en 2021, su gira concluyó en diciembre de 2023, en el WiZink Center de Madrid, y en 2024 se planteó un parón. Tras el parón ha vuelto, por un lado, con más fuerza; pero, por otro, con una enérgica purga de su corazón, en el sentido musical y el literario. Se puede argumentar, simplemente, con “Nueva misión”, la más cercana a un crooner, obsesiva e hipnótica, casi un recitado con leves crescendos, o en “Shock y adrenalina”, a la manera de Lou Reed —cuánto ha dado de sí el riff de “Sweet Jane”—, donde confiesa que era la golosina de su psicoanalista. También “Bajo presión” —los títulos son significativos—, entre la línea de bajo maravillosa que la abre y sostiene, y los deliciosos coros finales.
En gran parte, el amor o el desamor participan en el asunto. Es lo que sucede en la que da título al conjunto, solemne e hímnica en su manifestación de las vicisitudes del corazón en medio de una vorágine eléctrica y bluesera, bamboleante. También en “El polvo de los días raros”, que marca lo que sucede cuando tu chica te ha dejado —coros, como en todo el disco—, excepcionales. O en “Ácido” —en esta, lo que ocurre cuando tu relación es tóxica—. Participa también de este espíritu “Ángulo muerto”, un retrato que tiene mucho de Sabina, que sorprende por las metáforas y por la fluidez de la melodía y con un final bluesero más propio de Dylan. Esta también responde a una pregunta: ¿qué ocurre cuando aparece alguien en tu vida?.
Todo esto lleva a que sea un disco introspectivo, en el que no son extraños los textos que se generan desde una autodescripción, nada benevolente en “Cometas y estrellas”, con un estribillo similar a los de los cantautores más eléctricos de los años setenta. Su mundo también aparece en “Barrio”, el retrato de cualquier barriada de cualquier ciudad —como lo puede ser “Mi calle”, de Lone Star, aunque es el suyo, el de la Alameda de Osuna. En ella, se le ve más reposado, más feliz.
No todo el disco se acoge a esta dinámica. “Cuarenta mil” es la más pop y la más cálida en sus arreglos. También la más orgánica, como “Caída libre”, con Robe, de Extremoduro, más acústica y mínima. “Cortar por la línea de puntos” es levemente psicodélica, a la manera de los Beatles. Y, sobre todo, el gran tema del disco, “Nevermind”, que tiene unos segundos de inicio calcados del “Stramberry fields forever”, pero que enseguida se convierte en una canción ligera y maravillosa, a la manera de esos melódicos de los setenta como Miguel Gallardo. Y es, se me perdonará, un elogio.
Quizá, la más representativa del disco sea “Leivinha”, que expresa cómo salir adelante en esas épocas de bajón a las que aluden muchas de las canciones. Leiva no ha pasado por buenos momentos anímicos en los últimos tiempos, eso está claro, pero se revela con este disco que los ha pasado muy buenos como compositor y ahora como intérprete, en una carrera que tiende cada vez más hacia adentro, hacia lo que es realmente Leiva.
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Anterior crítica de discos: Outlaws girls, de Ángela Hoodoo.