Getting into knives, de The Mountain Goats

Autor:

DISCOS

«Una nueva muestra de su combinación de lirismo y garra, de crudeza y ternura, de observación ácida pero también emotiva»

 

The Mountain Goats
Getting into knives
MERGE/POPSTOCK!, 2020

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

A John Darnielle pueden caérsele las canciones por los rotos de los bolsillos, sí. Pero es plenamente consciente de la importancia del buen enfoque, de lo esencial de los detalles, de lo mucho que puede engrandecerse una canción merced a un buen arreglo. Son tantos los discos —este es ya el decimonoveno de estudio de sus Mountain Goats, apenas pasan dos años entre ellos—, tantas las canciones y tan variado pelaje el de su obra que, a veces, se echa en falta (como con Eels o como con Spoon, quienes lo solventaron el año pasado) ese recopilatorio definitivo que oficie de atajo para el neófito y recordatorio para el fan confeso, de indispensable vademécum que agrupe las quince o veinte canciones auténticamente memorables que atesora su currículo. Mientras tanto, conformarse con este Getting into knives (2020) no es moco de pavo, teniendo en cuenta que roza picos como los de The sunset tree (2005), The life of the world to come (2010), Transcendental youth (2012) o Beat the champ (2015), alturas de una cordillera sin su particular Everest, y al mismo tiempo se aleja del sesgo conceptual que condicionaba In league with dragons (2019) y del tacto lo fi que también mediatizaba el caserísimo Songs for Pierre Chuvin (2020), despachado en plena pandemia. Esto es escribir como quien respira.

The Mountain Goats rara vez fallan, y su combinación de lirismo y garra, de crudeza y ternura, de observación ácida pero también emotiva, tiene en esta nueva colección de canciones una nueva muestra. Fue grabada en solo una semana de marzo en los legendarios estudios de Sam Phillips en Memphis, entre las mismas cuatro paredes en las que The Cramps grabaron el Songs the lord taught us (1980) y de nuevo producido por Matt Ross-Spang, un clásico de los Sun Studios. Predominan los medios tiempos, el oficio inveterado, la destreza narrativa, y —sobre todo— esa capacidad (que resaltábamos un párrafo más arriba) para que algunos detalles marquen la diferencia. Ya sea el órgano de Charles Hodges (músico esencial en las obras maestras de Al Green) en la espléndida “As many candles as possible”, el piano en la evocadora “The great gold dheep”, la guitarra española del tema titular o el saxo que eleva “Get famous” —single indiscutible — a otra dimensión, apuntalando esa reflexión sobre la fama («has esperado esto durante años, pero ten cuidado de no ahogarte con tu propia lengua») que ellos mismos, a estas alturas de la vida, ya ni siquiera parecen codiciar.

Anterior crítica de discos: Shore, de Fleet Foxes.

Artículos relacionados