Fito Páez: «Elijo muy bien mis enemigos»

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«Podemos decir con absoluta naturalidad que estamos formados por los Beatles, el tango, el folklore y gran parte del conservatorio europeo»

 

Paradójica vida: tras La ciudad liberada, título de su último disco, Fito Páez ha publicado su nuevo álbum en pleno confinamiento. Una colección titulada La conquista del espacio, que ha corpoducido junto a Diego Olivero y Gustavo Borner y en la que cuenta con la Nashville Music Scoring Orchestra, entre otros músicos. Por Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: VALMUSSO.

 

Del Vicente Calderón solo quedan cuatro pilares a orillas del Manzanares. Y donde antes estaba el césped ahora pasan los coches. Parece mentira que desde el fondo sur vieras un día a Paul McCartney o a los Rolling Stones. Parece mentira que en el lateral del Paseo de los Melancólicos colgara una noche de Champions contra el Bayern de Múnich el tifo «dale alegría a mi corazón» y que el Frente Atlético cantara a coro este tema de Fito Páez que hoy se hace imposible sin público en la grada. Parece mentira, pero al final no se llora por el fútbol, se llora por no latir con la hinchada.

¿Qué queda cuando se va todo el mundo? De base, más espacio. No más universo, sino un lugar propio dentro. No es perenne la conquista, por lo que ganársela es más una labor de constancia. Es lo que viene a decir el título del vigésimo cuarto trabajo de estudio del argentino Fito Páez, La conquista del espacio (Sony, 2020), cuya presentación en el Hipódromo de Rosario fue reprogramada a causa de la crisis sanitaria de la COVID-19. El álbum, grabado entre Los Ángeles y Nashville con la Nashville Music Scoring Orchestra (dirigida por Ezequiel Silverstein), respira a lo largo de treinta y seis minutos, los justos para que un disco no canse y llene el aire de canción. Porque, puestos a respirar soledad, mejor que sea con música para darle alegría al corazón.

 

¿Cómo has pasado este tiempo?
Me encerré a escribir para terminar un guion. Esto me llevó casi todo el primer mes. También tenía programada una gira real de prensa por España, Estados Unidos, México, Colombia… pero lo estuve haciendo virtualmente desde casa. Por otra parte, estuve haciendo música, y ahora estoy escribiendo la nueva «zanahoria» que tengo desde hace un mes: mi autobiografía. Eso me va a llevar un montón de tiempo, porque es diabólicamente larga y delirante. Después ya tendré tiempo para editar, pero por ahora voy largando.

 

Cuando vi en Instagram que habías subido un vídeo bailando con tus hijos, pensé: «¡Fito Páez se ha hecho instagramer!».
[Risas] Estaban mis hijos aquí conmigo. Me vieron tan agobiado con mis cosas que me dijeron: «Vamos a bailar». Bailamos un ratito y me volví a la biblioteca. Después lo subieron y mi jefa de redes me dijo que lo subiera también, que lo iba a ver un montón de gente.

 

¿Estas son las cosas que te hacen bien, como dice la canción?
¿Por los hijos? Los hijos son la parte más apasionante de tu vida. No hay nada que se equilibre, por más pasión erótica que hayas tenido en algún momento con lo que sea que te guste. Nada se parece al vínculo pasional que hay con tus hijos. Es algo por donde se te va la vida y donde aprendes cosas nuevas, como a ser padre, que no es una tarea menor. También los pibes, cuando te aparece esta tonta adultez, te la bajan en un segundo. Es genial. Esto te recuerda que tú también eras un pendejo atrevido. De todas maneras, no creo en eso de ser amigo de los hijos. Los hijos son los hijos y los amigos son los amigos.

 

“Las cosas que me hacen bien” es puro rock and roll, como Miguel Ríos versionando “No voy en tren” de Charly García.
Es una canción en un tiempo de cuatro (compás 4/4) que musicalmente se puede parecer a “A rodar mi vida”, que está en El amor después del amor. “Las cosas que me hacen bien” es una canción con un clima festivo, acerca de un tipo que está parado en medio de la plaza del pueblo, y dice: «Muchachos: el mundo está que arde y no tenemos que olvidarnos de las cosas que nos hacen bien. Aunque nos contaminen por la televisión, por Instagram, por las redes, por aquí y por allá… Las cosas que nos hacen bien nos van a salvar de este infierno». O por lo menos nos van a llevar a nuestro propio infierno. Y será muy divertido.

 

Para que un mensaje social sea más animado, ¿debe tener una melodía de rock and roll?
El rock and roll invita a eso, inevitablemente. El propio género te lleva a que sea salvaje y que los cuerpos se animen. En la biografía cuento una escena en La Habana, e hice una definición del rock and roll bastante larga que ahora no recuerdo, pero que es una especie de desglose. El rock and roll no es algo muy sencillo de definir.

 

En una entrevista anterior con Calle 13, me contaron que utilizaban el reguetón para llegar con su mensaje a más gente. En La conquista del espacio no hay reguetón, pero sí cumbia (“Hey, you” con Mala Fama).
Es una cumbia funky. Hay una mezcla de géneros bastante simpática. Llamé a Hernán Coronel para meter unas voces con inflexiones muy simpáticas y muy originales. En sí, la canción habla de violencia de género, pero después hice un tratado filosófico sobre el pop y el rock que era una cosa mía «lamborghiniana» y extensísima. Entonces Hernán dijo que no, que sacara toda esa porquería y que nos ocupáramos de un solo tema. Trajo aquella parte maravillosa que pusimos después en sincro con la batería (Abe Laboriel) y el bajo (Guillermo Valdalá) y funcionó perfectamente bien.

 

«Al cuerpo, en lo que uno pueda, también hay que alimentarlo. Y elegir materias como la crianza de los hijos, la lectura, la música para liberar los espíritus, el baile…»

 

 

Y estamos hablando de un disco grabado con orquesta (Nashville Music Scoring Orchestra), cosa que habías trabajado con anterioridad…
Pero ha sido la primera vez que hecho los arreglos de orquesta. Siempre había llamado a Gerardo Gandini o a Carlos Villavicencio o a Leo Sujatovich, pero esta vez me dije: «A ver, niño, anímate ya y ponte los pantalones largos». Estuve escribiendo en medio de la gira. Estábamos con Diego Olivero en Dominicana, en Bogotá, en algunas jornadas en Buenos Aires… Y yo volviéndole loco, ¡pobre Diego!, y grabando toda la orquesta con los teclados. Al final, todo eso pasó a papel a través de Ezequiel Silberstein, que fue quien dirigió la orquesta después en Ocean Way Nashville Studios (Nashville). Fue la última jornada de grabación del álbum.

 

¿Qué tipo de teclados has utilizado para este disco? Noto que en “Gente en la calle” hay un órgano Hammond, un sinte que hace de arpegiador y un Wurlitzer, o eso me parece.
Sí. Pero el Wurlitzer es en realidad un Rhodes. Pero es muy parecido. Lo grabamos todo junto. Fue una grabación muy hermosa, aunque cortita. Tres jornadas de ocho horas en Capitol Studio. Íbamos tocando un tema tras otro… En tres días ya teníamos una cantidad de tomas increíbles. Y te diría que casi quedaron el cien por cien de las primeras tomas. Es hermoso cuando estás con músicos tan increíbles. Estábamos todos en desconocimiento del material. Muchas veces sucede, por supuesto de una manera mucho más compleja, con las orquestas; tienen un muy buen director, muy buenos músicos… y en la primera lectura se genera ya el clima necesario. Las obras sinfónicas requieren un trabajo, porque las lecturas son muy agobiantes y están escritas de manera muy específica. La música popular te permite muchísima más libertad, en ese sentido.

 

Leí un comentario sobre “Gente en la calle” que decía que era un «tema muy argentino».
[Risas] Cuando hicimos Abre en el 99, con Phil Ramone, había un tema que se llamaba “Dos en la ciudad”. Yo sentía que ese tema tenía una influencia de Steely Dan brutal. ¡Y encima quería a Rob Mounsey para los arreglos de los metales! Me veía preocupado con el tema. «¿Qué te pasa con esta canción? Está buenísima», me decían. Yo no lo creía: «Nos van a matar, boludo. Lo van a escuchar y van a decir que soy un ladrón». Las charlas eran muy hermosas con Phil, porque terminábamos hablando de cosas más complejas, como la inventiva de los músicos. Por supuesto que Richard Wagner no es como como Wolfgang Amadeus Mozart ni Mozart es como Joseph Haydn ni Haydn es como Ludwig van Beethoven. Cada uno va en cada época, oscilando en el tiempo. Podemos decir con absoluta naturalidad que estamos formados por los Beatles, el tango, el folklore y gran parte del conservatorio europeo. O la parte gringa más moderna en aquellos años, como Joni Mitchell, Bob Dylan, Crosby, Stills Nash & Young… Y la parte más conservadora pero igualmente genial, que va desde las voces de Frank Sinatra con las orquestas de Nelson Riddle o Quincy Jones hasta el híbrido final con Claus Ogerman y Antônio Carlos Jobim, donde Sinatra se reinventa al final de su carrera. En las charlas con Phil, hablábamos sobre este sistema de híbridos, porque en el híbrido realmente está la voz de la nueva invención musical

 

 

¿Crees que la voz de Lali Espósito en este disco es también parte de ese híbrido?
Claro, porque ella viene de otro género. Recuerdo cuando la llamé. «¿Por qué me llamaste a mí, si yo vengo de otro palo?», me dijo. Precisamente por eso me gusta. Aparte, yo no estaba pensando de qué palo venía. Mi hija, cuando era más chiquita, era fan de Lali. Escuchándola desde fuera noté que había como un terciopelo y que el re era un tono para ella. Y le quedó perfecto. Para mí, la música son notas en el pentagrama. Nada más.

 

Al terminar el álbum, suena una «máquina de hacer historias» [máquina de escribir]. ¿Qué simboliza?
Tiene dos lecturas. Una es esa, la máquina de inventar. La otra es una autoparadoja, porque el mismo tipo que dice que todo se olvida en el último tema [“Todo se olvida”], cuando termina aquello empieza a sonar una música que en realidad es el arreglo de cuerdas de “La conquista al espacio”. Entonces se siente el teclear de una máquina de escribir.

 

Esta conquista del espacio no es exactamente la conquista del universo, sino de nuestro propio espacio.
Sí, obviamente. Es una ironía. Si está la conquista del desierto, la conquista del Oeste o la conquista del espacio, acá baja la idea al lugar doméstico: la conquista del abrazo, la conquista de decirnos la verdad, la conquista del derecho que ganamos, la conquista de las cosas más chiquitas. En este caso, parecía premonitoria la canción [“La conquista del espacio”], porque hay un momento en que dice «…y preparándonos para un nuevo mundo».

 

¿Un visionario?
No. ni mucho menos. Pero puede ser que algún radar o alguna antena ande capturando alguna que otra sensación de realidad en el aire. Yo no me niego a eso. No digo que nadie lo dicte, porque sería muy idiota pensar que alguien lo piense, pero sí puede ser que los artistas tengamos cierta capacidad para poder captar esa luz.

 

¿A qué enemigo hay que dominar para conquistar nuestro espacio?
«La guerra no se gana hasta que esta todo el enemigo dominado» es una frase que viene De la guerra, de Carl von Clausewitz. Me gustaba la frase porque es una frase provocadora: ¿quién es el enemigo? Inevitablemente, el primer enemigo es uno mismo. Hace muchos años, cuando era muy pibe, con veintitrés o veinticuatro, mi amigo Horacio González, gran filósofo argentino y gran escritor, me hizo una larga entrevista que después publicó en un libro [Napoleón y su tremendamente emperatriz: conversaciones con Horacio González]. «Y vos, ¿qué pensás del mundo?», me dice. Sería un pibe, pero había vivido bastantes cosas. Le dije: «Para mí, el mundo se divide entre los que se enteran y los que no se enteran. Los que no se enteran, en general, son más, están más resentidos y más enojados». Posiblemente, ese poder sea una guerra al enemigo, el que te pone todo difícil, el acartonado, el que se cree todo lo que le dicen los diarios…

 

«Qué difícil vivir en un mundo donde están todos ciegos», dices en “Las cosas que me hacen bien”, mientras que en “La canción de las bestias” te preguntas «¿cómo creen que se puede arreglar un mundo donde todos llevan la razón?». ¿Eso significa que todos tenemos la razón pero que somos ciegos?
Hay una frase de Silvina Ocampo que decía que en una conversación todos tienen algo de razón. Siempre me quedó la idea de Silvina, porque era muy clara y muy neta. Uno, en silencio, intentando capturar precisamente la idea del otro, con la tensión, siempre puede descubrir que algo de razón debe tener. O esa razón debe estar argumentada en alguna plataforma con cierta solidez. Por otro lado está con quién te sientas a discutir, y ahí aparece otra cuestión: con quién discutimos. Yo te puedo decir que elijo muy bien mis enemigos. No me peleo con cualquiera. Somos un poquito ciegos, pero todos queremos tener la razón. Y me parece que de lo que trata “La canción de las bestias” es de hacerte cargo de tu parte, lejos de señalar con el dedito al otro y decirle que no se entera, porque nosotros también somos así.

 

 

¿Cuánto de ti hay en “Maelström”?
Es un poco la historia de mi vida. Si bien llega a través de una lectura [Un descenso al Maelström, de Edgar Allan Poe], se trata un poco de la alegría que sentimos todos cuando salimos de las tormentas. Esa sensación de haber llegado a puerto. Hace poco vi la historia de un muchacho del Mar del Plata que estaba en Lisboa. Salió hace tres meses, cuando comenzó la pandemia en Europa. Se agarró un botecito de plástico y se cruzó todo el océano en sesenta y cinco días. Llegó al Mar del Plata para ver a su familia porque tenía miedo de no verlos nunca más. Me fijé en la sonrisa que tenía el tipo cuando llegó. Está filmada en todos lados. Creo que de eso se trata un poco “Maelström”, de la alegría que nos produce atravesar los conflictos y salir de allí.

 

Para lograr la alegría, ¿el fin justifica los medios?
Pero intentemos no cargarnos a nadie en el camino. Creo uno puede hacerse su espacio para intentar la plenitud sin joder a los otros. Me acuerdo de una amiga que me decía que hay espacio para todos. Bueno, yo nunca fui muy creyente en sus ideas, pero me recuerdo su democrático pensamiento. Hay que darse un tiempo para ser feliz. Y al cuerpo, en lo que uno pueda, también hay que alimentarlo. Y elegir materias como la crianza de los hijos, la lectura, la música para liberar los espíritus, el baile…

 

¿Y darle alegría al corazón?
A eso vinimos.

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