Extravagante: Randy Newman

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Extravagante: Randy NewmanRandy Newman
Randy Newman
REPRISE, 1968


Una sección de: VICENTE FABUEL.


Una de las más académicas definiciones del término Extravagante podría ser la de “fuera de lo común” o “rareza por ser excesivamente original”. A mí me vale. Sin ajustar excesivamente el matiz, es lo suficiente amplia como para que la idea quede clara. También podrían valer otras como “absurdo-adefesio-estrafalario-estrambótico-excéntrico o exótico”, adjetivos todos ellos profusamente empleados en esta sección a través de sus ya diez años de recorrido (¿?). Una buena excentricidad, sin duda, esto último. Pero me quedo con la primera, “rareza por ser excesivamente original”, eso podría explicar mi escaso apego en recurrir a discos actuales, en muchos casos portadores de estupenda música aunque, quizás, dudosamente ajenos a los grandes modelos históricos y por ende, escasamente dispuestos a salirse del guión. Suelo leer habitualmente crítica musical y tampoco observo que mis colegas destaquen demasiados valores excéntricos en los discos que reseñan, más bien todo lo contrario, por lo que habría que pensar que, en general, la creación musical actual será esto u lo otro, éste no es hoy el debate, pero que en términos de extravagancia creativa, pobrecita ella, quizás no adquiera la talla deseada. Si se me permite decirlo.

A ver si me explico un poco más, realmente cuando debutaron gente como Bo Diddley, Leonard Cohen o Iggy Pop, por citar unos cuantos de esos grandes que sin duda ustedes valoran, de tener algo en común, eso hubo de ser el comportarse como unos perfectos extravagantes, creadores tocados por una gracia singular ajenos a los códigos imperantes en lo que se suponía deberían desenvolverse igual que el resto de colegas. Marcaron su propio camino que a su vez sería camino para muchos que los siguieron, aunque evidentemente no todo sería un camino de rosas. Algunos de estos grandes pagarían su atrevimiento duramente décadas con el único premio de convertirse simplemente en un artista de culto y aparecer reverenciados en textos tan rendidos de antemano como éste. Dicho esto, y para muestra un botón, siempre he creído que el reconocido cantautor norteamericano Randy Newman fue un perfecto extravagante, una exclusiva rara avis criada en la soleada California de finales de los 60 que poco tuvo que ver con los exitosos «songwwriters» de soft-rock que florecieron en esta tierra: Carole King, James Taylor, Graham Nash, Paul Simon… Randy Newman era cosa bien distinta.

De familia enraizada en el Hollywood clásico de los años dorados (sus tíos Alfred y Lionel Newman habían puesto música a centenares de grandes films: Eva al desnudo, Laura, La tentación vive arriba…), sus comienzos hicieron de él uno de los notables compositores a sueldo a mitad de los años 60: Gene McDaniels, Harper’s Bizarre, Gene Pitney, Irma Thomas, Erma Franklin, Jerry Butler y The O’Jays, entre otros, grabaron sus primeras composiciones hasta que el debut bajo su nombre hoy aquí rescatado lo estableció como uno de los grandes referentes del día, prácticamente invisible para el gran público y sin embargo reverenciado por docenas de grandes voces que a partir de ese momento se lanzaron voraces sobre su cancionero. En este su magistral debut de 1968 (con una extrañamente barroca producción de Van Dyke Parks) ya aparecía el clásico “I think it’s going a rain today” (enseguida con excelsos covers de Ray Charles y Judy Collins), pieza canónica de su personalísimo estilo en términos de estructura musical y construcción de mini suites sinfónicas sobre las que con arrebatador lirismo deslizaba las diversas líneas melódicas del tema principal creando un efecto profundamente desolador. Otra de sus futuras constantes, aquí poéticas, venía definida por la cínica “Love story” que abría el álbum, mordaz e irónico cuento feliz sobre los amores tópicos a lo San Valentín sin que nadie haya sido capaz aún de explicarme, tras los 40 años que contemplan el prodigio, la ambigüedad personal con la que el autor se enfrenta al tema. Asombroso, por no decir extravagante de nuevo. Por último, si la gran “Bet no one ever hurt this bad”, un ralentizado tema en clave de viejo blues, explicaba que uno de los reclamos ornamentales más usados en su repertorio iban a ser los sonidos jazzísticos de New Orleans, mi perla favorita del disco, la finísima “Living without you”, al tiempo amarga y ensoñadora, confirmaba que el excepcional talento melódico del artista siempre iba a estar al servicio de una nueva óptica, trasversal y personal, de cuanto tema llegase a tocar. Como decía el arrogante subtítulo del disco que aparece en su contraportada, y que probablemente alguien no se atrevió a ponerlo en la principal, “Randy Newman creates something new under the sun”. Ni Freddie Mercury se atrevió a tanto.

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