Esplendor y caída: The Garlic Phantoms, de Juan Pérez-Fajardo

Autor:

CINE

«Una amplia representación del quién es quién en el negocio del rock nacional»

 

Juan Pérez-Fajardo
Esplendor y caída: The Garlic Phantoms
Dexiderius Producciones / Fly Multimedia / Movistar / Sildavia, 2021

 

Texto: MANEL CELEIRO.

 

Uno de los retos más importantes de cualquier artista es afrontar el éxito. Llegar a alcanzarlo supone estar sometido a una considerable presión, además de gestionar los efectos asociados: el orgullo, la vanidad, la arrogancia, aprender a sobrellevar las consecuencias de la popularidad y, en buena parte de las ocasiones, saber administrar con cierto sentido común la rentabilidad económica que ello conlleva. Si trasladamos este escenario, nunca mejor dicho, al mundo del rock o el pop lo veremos centuplicado debido al estilo de vida asociado al mismo. El estrés de la composición, las grabaciones, la promoción, la necesidad de mantenerse arriba y el agotamiento físico y mental que suponen las giras es un entorno muy complicado de manejar. Todos podemos citar de memoria decenas de ejemplos de lo expuesto anteriormente. De prometedoras carreras abocadas al fracaso o al olvido por encadenar una mala decisión tras otra. Y esta cinta es una muestra más de esa vorágine de ambición, exceso y locura.

The Garlic Phantoms se convirtieron en la nueva sensación de la noche a la mañana, lo petaron con tan solo una canción, gracias a una serie de circunstancias que jugaron a su favor. Pero la suerte, amigos, también exhibe sus cartas. Lo que a priori podían ser hándicaps negativos, un repertorio exiguo y conciertos de duración imposible (la intro y la citada composición), ejercieron el efecto contrario, hicieron de ellos algo especial y único que se ganó rápidamente el favor del público, incluso el del ajeno al rock & roll.

Durante un tiempo fueron una supernova que arrasó con todo hasta que las drogas, el alcohol, las novias (tuvieron hasta su propia versión de Yoko Ono) y la lucha de egos acabaron con su meteórica ascensión, con un concierto de despedida en un abarrotado WiZink Center.

Una amplia representación del quién es quién en el negocio del rock nacional desfila por el metraje: managers, ejecutivos discográficos, responsables de salas, así como numerosos compañeros de profesión, desde Calamaro hasta Ramoncín, pasando por Coque Malla, César Strawberry, Antonio Arias, Luz Casal, Quique González, Javier Andreu o Fernando Pardo, para desgranar las interioridades del asunto y tratar de descifrar la intensa relación musical y personal entre Edu Molina y Alacrán Fajardo. Absolutamente impagables los minutos en pantalla de ambos, especialmente la delirante entrevista con el periodista musical J.F. León, que deja manifiesto como una misma historia siempre puede tener dos versiones. En poco más de una hora se repasa, a base de bien, a la prensa musical, a la movida indie, a los festivales, a los propios artistas y ese intangible de que detrás de todo suceso comercial siempre encontraremos rastros de amiguismo, chanchullos, enchufes y managers cuyos manejos viajan de la codicia a la turbiedad.

¿Cinema verité? ¿algún otro género? Eso ya lo dejo en manos del buen juicio y la opinión de los espectadores, lo que sí puedo garantizar es que pasarán un rato la mar de divertido. El sentido del humor está presente en todos y cada uno de los planos, y la ironía (y hasta la mala leche) también, siguiendo las andanzas de un par de tipos cuyo talento, ojo que se rumorea que su único éxito es un plagio, sería inversamente proporcional a su canalleo. Y lo que no me extrañaría nada es que ya estuvieran planeando una gira de reunión en toda regla, así como un box set con doscientas tomas diferentes de su canción bandera para esquilmar los bolsillos de los sufridos fans. Como César Strawberry comenta, parafraseando a los Sex Pistols, la gran estafa del rock and roll.

Anterior crítica de cine: John Wick: Capítulo 3 – Parabellum, de Chad Stahelski.

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