Espejismos, de Calavera

Autor:

DISCOS

«Un disco que ha discurrido por caminos serenos y elegantes»

 

Calavera
Espejismos
LAGO/CRÁTER y TBC 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Álex Ortega es uno de esos talentos a los que la música les resulta algo tan natural como la piel, pero al que —como tantas otras veces— su público natural, que presta mucha atención a otros talentos similares, no ha llegado. Calavera, su proyecto, desbroza canciones cortadas con patrones de elegancia y con letras en que vuelcan las telas rotas del corazón, rupturas y emociones cansadas, y momentos cotidianos. Se alían, cuando lo necesitan, con la electrónica, pero su base fundamental son guitarras muy bien empleadas.

En “Sayonara” se perciben todos estos condicionantes, a los que se añade otro que va a ser marca también de varios de los ocho temas: un alma sofisticada, un colchón de suavidad que dota a las canciones de una elegancia y distinción que las endulza y, en ocasiones, llega a evocar placidos ambientes tropicales. También ocurre en “Huyendo”.

Si hay dos detalles que dan prestancia al disco son los estribillos pop enérgicos e intachables, y los riffs que aparecen bajo las capas instrumentales, con pequeños recursos pero gran efectividad. Perfecto es el estribillo de “Ámbar” —también es perfecta la colaboración de Eva Amaral, todo sea dicho—, y “Secretos”, si descontamos el falsete que a veces resulta exagerado, podría ser un himno. Todos los grupos de la cuerda de Calavera tienden inconscientemente a escribir himnos.

Mucho más efectivos son los riffs, en la ya citada “Ámbar” o en “Malas hierbas” —la liberación de esas relaciones tóxicas que nos chupan el espíritu— apenas son tres punteos repetidos, algo que en una estructura instrumental potente —casi un muro de sonido, como se puede ver en la crónica de una soledad que es “En una isla”— puede pasar desapercibido, pero que le da músculo, agilidad, cohesión. Son pequeñas jugadas de las cuerdas que sustentan la canción y la hacen volar.

En un disco con escasas canciones, ocho, todavía hay tiempo para desviarse de este marco central en algunas de ellas. Por ejemplo, “No te das cuenta”, la más melancólica y la que potencia más los fondos electrónicos de sintetizadores ochenteros. También la que cierra. “Espiral”, como su nombre indica, es una letanía que poco a poco va envolviéndote en autotune y psicodelia, te empapa de ella, muy levemente al principio, pero en oleadas cada vez más épicas y embriagadoras. No es un mal final para un disco que ha discurrido por caminos serenos y elegantes. No es un mal final un poco de locura para unas canciones que han sido a la vez delicadas y potentes y que esperan a su público.

Anterior crítica de discos: Kôrôlén, de Toumani Diabaté and The London Symphony Orchestra.

 

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