«Hay momentos en los que todo se hace muy duro, llegué incluso a plantearme dejar la música»
La compositora y cantante segoviana Rebeca Jiménez publicaba su nuevo disco el pasado mes de mayo, Lady Luck. Un viaje hacia ella misma y hacia la profesión de crear canciones, del que habla con Jagoba Estébanez.
Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.
Fotos: QUIQUE JIMÉNEZ.
A pesar de no haber parado de girar, han pasado casi nueve años desde que Rebeca Jiménez, una de las grandes cantautoras de nuestro país y precursora del género americana, publicara Tormenta y mezcal (Autoproducido, 2016), su tercer álbum. De todos modos, apenas ha necesitado tres meses y un aislamiento de cinco días en una aldea vizcaína, para fraguar Lady Luck (Autoproducido, 2025), su nuevo elepé.
En un primer momento, me había planteado parafrasear a Kant o al mismísimo Edmund Burke para vender la estética sublime y las bondades sonoras de este nuevo trabajo, que son muchísimas. Para ello, pretendía hacer un símil con nuestra protagonista tornándose en una heroína llamada Lady Luck, adoptando los poderes artísticos de Tom Waits, Lucinda Williams o cualquier otro rockero norteamericano para escudriñar todo derrotero vital o existencial con solvencia. Pero, charlando con Rebeca, pronto me percaté de que su estilo no trata de vanagloria, sino de satisfacer su necesidad compositiva y de ir madurando en el oficio de manera fidedigna. Porque cuando habla de su profesión (es música de conservatorio), lo hace con la resignación de quien conoce la industria, prevaleciendo la propiocepción frente a cantos de sirena o grandilocuencia, pero con hambre en la mirada e ilusión a raudales por futuros proyectos.
«He tenido temporadas de bloqueo y desencantos con la profesión, sumado a un bajón debido a una enfermedad física. Ha supuesto un duro proceso personal», se sinceraba la segoviana con relación al tiempo transcurrido desde su último álbum. «El hecho de ser absolutamente independiente para autoproducir un disco y el tener que tirar del carro y buscar financiación, tampoco ayuda. No recibes la respuesta que esperas y hay momentos en los que todo se hace muy duro, por lo que incluso llegué a plantearme dejar la música», proseguía. Pero una noche, encima de un escenario y con los sentimientos a flor de piel, la llamada de la naturaleza fue más poderosa para Rebeca que cualquier contratiempo. Decidió súbitamente, y de manera categórica, volver al estudio de grabación. Del agua salada al agua dulce, donde no escuecen las heridas, a vomitar su torrente compositivo como lo hacen los salmones río arriba durante el desove, a contracorriente y peleando con la industria. «Espérate tú a ver si alguna vez te deja a ti la música», bromeaba su tío Quique Jiménez, quien se ha encargado de la fotografía de la portada.
Un aislamiento de cinco días en Gaua Records (Bizkaia), en otoño de 2024, fue el escenario idóneo para crear el mejor disco de su carrera y uno de los más interesantes en lo que va de año. Le acompañaba Toni Brunet, uno de los productores más cotizados y talentosos del panorama nacional, para encargarse de nuevo de producir este trabajo, al mando también de las guitarras y los bajos, además de Karlos Arancegui en las baterías. César Pop estuvo a cargo de grabar los pianos desde Madrid, así como del Wurlitzer y Rhodes, y Manu Clavijo de los arreglos de cuerdas.
Son excepciones las dos canciones grabadas con antelación y que sirvieron para abrir camino al disco, “Calaveras y estrellas” y “Deja al viento que nos cante su canción”, en las que Juan Celada y Juan Cruz estaban al piano respectivamente, con Chiloé a la batería en la segunda de ellas.
La dama de la suerte a la que hace alusión Tom Waits en “Ol’55”, que le acompaña mientras conduce su coche clásico, es la que da nombre al disco. En este contexto no puedo evitar retrotraerme a la bella portada de Matt Mays & El Torpedo, de gran potencia visual.
«Yo donde soy feliz es en los escenarios. Ocurre algo mágico ahí arriba»
Lady Luck es una sobresaliente obra, comandada por una de las voces femeninas hispanas más potentes, de terciopelo y de cuchillas, de miel y de tequilas, de aciertos y desengaños, que atrapa y te envuelve con rabia contenida como una tela de araña gigante, pero que igualmente te libera de ella con suavidad, mecida por una leve brisa redentora. Te araña con la misma mano con la que te acaricia con evocadoras letras encajadas de manera perspicaz, provocando en el oyente una sensación de movimiento contenido. Un viaje controlado en un mundo que gira mientras los aviones se alejan, donde es posible mutar y permanecer perenne al mismo tiempo, independientemente del momento vital atravesado, celebrando que siempre hay un verde lugar en el norte para acoger los sueños. Un álbum de madurez con una sorprendente y moderna producción llena de reveses, aportando frescura y un leve toque de psicodelia, nunca antes experimentado en el género.
No podía comenzar de otra manera que con el piano, tal y como nació todo río arriba. “Banderas en la oscuridad” es una insuperable y elegante apertura que clama soñar dentro del misticismo. Una oda a la paz más necesaria que nunca, ganando notablemente en la segunda mitad, donde eleva el tono y se magnifican las emociones oníricas en consecuencia. Hastiados de canciones que mentían, frases a priori tan sencillas como «cómo estás» o «un, dos, tres» engrasan la maquinaria de atracción a la perfección, convirtiéndolas en lapidarias. Con la confianza ganada y siguiendo el cauce del positivismo, “Luna de plata” es un trallazo melódico que contiene el mejor estribillo de la castellanoleonesa hasta la fecha, un éxito rotundo con guitarras afiladas a lo Tom Petty, que ejemplifica la magnífica producción y la brillante mente del mallorquín Brunet, con esos efectos en las cuerdas a partir del minuto dos y trece segundos.
El escritor Benjamín Prado, quien acompañó con su poesía a Rebeca Jiménez durante Agitado y mezclado, toda una gira en teatros, le regaló a nuestra protagonista la letra de “Calaveras y estrellas”, la cual reconoce ser una de las canciones más bonitas que ha escrito. Sin una estructura tradicional, rompiendo en lo instrumental para irse a un puente, está repleta de atildados pasajes de resignación, valentía y éxito. «Es curiosa la historia de cómo compuse la melodía a partir de la letra de Benjamín. Llevaba tiempo rondando en mi cabeza la idea de cómo la cantaría Luz Casal, sonando en mi cabeza una y otra vez. Así que cuando lo tuve claro, empecé a crear esa melodía y a tirar del hilo con el piano para componerla», confesaba la mayor de la familia de artistas, cuya hermana, la premiada actriz y directora Lucía Jiménez, acompañó a Rebeca cantando el pasado 7 de junio en un abarrotado concierto en Madrid, junto a artistas invitados en el escenario de la talla de Miguel Ríos o Ariel Rot.
Turno para el pop con atisbos de soul que nos retrotrae a los Beatles en “Phoenix”, recordando a un amigo que se fue con un pegadizo y alegre estribillo que va directo al corazón, con la colaboración de Catalina Jiménez. Bajamos revoluciones con “Todo y nada”, un medio tiempo a pecho descubierto, grabando voz y piano en una sola toma, donde poder admirar los dotes vocales de la cantante y disfrutar y reconocer a partes iguales que estamos hechos de pequeñas cosas: «La sonrisa de Manuela / el amor de Catalina, su dibujo colgado en la cocina / un paseo con León / esto es lo que soy». Igual que lo comentado anteriormente, supera con creces una vez más la difícil tarea del cantautor, engrandecer frases a priori sencillas, creando algo mucho más complejo: «una vez tuve una casa / y después tuve otra casa / y después no tuve nada».
«He tenido temporadas de bloqueo y desencantos con la profesión»
En “Nunca me olvido”, canción de backstage, queda claro que la música es refugio para la residente en la sierra madrileña: «Yo donde soy feliz es en los escenarios. Hay días en los que no me encuentro nada bien, y en un concierto se me cura hasta el dolor físico. Ocurre algo mágico ahí arriba», confiesa. Es uno de los temas más personales del disco, habiendo incluso nacido realmente de una estrella, tal y como canta (su madre se llama así), historia que recuerda a “Soy de un pueblo pequeño” de Zahara. Prosigue “Deja al viento que nos cante su canción”, una de las piezas más bellas de Lady Luck, un canto a la ansiedad rememorando días más duros para terminar con un solo de guitarra eléctrica digno de Marc Ford.
Tiempo para “El peligro de vivir”, su tema más stoniano, un blues a lo Carlos Tarque que se va elevando hasta convertirse en una actitud, que se torna dadivosa en “Lejos de todo”, tendiendo la mano entre violines a reconfortar a otra persona.
“Lady luck”, la canción homónima del álbum y una de las mejores, tiene aroma de piano bar con humo de cigarrillo en el que transcurre un encuentro fortuito de dos personajes de cine negro, cual Historias de Savoy, de José Luis Alvite, mientras suena de fondo “I never talk to strangers” de Tom Waits. Esta pieza bien podría formar dupla con “Betty”, de Quique González, en Avería y redención #7, quien, como anécdota, le prestó un estupendo dobro para “Huyendo de ti”, que suena junto a un lejano armonio de César Pop en el cierre del disco. Este guiño a su querido México, que retrotrae a Tormenta y mezcal, es la historia de una separación escrita por su padre, una huida hacia delante para poner el broche de oro a este grandioso trabajo. Una obra que ensalza más, si cabe, la figura de Rebeca Jiménez, que lejos de una heroína llamada Lady Luck, es una virtuosa cantautora que, aunque dude y en ocasiones se plantee desistir (como todos), trabaja duro para seguir desempeñando una de las profesiones que más le ha dado y mejor le hace sentir. Queremos Rebeca Jiménez por mucho tiempo, al otro lado del río, en el norte o donde sea. Porque la música salva vidas.