Entre amigos. Luis Eduardo Aute, nos queda la música, de José Manuel García Gil

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«Tras hablar de los amigos, el autor concluye con el detalle del concierto, del que analiza casi cada segundo»

 

José Manuel García Gil
Entre amigos. Luis Eduardo Aute, queda la música
EFE EME, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Uno siempre ha pensado que la figura de Luis Eduardo Aute está infravalorada. Es decir, su nombre aparece en notas a pie de página, cuando debía ser protagonista de capítulos enteros. A las pruebas me remito, hablando con compañeros profesores de literatura, jóvenes, cuyo despertar a la música —si lo hubo— debió generarse ya en los dos mil, me expresaban que no sabían quién era Luis Eduardo Aute. Es grave, sí, quien se dedica a la palabra ha de contar con unos cuantos referentes de pasado y Aute no estaba entre ellos; pero más que grave es sintomático: uno de los mejores escritores de letras en castellano no ha pasado al acervo de quienes deberán difundir esa cultura, o por lo menos conocerla, mientras sí que conocen —pongamos por caso— a Lola Flores, la valoren o no. Por otra parte, cuesta que cualquier trabajo de Aute entre en el canon de los cien —o quinientos, o mil— mejores discos de nuestro país. Y los tiene magníficos, que deberían estar entre los diez primeros, por belleza y por significación.

A remediar este estado de cosas se dirige el libro que José Manuel García Gil ha publicado para Efe Eme con un sensacional momento de inflexión en su carrera, el disco Entre amigos, que puso en circulación su nombre para un público más amplio. La carrera de Aute, hasta ese momento, había sido inestable: unos inicios deslumbrantes con sus canciones en boca de Massiel, un abandono, una vuelta a la actividad, con discos enormes en belleza, y un intento de hacer canciones más encajadas en parámetros pop que lo llevaran a mayores audiencias. Dependiendo de las circunstancias históricas y sociales del país, los experimentos iban adelante o resultaban fallidos. Y entonces llegó Entre amigos, un concierto en que se repasaba toda su carrera y que, a la vez, servía para que unos cuantos amigos cantasen con él, estableciendo una cierta jerarquía y valorando una estética que se iba marginando cada vez más.

Era la primera vez que se intentaba algo así, ello explica los defectos —leves, desde luego no estructurales— que José Manuel García Gil detalla como síntoma de humanidad, de que fue un concierto con más sudor que tecnología. El libro parte del 26 de octubre de 1982: Felipe González cierra en Madrid la campaña del PSOE ante medio millón de seguidores. En lo cultural, la noticia más importante es que Andy Warhol visita la capital. Este era el ambiente cuando se empieza a gestar el concierto, aunque su génesis germina muchos años antes, con la canción del pueblo que implosionó en Madrid a finales de los años sesenta, con los que contactó un joven Aute, prometedor en la composición pero con un miedo cerval a actuar en público. Transcurre por un periodo de abandono, y por un volver a coger las riendas con discos de sentido un tanto críptico que fueron derivando a estructuras más cercanas a ambientes pop.

Con este caldo de cultivo, el músico decide contar con amigos para preparar un concierto en el que quedase patente la valoración extrema, irrenunciable, que siente por la amistad. Cuenta con Teddy Bautista, el factótum de los arreglos más rockeros de sus elepés de la época, con Serrat y con los cubanos Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, que antes de conocerse recibían casetes mutuamente llevados y traídos por seguidores españoles de viaje a Cuba. No hubo idea previa, la compañía quería hacer un álbum en directo con todos sus éxitos, y Aute pensó que resultaría monótono, así que —como había estado tocando con algunos de ellos en una gira— decidió que podía recrear en su concierto ese mismo espíritu.

Tras hablar de los amigos, el autor repasa cuáles fueron los músicos y los técnicos —a los que el sello racaneó todos los medios posibles—, y concluye con el detalle del concierto, del que analiza casi cada segundo si hay algo interesante que destacar. Y tras ello, todavía hay más: un capítulo para repasar qué pasó una vez concluido el concierto, las actuaciones de ese año y los planes de futuro.

Fue, en definitiva, la fiesta de presentación de los cantautores en sociedad. Y lo consiguió porque, durante unos años y hasta que editaran sus primeros discos Pedro Guerra o Rosana, la antorcha estuvo en la vieja escuela, una vieja escuela que dejó en parte de estar en minoría.


Anterior crítica de libro: Gabinete X, de Nuria Pérez.

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