Enrique Bunbury: «El rock no es mi perro»

Autor:

«He tenido varias crisis en las que he considerado abandonar, pero en ninguna de ellas consideraba dejar de escribir canciones»

 

En su visita a Madrid, con motivo de la publicación de su nuevo disco, Cuentas pendientes, Bunbury charla de este presente con sabor latino, de algunos retazos del pasado y del futuro, con Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: JOSÉ GIL.

 

Basta una canción para activar la memoria. Hay ciertas regiones cerebrales, específicamente la corteza cingulada anterior y el área motora presuplementaria, que se “activan” con la música cuando la persona que se mira al espejo ya no se reconoce. Esto es debido a que la melodía está unida a la vivencia pasada, a momentos concretos que estuvieron acompañados por una banda sonora. Saltan las emociones de quien había olvidado que una vez estuvo enamorado. «Dicen que amar es hasta la misma muerte / Y que querer es siempre, como poco, hasta el olvido», canta Enrique Bunbury en “Las chingadas ganas de llorar”.

En la cafetería del hotel donde se va a llevar a cabo la siguiente entrevista, el hilo musical es una posible amenaza para la grabadora. Bunbury busca otra mesa con la mirada, pero la que está más apartada se encuentra ya ocupada. No pasa nada, han bajado un punto la música. El entrevistado se acomoda en el sofá y ofrece agua de la botella que acaban de traerle. «A ver si te sé responder a alguna pregunta. Cultura general…», bromea. Acaba de aterrizar en España desde Colombia. Le llevan en una furgoneta negra de radio en radio en esta jornada de la promoción de su último trabajo, Cuentas pendientes (Warner, 2025), un álbum que, según palabras del autor, «se vuelca hacia la música hispana y latinoamericana, eligiendo como instrumentación básica el piano, la guitarra española, el contrabajo y la percusión». Bunbury se va hasta Licenciado cantinas (Blanco y Negro, 2011) o incluso hace referencia a sus discos con El Huracán Ambulante —Pequeño (Chrysalis, 1999), Flamingos (EMI/Hispavox, 2002) y El viaje a ninguna parte (EMI, 2004)— «para encontrar conexiones más o menos cercanas a lo que suena en este álbum».

Cuentas pendientes ha sido grabado en el mismo lugar que Greta Garbo (Warner, 2023), El Desierto Casa/Estudio (México), pero en esta ocasión con Sebastián Aracena (guitarra), Luri Molina (contrabajo), Johnny Molina (percusiones), Jorge Rebenaque (piano y Hammond) y Ramón Gacías (co-productor y batería). Sin embargo, Bunbury defenderá este nuevo disco con El Huracán Ambulante, su banda desde 1999 a 2005, la cual ha vuelto a reunir para celebrar el vigésimo aniversario de El viaje a ninguna parte con una gira de catorce fechas únicas. Motivos de peso para celebrar la música que se lleva en la memoria, ayer en la mochila y, hoy, en la nube.

 

«Un verso, un puente y un estribillo», dice la canción “Cuentas pendientes”. ¿Una canción a medias siempre es una cuenta pendiente?
Las cuentas pendientes de las que habla este disco son canciones en el tintero. Pero no porque estén sin terminar, sino porque están todavía sin hacer. Enfrentarme al folio en blanco, a un estudio de grabación, siempre es como un parque de atracciones para mí, un lugar donde sé que voy a ser feliz y voy a disfrutar en el proceso. Creo que era [Jorge de] Oteiza, el escultor, el que decía que la obra de arte no era el objeto final, sino el proceso. Y me parece —si no del todo cierto— adecuado para ajustarlo a mi perspectiva; me siento identificado con ella. El proceso en sí mismo es la meta.

 

Hay temas, como “Para llegar hasta aquí”, que estaban en las demos de Greta Garbo. ¿El fin no es publicar, sino hacer canciones para ti? Compones, haces y ya veremos cuándo sale.
Yo estoy en un proceso creativo que normalmente no coincide con el de la fecha de publicación. Cuentas pendientes es el proceso creativo en el que estaba el año pasado y ahora me corresponde otro, pero del que no me toca hablar, porque el que estoy presentando ahora por los tiempos de la industria, que separan mucho la grabación de la fabricación por los tiempos del vinilo, hacen que todavía me separe más de ese momento. Pero tampoco me importa, porque de alguna forma he adquirido cierta perspectiva con respecto a este disco. Y también es cierto que ahora va a coincidir con la gira y todavía estoy conviviendo con los efectos del álbum.

 

Entiendo lo lejano se ve un trabajo cuando lo estás promocionando y te toca hablar de él, sobre todo cuando estás a otra «vaina».
Absolutamente. En esta visita que he hecho a Colombia, que coincidió con la Feria Internacional del Libro de Bogotá, estaban presentando La carta. Me hicieron una entrevista y tuve que dar una charla con respecto al libro, y yo prácticamente no me acuerdo de él; salió el año pasado, pero es respuesta a una cosa que hice en el 2023. También me ocurre que mi forma de trabajar es ir aligerando mucho la mochila. De alguna forma dejo ahí las cosas y no vuelvo a visitarlas, ni siquiera cuando estoy preparando una gira reescucho los discos. Prefiero vivir con el recuerdo de la canción, no soy de las personas que escuchan lo que hicieron en el pasado, ni remoto ni cercano.

 

¿Por si se descubren fallos o cosas que podían haberse mejorado o cambiado?
Como no los escucho no te sé decir si les encontraría fallos o no. Creo que, de alguna forma, no escuchando y no teniendo una memoria tan cercana de esas canciones me hace viajar más ligero de equipaje. Es como cuando terminas de trabajar en un proyecto y lo sacas del disco duro y lo almacenas en la nube. La nube creo que, además, es un buen símil, porque es donde dejo ahí las cosas, en las nubes. Pero sí, vacío el disco duro y lo pretendo llenar con otras cosas nuevas.

 

Cantas en el mismo tema (“Cuentas pendientes”) que te has dejado la sangre en baladas. ¿Son estas deudas de sangre?
En muchas de las canciones que he escrito, como decía [Bob] Dylan en el disco Blood on the tracks, me dejo la sangre y las vísceras literalmente. Son vivencias a veces conflictivas o traumáticas, aunque no todas; tampoco voy a ser aquí tan dramático, pero es cierto que ha habido canciones que han tenido esa función de liberarme de una serie de temas que me pesaban mucho. Afortunadamente, tengo la posibilidad de dejarlo en un escrito, en una canción, y eso libera también de ir al psicólogo o al confesionario.

«Enfrentarme al folio en blanco, a un estudio de grabación, es como un parque de atracciones para mí»

 

Acordes por descubrir

“Loco” habla de un homeless, no es biográfica, sino que es un personaje. “Loco”, de tan bella que es, ¿resulta terrible?
Es terrible, pero, a la vez, estoy tremendamente orgulloso de esa canción que nace de una petición de Pedro Guerra, en la que componemos a medias. Y es un tema para el disco de Pedro, pero a mí me gusta tanto la canción que pienso que, ya que es a medias, pues que exista también esta otra versión, que tampoco es que sea tan lejana, pero sí que es más cercana al concepto de Cuentas pendientes. Y hablar de los homeless es un tema que a mí me preocupa. Es un tema que vengo observando en Los Ángeles desde hace diez años, que es el tiempo en el que esto ha ido creciendo exponencialmente. Entonces, que haya coincidido esta canción con Pedro y que trate este tema, me toca muy de cerca.

 

¿Es una canción complicada de cantar para ti?
En general, este disco tiene muchas cosas complicadas. A la vez, a mí me han dicho que aquí me oyen cantar con más comodidad que en muchas ocasiones. Yo creo que el propósito era hacer cosas difíciles, pero que parecieran fáciles. O cosas que a mí me parecen difíciles. Habrá grandes cantantes por ahí que a lo mejor estas melodías no les resultan tan complejas, pero creo que la grandeza que tiene la música tradicional hispana y latinoamericana es que parecen sencillas canciones que armónicamente, rítmicamente y melódicamente son mucho más complejas que cualquier rock and roll.

 

¿Cuándo sabes que una canción va a ser más complicada?
Cuando me cuesta mucho cantarla, porque hay intervalos que son complejos y con los que no estoy tan acostumbrado. En este disco, la mayor parte de las canciones nacen de la música. He empezado con una rueda de acordes, muchas veces con acordes que he aprendido o que desconocía, acordes que no solía utilizar en mis canciones y que quería incluir en un tema. Empezaba a tontear hasta que encontraba algo en la guitarra o en el piano que me parecía que podía ser algo interesante para cantar. Entonces buscaba una melodía y, normalmente, cuando la encontraba, hacía lo posible porque fuera un poco más complicada, un poco más interesante.

 

Qué privilegio, después de tanto tiempo, que uno continúe…
… descubriendo acordes. Son muchísimos, muchísimas posibles, muchísimas inversiones… Y conforme vas aprendiendo armonías, vas descubriendo músicas más complejas. Si por ejemplo te metes en la música latina, hay muchos acordes de pasos superinteresantes en los boleros, pero te metes en la bossa nova y ahí es donde ya no hay ni un puto acorde normal. Y “normal” son los que utilizamos nosotros, los del rock. Todo novenas, onceavas, disminuidos… Acordes fascinantes que sobre todo se utilizan en el jazz. Empiezas a dar con lugares donde encuentras algo en lo que tú te puedes expresar.

 

Ya te habías acercado al jazz anteriormente. No era desconocido para ti.
Totalmente. Yo escucho mucho jazz de forma cotidiana, estoy muy atento a discos que salen en la actualidad, no de figuras del pasado. Por supuesto que también me interesa el jazz, principalmente desde Louis Armstrong al Bitches brew (Miles Davis), del 30 al 75, que es mi etapa del jazz. Más allá del 75 ya empieza a ser más difícil encontrar discos que me gustan, pero sigo con atención a lo que se hace ahora y es un género que me gusta mucho.

 

Escuchar para ver

¿Por qué englobas este disco en una cantina?
En realidad, yo lo que buscaba era un escenario decadente con pretensiones de elegancia. Es una cosa que me gusta porque ha sido mi lugar de aprendizaje de muchas de estas músicas. Hay un periodo concreto de mi vida, desde el 2008 al 2017, en el que después de los conciertos tenía dos opciones: o me quedaba en el hotel o me iba a una cantina. Lo de la cantina lo digo con el apelativo exacto de lo que quiere decir. Normalmente, cuando iba de gira a una ciudad equis de Latinoamérica, el promotor o unos músicos amigos o alguien me quería llevar a un club de rock del lugar, pero hace tiempo que decidí que ese lugar no era para mí. No por nada, sino porque me parecía un lugar no apropiado para ir después de un concierto. Entonces empecé a visitar cantinas y salas de baile en Latinoamérica, queriendo escuchar la música autóctona de cada país y a ser posible con músicos tocando encima de un escenario o entre las mesas. En muchos de estos sitios te dan de comer, te dan bebidas… Y, además, principalmente, una de las cosas que más me gustaba es que no me solía conocer absolutamente nadie.

 

¿Es fastidioso llegar a un sitio y que pongan tu canción?
Sí. Y en vez de estar disfrutando tú y relajado después de un concierto, al final no supone un relajamiento, sino que tienes que estar atendiendo a la gente. Poder sentarte en una mesa, como estoy aquí ahora mismo, y observar la fauna que suele visitar esos lugares, es un privilegio y te haces los oídos a otras músicas.

 

La elección de la cantina, decadente con pretensiones de elegancia, y su fauna, ¿es también algo de personajes perdedores?
Claro. Por ejemplo, “Te puedes a todo acostumbrar” claramente entraría dentro de esa categoría y muy exactamente tal y como la has definido. Estaba pensando en más canciones, pero creo que hay otras que no entrarían dentro de esa categoría, porque “Para llegar hasta aquí”, por ejemplo, sería una canción muy de autoafirmación. “Saliendo del arrabal” sí que podría entrar dentro de esa categoría, pero “Las chingadas ganas de llorar” para nada, porque es una canción de amor, de celebración y de compromiso. “Serpiente” es una canción que yo creo que apunta en muchas direcciones, no es una canción con un protagonista. De hecho, yo te diría que hay diferentes frentes a los que se apunta, y aquí está pegando tiros en todas las direcciones. “Cuentas pendientes” creo que es una metacanción sobre el hecho de escribir, el acto creativo. “Como una sombra” es una canción sobre la pérdida. Y la última, “El baile de los disfraces y la tentación”, yo creo que tampoco entraría dentro. Creo que hay dos al final que, en realidad, sí entrarían dentro de esa categoría.

 

¿“Serpiente” es una canción social?
Tiene algo de social porque va apuntando a diferentes individuos, personas, personalidades, o grupos de personas. Parece que engloba a la sociedad, pero no; yo no tengo ese enfrentamiento con la sociedad, ni siquiera estoy enfrentado a nadie. La canción solo apunta y señala a diferentes frentes.

 

Dices en “Serpiente” ser «muy viejo para aprender el nombre de un nuevo criminal» y «muy joven para la formalidad»
Empecé diciendo lo de «muy viejo para aprender el nombre de un nuevo criminal», pero luego pensé que no me apetecía poner que me sentía muy viejo, porque me iban a preguntar por ello. Y lo de «muy joven para la formalidad» lo puse así para, de alguna forma, corregir el que alguien pensara que es que me siento viejo. Yo me siento muy viejo para seguir los periódicos y las chapuzas de los crímenes de nuestros políticos de hoy y de ayer. Ya me da igual lo que hagan.

«Considero el esfuerzo como una parte sustancial para dejar una obra considerable»

 

De “Como una sombra” cuentas que ha sido una canción dura sobre la pérdida. ¿Cómo guardas la distancia cuando compones un tema así, entre lo personal y lo que expones?
Hay un puñado de canciones que he compuesto a lo largo de los años en las que me he involucrado, y se podría decir que son de las de verdad, de sangre en las pistas. Son canciones que he tenido la necesidad de escribir, pero no tengo ninguna necesidad de cantarlas otra vez. Digamos que he querido que existieran, pero no tengo ninguna intención de volverlas a cantar nunca más.

 

¿Como por ejemplo “San Cosme y San Damián”, que la has cantado poco en directo?
No voy a citar exactamente cuáles son, pero hay canciones que no he cantado nunca. “San Cosme y San Damián” la he llegado a cantar, pero hay algunas que nunca.

 

Un porcentaje de talento, otro de suerte

Respecto a “Te puedes a todo acostumbrar”, ¿no hay cosa más triste en la vida que el talento desperdiciado, tal y como le decía Lorenzo (Robert de Niro) a su hijo Calogero (Francis Capra) en Una historia del Bronx?
Es exactamente de lo que habla esa canción. Parto de que, obviamente, todos tenemos talento, todos somos artistas, pero hay quienes, además de tener talento y de ser verdaderos artistas, tenían sueños, y esos sueños los dejaron abandonados o los dejaron pasar por circunstancias, por la bohemia en exceso y el no saber apartarse de ella en su momento, si es que les está impidiendo dejar una obra creativa. En realidad, no habla de nadie en concreto, sino de varias personas que he conocido que pensaban que tenían un talento tan desbordante que, en algún momento, alguien los tendría que descubrir porque, ¿cómo no rendirse ante tanto talento?

 

¿Más vale suerte que talento?
La suerte es, por lo menos, un noventa y nueve por ciento parte del trabajo, pero la suerte hay que provocarla. Si no existe trabajo, no hay posibilidad de suerte. No te va a tocar la lotería si no bajas de tu casa y te compras un billete. Es incuestionable. La parte de esfuerzo y de trabajo es muy importante en la creatividad. La obra que dejó Picasso es abrumadora, brutal. Contabilizas los cuadros y dibujos y hay más cuadros y dibujos que días que vivió. Considero el esfuerzo como una parte sustancial para dejar una obra considerable. Talento, insisto, yo creo que lo tenemos todos en mayor o en menor medida; hay gente que tiene un talento deslumbrante absolutamente y, a lo mejor, con mucho menos esfuerzo, consigue una obra que nos deslumbra absolutamente a todos. Pero en general suelen ser los menos.

 

Cuando uno, después de tanto tiempo y trabajo, acaba cansándose y se baja de un escenario, ¿se pregunta si merece la pena abandonar?
Bueno, yo he tenido varias crisis en las que he considerado abandonar. Te diría que dos claras y una semiclara. Después de dejar Héroes, fue la semiclara. Y luego, las dos claras fueron después de bajarme en Zuera —cancelando el tour que quedaba de El viaje a ninguna parte— y en la gira del treinta y cinco aniversario. Pero en ninguna de ellas lo que entraba en consideración era dejar de escribir canciones o dejar de ser creativo en alguna dirección. Lo que entraba generalmente era los conciertos, que ha sido siempre mi gran duda: si hacer conciertos o dejar de hacer conciertos.

 

O hacer menos.
He llegado ahora a esta conclusión de hacer menos, a ver qué tal se vive. Y haciendo menos, lo que he descubierto es la cantidad de tiempo que tengo. Yo hacía giras superlargas, terminaba de grabar un disco y venía una gira de un año y medio o dos, y aunque había espacios entre medias, tenía menos tiempo para escribir. En los últimos cinco años he sacado cuatro discos y medio y tres libros (el siguiente poemario saldrá en otoño). Yo creo que en algún momento Warner o mi mánager me va a obligar a hacer una gira de tres años para que esté quieto–parado (risas).

 

Publicaste en el mismo año Posible y Curso de levitación intensivo. Creo que te advirtieron que aquello no era comercialmente recomendable.
Y no lo era.

 

Pero salió.
Salir, salió. Curso de levitación intensivo es el disco menos escuchado de mi carrera con mucha diferencia. Posible, de alguna forma, pilló a todo el mundo un poco descolocado por la pandemia, pero cuando salió Curso de levitación intensivo ya estábamos todos supermetidos en la mierda. Además, con Curso de levitación intensivo no salió con ningún single de adelanto, salió entero. O sea, tuvo una serie de cosas que ha hecho que sea un disco que se haya escuchado poco.

 

Accidentes, caprichos de la conciencia al despertar

Hablas en Cuentas pendientes de un «fugitivo de cuerpo presente», de diferenciar si vienes huyendo o si has vuelto a caer. ¿Hablas de la huida?
Más que huida, de movimiento. No es que esté escapándome de algo, sino que acepto el movimiento como lugar habitable. No estoy aquí para quedarme, sino que estoy aquí de paso, y eso puede implicar el sonido de un disco, la producción, el género, pero también hay algo en lo físico, en que me gusta estar en movimiento. Me gusta viajar, me gusta conocer y disfrutar, y tener esa sensación de no pertenencia o de pertenencia al movimiento, al camino.

 

¿Por qué el gallo?
El gallo es un accidente, pero también era una idea que estaba ya en mi cabeza, porque apareció en un sueño en el que yo en la portada salía con un gallo en los brazos. Esa era mi portada y la tenía. Y cuando fuimos a La Habana a hacer la sesión de fotos, a una amiga, que era la que nos estaba acompañando y haciendo un poco de Cicerone, le conté esta idea y me dijo que su novio arquitecto le estaba construyendo una casa a un tipo a las afueras. Bueno, pues el que vigilaba la casa era un entrenador de gallos de pelea. Así que fuimos a la casa del guarda a proponerle si le parecía bien que nos hiciéramos una foto con alguno de sus gallos e hicimos la sesión en su casa.

 

¿Pero el gallo simboliza algo o simplemente viene por el sueño?
Viene por el sueño, porque los gallos de pelea en cierto modo me parece que tenían una parte de simbología, incluso de tradición repudiada latinoamericana. Y bueno, lo de las peleas… La pelea siempre es un símbolo de la vida.

 

Santiago Auserón dice que él es hijo del rock y del son. ¿De quién eres hijo tú?
Pues te iba a decir que soy hijo del rock, pero es que, a día de hoy, me considero hijo de la canción popular. La canción popular se puede vestir de mil trajes diferentes, y para mí son colores en una paleta para utilizar. No tengo demasiada consideración porque esté obligado a hacer ningún género concreto. Y si te digo la verdad, el rock no es mi perro. O siento que el rock no es mi perro y no le tengo por qué dar de comer. El rock vive independientemente de mí y siento que estoy intentando hacer una carrera en la que el género sea yo.

 

¿El género Bunbury?
Sí, que los discos, haga el género que haga, suenen a mí por encima de que esté interpretando una bossa nova o esté acercándome al jazz o a la electrónica, al rock and roll primitivo, al country o al heavy metal.

 

“La hiedra” de Alis no viene del folclore precisamente…
Viene de un disco electrónico (Fracciones) y la hemos transformado en una bossa nova-rumba.

 

¿Por qué esta canción?
Es otro accidente. Yo había escuchado ese disco de Alis, que me gustó mucho, y mientras estaba componiendo este álbum me dediqué a sacar esa canción, “La hiedra”; la tocaba con la guitarra, empecé tocándola yo solo, y de repente dije: «bueno, voy a grabar esto que estoy tocando», y empecé a hacer una adaptación en mi estudio. Ya tenía las características que tiene en el disco, el aire de bossa nova y la cosa medio rumbera. Hice una demo, que es la que le pasé a los músicos, y eso es lo que trasladamos, tocada por ellos mucho mejor que cuando la toqué yo. Pero era una idea que circulaba mientras estaba componiendo otras canciones, y escuchándolas con el conjunto me parecía que pertenecían al mismo mundo sin ningún problema. Estaba conviviendo en el espacio-tiempo con las otras canciones.

 

¿No hay una bola extra?
No, porque no se grabó una canción extra. A veces me produce cierto fastidio cuando la compañía discográfica, Apple o alguien me pide una cara B. Pero si ahí tienen el disco, ¿por qué están interesados tanto en esa canción? «No, pero es que esas ya están ahí, en el streaming, para todo el mundo». Bueno, acabo de sacar un disco. ¿Eso no sirve? Parece que tienen más interés en una inédita que en diez «éditas». ¿Algo nuevo? Diez canciones acabo de sacar.

«En muchas de las canciones que he escrito me dejo la sangre y las vísceras literalmente»

 

«¿Cuánto tiempo nos queda? Solo es curiosidad»

Comienzas gira de presentación de Cuentas pendientes y lo haces con El Huracán Ambulante por el vigésimo aniversario de El viaje a ninguna parte. ¿Fue casualidad o algo premeditado? Cuentas pendientes, aunque grabado con músicos de estudio, se acerca a un sonido que puede estar cercano al del El Huracán Ambulante…
No te pienses que tanto. Vamos a tener que hacer algunas transformaciones. Musicalmente, en este disco no hay ningún metal ni hay ningún violín. Las características de El Huracán Ambulante son muy concretas. Particularmente es un proyecto que a mí me emociona, que el disco se vaya a interpretar en directo y que las canciones que elegimos no van a ser exactamente como el disco, porque el disco es una cosa y el directo es otra. Que en realidad debería de ser siempre así.

 

Bueno, es lo esperado.
Es que esa obsesión por… «¿Esto cómo lo vas a poder hacer en directo?» Porque es que no tengo por qué hacer eso, puedo hacer otra cosa.

 

“El baile de los disfraces y la tentación” la firmáis tú y Copi, teclista de El Huracán Ambulante.
Sí. Esto además es antes de que se hablara siquiera de una reunión con El Huracán Ambulante. Copi me mandó una secuencia de acordes grabados con el teléfono, corté un trozo y sobre él escribí la estrofa, y luego continué la canción. Me hizo mucha ilusión, y yo creo que a él también, porque no sabía que yo iba a hacer una canción. Me lo mandó y le dije que era muy bonito. Pasaron dos meses y se la enseñé, le gustó mucho y se emocionó porque no se lo imaginaba, ni siquiera creo que me lo mandara para que yo hiciera una canción, sino para que lo escuchara.

 

¿Te quedan cuentas pendientes por saldar?
Espero que haya discos por delante, canciones que me queden por escribir. Lo que está claro es que, matemáticamente, me quedan menos discos por hacer de los que he hecho, y además bastantes menos.

 

¿Cómo haces esa cuenta?
Bueno, pues porque llevo casi cuarenta años haciendo discos, y cuarenta años más no creo que esté. El otro día anuncié que a los noventa años definitivamente me bajaría del escenario, si no antes. Pero por obligación, por prescripción médica. Quiero decir que no salen las cuentas para que grabe muchos más. Entonces, bueno, pues tampoco pasa nada. Hay que aceptar el paso del tiempo y yo lo acepto además de muy buen grado. Pero a lo que voy es que tengo cuentas pendientes, tengo discos que quiero hacer todavía, tengo ideas, me queda alguna idea suelta para hacer algo más. E intención. Son las dos cosas que se necesitan: las ganas de hacerlo y tener alguna idea.

Artículos relacionados