En el ángulo muerto: Lo siniestro de volver al Comercial

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“Gran parte de las entregas de ‘Músicos en la sombra’ arrancaban en el mismo escenario, una tarde de invierno en la que Madrid estaba ya a oscuras y detrás del cristal se veía el cruce de luces de los coches que atravesaban la Glorieta de Bilbao”

 

Sin más pretensión que detener la mirada, y adueñándose del título de una de las canciones de José Ignacio Lapido, Arancha Moreno arranca una nueva sección que inicia con el cierre de uno de los cafés más emblemáticos de la historia de Madrid.

 

 

Texto: ARANCHA MORENO.

 

«Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección». Ernesto Sábato.

 

Tal vez le fallara el café. Quizá fuera demasiado grande, demasiado bullicioso y demasiado caro, pero hay lugares tan humanos que puedes perdonárselo todo. El Café Comercial no era perfecto, pero entre sus techos altos, sus paredes de espejos, sus libros en fila india y sus pesadas mesas de mármol se respiraba calidez. Tanta, que acabó convirtiéndose en el refugio de muchas de mis entrevistas para este diario, aunque las cafeteras silbasen detrás de cada pregunta, y los platos y vasos chocasen debajo de cada respuesta.

Gran parte de las entregas de “Músicos en la sombra” arrancaban en el mismo escenario, una tarde de invierno en la que Madrid estaba ya a oscuras y detrás del cristal se veía el cruce de luces de los coches que atravesaban la Glorieta de Bilbao. A veces delante de un café y otras delante de una copa de vino, o una cerveza. Allí me encontré con Pablo Novoa, Begoña Larrañaga, José Bruno, Laura Gómez Palma, Toni Brunet, Josu García, Santi Comet… Siempre había una grabadora funcionando, y una conversación que solía arrancar con pudor y terminaba siendo distendida. Entre el REC y el STOP sucede algo indescriptible, que uno trata de reflejar con la mayor fidelidad posible en un texto, pero que cuesta explicar a quien no estuvo allí. La última vez que intenté describirlo fue hace poco más de un mes, para una entrevista que verá la luz en el próximo número de «Cuadernos Efe Eme». Fueron tres horas de charla, con paradas para fumar –él– y respirar –yo–, muchos minutos que reviví después, al escuchar la conversación sobre aquel ruido de fondo que tan bien recuerdo. Entonces no sabía que nunca volvería a sentarme allí. De haberlo sabido hubiese tratado de empaparme de cada detalle del local, para intentar memorizarlo para siempre. Pero la vida no suele avisar, y esta vez tampoco.

“En el ángulo muerto”, nombre de esta nueva sección robado –con su permiso­­– al maestro José Ignacio Lapido, se gestó en mi cabeza una mañana de abril, paseando muy cerca del Comercial. Bajaba por la calle Fuencarral cuando reparé en un escaparate vacío que me resultó familiar. De aquella tienda solo quedaba el rótulo, Bazar Matey. Solo había entrado a verla un par de veces, pero muchas otras me paraba a mirar el escaparate, a contemplar las maquetas, los trenes eléctricos y los coches en miniatura. Sabía, por la recomendable biografía que publicó Juan Bosco Ussía, que Antonio Vega era cliente habitual de aquella tienda. En “Antonio Vega. Mis cuatro estaciones” (Lunwerg, 2009), Bosco cuenta que el músico tenía una maqueta enorme en su casa, con la que se pasaba las horas muertas, y gran parte del material lo había comprado en ese bazar. Canciones como ‘Lucha de gigantes’, ‘Se dejaba llevar por ti’ o ‘Chica de ayer’ acababan financiándole una locomotora o una hilera de vagones. Caprichoso círculo.

 

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Aquella mañana, frente al escaparate vacío, me pregunté qué pensaría Antonio si hubiese vivido el cierre de una de sus tiendas favoritas –que aún tiene su réplica en la calle Santísima Trinidad–, como me pregunto ahora qué pensará la gente de la calle, qué pensarán los escritores, los músicos y artistas que pasaron tantos momentos en el Comercial. Trato de imaginar qué sucedería si los que ya no están pudiesen regresar por un momento y descubriesen que el Madrid que dejaron atrás ya no existe. Ya no nos sobrevive el paisaje urbano, y los lugares inmortalizados en blanco y negro apenas se cuentan con los dedos de una mano. Tal vez, como dice Ernesto Sábato, sea levemente siniestro volver a esos lugares que fueron testigos de un instante de perfección, quién sabe. Pero reconfortaba saber que existían rincones capaces de abrigar de generación en generación. No sé si estamos matando Madrid, pero de alguna forma lo estamos dejando morir.

 

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