Empujar el sol, de Dioni Porta

Autor:

LIBROS

«Una novela fácil de leer y atractiva, pero a la vez profunda»

 

Dioni Porta
Empujar el sol
PEPITAS DE CALABAZA, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hace tiempo que no encuentro una novela tan fácil de leer y tan atractiva —pero a la vez tan profunda— como Empujar el sol. Suelen tirar hacia un lado o hacia el otro; pero esta historia de jubilados es a la vez llana y honda. Empezamos con Estanis, ahí lo tenemos, un septuagenario que vive con su mujer, Cloti, y su cuñada, Elvira —ambas en esas sillas de ruedas electrónicas— en un segundo piso de un edificio de la parte baja del barrio barcelonés de Gracia.

Un día en que el temporal Gloria deja a la ciudad hecha cisco, le cae una maceta desde el piso superior, donde vive el doctor Canet, especialista en epidemias, pocos días antes de que la pandemia lo trastoque todo. En el primer piso se han instalado Celeste y Jordi, que regentan una academia de teatro en el gran patio de que disponen, aunque su misión prioritaria es esconder a algunos inmigrantes que no tienen papeles. Esta es la situación del edificio de tres plantas en el que Estanis vive.

En la calle, todo es más animado, sobre todo en el Bar Danubio, al que Estanis suele acudir a jugar al ajedrez —hay una liga cerrada— y al póker. El bar lo regenta Jakob, con mano izquierda a la vez que firme, y acoge a una serie de parroquianos, destartalados algunos, amigos entre sí. En la calle ocurren cosas entre las que Estanis se mueve como pez en el agua. Lo malo es que sus compromisos familiares apenas lo dejan salir.

Su día a día es muy curioso. Controla cuándo va a aparecer el sol y por donde —sus ventanas parecen estar encaradas al este— y lo recibe con unos ejercicios mitad taichí, mitad yoga. Después Cloti y Elvira se van despertando y aparecen por casa en días alternos, o Taylor o Laura, los asistentes que actúan según las necesidades del trío: o limpian o cocinan o las dos cosas. En los días con desgana se quedan fumando —compulsivos que son— en casa, en los días con ánimos, van a dar un paseo que los puede llevar al cine, a tomar chocolate con churros o a la librería Umbría, regentada por la extrovertida Adelaida. Estanis, a veces, intenta contactar con su hijo Guille, que vive en Londres y con el que no tiene una relación muy estrecha.

Van ocurriendo cosas, que a lo mejor no tienen una solución de continuidad. O a lo mejor sí, como en la vida. Rodeando a un contenedor encuentran innumerables bolsos, algún maletín que se agencia Estanis, con la tarjeta de su propietario dentro. Lambert, el amigo de Estanis, también trabaja con objetos antiguos. Hace cincuenta años que lleva recortando todas las cosas que le interesan —tiene una habitación hasta el techo— y los está digitalizando.

En ocasiones aparecen destellos del pasado —Estanis está atenazado por su cuñada, algo ocurrió—, en ocasiones el COVID está a punto de despertarse, como el sol cada mañana. Y la vida sigue pasando. Compañeros de bar que están ingresados, peleas y enfados, la celebración del cumpleaños de Cloti, que no quiere que sea en San Sebastián —donde vivió— sino en una masía del Montseny.

Entre las muchas columnas vertebrales del relato, está es una de las más firmes. En el fondo, es una historia de amor, un amor que ya no es emoción, pero es compromiso, es seguir acariciando a quien durante años nos ha dado la vida, para ahora dársela nosotros. También es firme el elogio de los septuagenarios, aún llenos de ilusiones, proyectos, ganas. Y, entre muchos otros ejes temáticos, la vida de barrio, la gente que conocemos, nuestros espacios, las tiendas de toda la vida, esas que deben de conservarse. Empujar el sol tiene, en esencia, poca estructura literaria, pero las cosas van sucediendo. Y suceden porque la vida es más amplia que la novela.

Anterior crítica de libros: Historiones de la geografía, de Diego González.

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