DISCOS
«Un puñetazo de punk rock visceral, aderezado con la acidez del indie y la crudeza del garaje. Una mezcla explosiva que no deja indiferente»
Derbi Junior
El vi que alimenta
AUTOEDITADO, 2025
Texto: SENDOA BILBAO.
Al darle al play a “Oblit i joia”, uno es inmediatamente absorbido por la atmósfera particular de Derbi Junior. Ese redoble de batería en el primer segundo no es solo un golpe rítmico, sino una declaración de principios, una invitación contundente y expresiva a adentrarse en su universo sonoro. De alguna manera, este inicio me retrotrae a la efervescencia de finales de la década de los noventa, cuando los sellos independientes, con la generosidad de quien descubre un tesoro, nos regalaban discos de promo que desvelaban joyas alternativas ocultas para el gran público, bandas que parecían respirar el mismo aire enrarecido de nuestras calles.
“Grupdepersonestravessantelcarrer.jpg”, con ese título que evoca una escena cotidiana elevada a la categoría de arte efímero, se erige como un himno instantáneo, una melodía que activa la memoria muscular de aquellos que alguna vez soñaron con zapatillas de puntera de goma y pantalones ajustados, la liturgia de una generación que encontraba en la música un refugio y una forma de resistencia. Es la banda sonora perfecta para encerrarse en la habitación, cascos puestos, y dejarse llevar por esa frustración adolescente, por esos pensamientos recurrentes sobre alguien especial mientras se divaga mentalmente por los pasos de cebra de “la ciutat dels Sants”, hasta que la intensidad sonora te atrapa y te lanza contra el techo en un súbito acelerón emocional, como un choque inesperado contra la realidad.
La crudeza palpable con la que fue grabada en su propio local, contando con la complicidad cómplice de Marc Fernández, no hace sino añadir una capa extra de autenticidad, una sensación de urgencia y verdad que emana directamente de las entrañas de la banda, sin filtros ni concesiones.
Así empieza este álbum, como un trago directo a la médula sonora de Derbi Junior. Con Joan Marc, empuñando las guitarras y desgranando las voces con una honestidad que desarma, y Roger Orriols, marcando el pulso a la batería y sumando también su voz al crisol sonoro, este álbum autoeditado se siente como la culminación natural de esa conexión creativa que germinó hace dos años en la siempre efervescente Barcelona. Su propia definición de “Derbi Junior” como un “enfrentamiento creativo amistoso” resuena con fuerza en cada uno de los diez cortes que componen el álbum, una dialéctica sonora donde la tensión y la armonía se entrelazan de forma fascinante. Se palpa esa energía eléctrica que inevitablemente surge de la confrontación de ideas, esa necesidad visceral de dar forma sonora a sus inquietudes, a sus particulares maneras de entender y sentir el mundo que les rodea, un universo a menudo áspero pero siempre intensamente vivido.
Desde los pagos del Lluçanès hasta el bullicio cosmopolita de Barcelona, Derbi Junior irrumpe en la escena con el vi que alimenta un disco de debut que se bebe de un trago, dejando un regusto amargo pero intensamente satisfactorio, como esos licores que queman la garganta pero dejan una calidez duradera. Joan Marc (voz y guitarra) y Roger Orriols (batería y coros), curtidos veteranos de la escena underground catalana con proyectos como Manila y Nyandú a sus espaldas, han destilado diez canciones que son un puñetazo de punk rock visceral aderezado con la acidez del indie y la crudeza del garaje, una mezcla explosiva que no deja indiferente.
La siguiente parada, “el vi que alimenta”, nos recibe con una cadencia inicialmente más cercana al indie, una suerte de calma tensa antes de la tormenta sónica. Sin embargo, la canción evoluciona con una naturalidad pasmosa hacia terrenos más rocosos, con un alma pop que emerge con fuerza en el estribillo, como un grito ahogado que finalmente encuentra su cauce. Es un placer escuchar cómo las palabras fluyen cuesta abajo, con esa imaginería poderosa y evocadora: «Un monstre en el ventre /Hi ha un home caminant sol / Som glòria, tempesta / El vi que alimenta». Esta dualidad estilística no se siente forzada, sino como una exploración orgánica de diferentes texturas sonoras, como si la propia canción respirara y cambiara de piel.
Al llegar a “Les hores mortes”, uno se encuentra de nuevo vagando por esos escenarios urbanos familiares, esos barrios donde la vida transcurre a un ritmo pausado, donde las horas se diluyen en la contemplación melancólica, como aquellos personajes de Trainspotting observando el pasar de los trenes, trenes que quizá simbolizan las oportunidades perdidas o los caminos no tomados. Para uno, quizá, esos trenes representan la huida constante, un horizonte que siempre se aleja, dejando tras de sí una estela de vacío. La delicadeza emerge con fuerza en “Un altre cop a Venus”, una pieza donde las paradas musicales inesperadas, las guitarras que tejen un tapiz sonoro incesante y una batería que golpea con una solidez palpable transforman un lamento inicial en un graznido de resistencia, frente a las inevitables tormentas que acechan en el horizonte vital, esos desafíos que nos obligan a sacar fuerzas de flaqueza.
La canción “Verd avellaner”, que lleva la firma lírica de Mar Pujol, posee una cualidad especial que remite, en su manera de modular las estrofas entre la distorsión envolvente de las guitarras y las voces dobladas con un eco casi espectral, a la atmósfera melancólica y a la vez potente de la banda Unfinished Sympathy. Hay una forma de contener y liberar la tensión que resulta particularmente evocadora, como un secreto susurrado al oído en medio del ruido. Con “Foravila”, Derbi Junior demuestra una vez más su capacidad para reinventar las formas de contar historias cotidianas a través de la música. Esos puentes instrumentales que crecen en intensidad, como olas sonoras que rompen en un estribillo catártico, invitan a la comunión vocal, a corear colectivamente esas dudas inherentes al día a día, a la experiencia de vivir en las afueras, con esos pequeños rituales como volver a grabar un nombre en una farola, como una marca territorial en el paisaje sentimental. Y finalmente, dejan para el cierre una reflexión sobre el paso del tiempo y la vulnerabilidad compartida en «Ja no ens farem més mal / Vull que m’ensenyis a donar la cara», una declaración de intenciones sobre la necesidad de afrontar el futuro con valentía y honestidad.
En cuanto a la producción, el trabajo a tres bandas con Marc Fernández, Santi García y Ferran Orriols ha logrado un sonido crudo pero definido, que captura la energía del directo sin sacrificar la claridad de las melodías, un equilibrio difícil de alcanzar pero que aquí se consigue con maestría. El resultado es un álbum visceral y adictivo que se siente honesto y sin artificios, como una conversación sincera en un bar a altas horas de la noche.
El vi que alimenta es más que un debut; es una declaración de intenciones de una banda con mucho que decir y una forma muy particular de decirlo. Con letras que radiografían la realidad contemporánea con ironía y crudeza, y una propuesta musical que bebe del punk, el indie y el garage sin complejos, Derbi Junior se presenta como una bocanada de aire fresco, un grito necesario en una escena a menudo saturada de fórmulas predecibles.
En la escucha completa de este disco, he revivido esa sensación de impotencia, esa incertidumbre que precede a la madurez plena, la crudeza y la belleza imperfecta de las calles que fueron nuestro campo de aprendizaje vital. He vuelto a sentir la emoción de los encuentros casuales con aquellas personas que despertaban nuestro interés en las esquinas, ese cruce fortuito con la vida misma y esa mezcla de esperanza y resignación ante lo que el futuro pudiera deparar. Las imágenes de películas como Gumbo, Kids, Ken Park, Nowhere, Buffalo 66 o Rebeldes han desfilado por mi mente como fotogramas de una época similar, de una intensidad juvenil palpable, donde la música era un faro en la oscuridad. Es como si volviera a bajar las escaleras hasta el quiosco del barrio para comprar esa revista que contenía la llave de un nuevo universo musical, para abrir el disco con la curiosidad intacta y descubrir, una vez más, que quizá sean estos músicos, que provienen de un lugar no tan lejano, quienes mejor comprenden las complejidades de la vida en este entorno, incluso mejor de lo que yo mismo podría articular.
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Anterior crítica de disco: Rowing up river to get our names back, de Anthony Joseph.