El rumor eterno de la autopista, de Flamaradas

Autor:

DISCOS

«Como un Nick Cave mediterráneo, como un poeta romántico, sabe extraer el oro de lo desgastado»

 

Flamaradas
El rumor eterno de la autopista
EL GENIO EQUIVOCADO, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Se agradece que, en este mundo que tiende a la regulación creativa, todavía subsistan artistas que optan por la heterodoxia. Músicos que, partiendo de las mismas bases e influencias que muchos otros de sus colegas, las llevan a resultados diferentes, tocados por un hálito de magia especial. Es el caso de Dani Flamaradas. Y de muchos de sus colegas del Baix Llobregat, como Joe Crepúsculo, La Estrella de David o Primogénito López. A saber qué les dará esa combinación de río, naves industriales y autopistas, esa autopista que da título al disco y que recorren chicos invisibles que son, a su manera, objetores del sistema.

Flamaradas opta por vestir de hispano el aire de los suburbios. Uno descubre, extasiado, cómo el espíritu de Falla o de Granados está sólidamente aferrado a “Cuando los anarquistas podían ser banderilleros”, dedicada a los dos banderilleros anarquistas enterrados en la misma fosa que García Lorca. El ritmo, la construcción y la melodía son los de El amor brujo o El sombrero de tres picos. Aunque obras muy diferentes, ambas buscan su cuerpo en la misma esencia de lo popular.

Miles de influencias recorren cada canción, que el grupo depura hasta un todo armónico regado por la lluvia del extrarradio. En “Farolillo de las vidas breves” está algo muy tradicional que se mezcla con Ennio Morricone, que recuerda a la copla, que evoca a Triana. A menos revoluciones, pero lo que consiguió La Búsqueda con su primer elepé, aquí vuelve a alcanzarse.

También aparece Corcobado, como haciendo de Chicho Sánchez Ferlosio —ciertos cantautores también son afines— en “La jaula (lamento del cantante cautivo)”, con percusión lánguida y monótona y significativa letra. De hecho, las letras en este, su cuarto disco, parecen mucho más melancólicas, y más tristes esos cañaverales de “Perro rojo”, y más apagadas esas carreteras, más peligrosas.

También hay sitio para la melodía y el tratamiento más convencionales, si eso es posible en el caso de Daniel Magallón. Dos preciosidades: “Casas en la arena” envuelta en simbolismos abstractos y, sobre todo, “Gotas de mar”, deliberadamente camp, marcada por el bolero y los apalanques de Gato Pérez, llena de elegancia, de plantilla crooner, de savoir faire.

Flamaradas lo ha vuelto a hacer. Construye ese disco que es la banda sonora perfecta del último tramo del Llobregat, con su impudor natural, su Mercabarna a un lado y sus huertas de alcachofas al otro, sus pequeñas lagunas y humedales. Como un Nick Cave mediterráneo, como un poeta romántico, sabe extraer el oro de lo desgastado, de lo que se marchita fuera de los ojos del hombre.

Anterior crítica de discos: El verano será eterno, de Sofía Comas.

Artículos relacionados