El resto de mi vida, de Juniper Moon

Autor:

DISCOS

«Eran unos adolescentes que hablaban de su ciudad, el instituto y sus sentimientos, y lo hacían con clase y desde lo más básico»

 

Juniper Moon
El resto de mi vida (reedición)
ELEFANT RECORDS, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Uno, en la época, cuando compró el primer epé de Juniper Moon lo veía como un grupo más de la escudería Elefant, con un temazo enérgico y sin complejos que era “¿Volverás?”. Hoy, años después, se ha demostrado como un grupo de esos irrepetibles, con poca obra, fuera de su época. Una rara avis de esas que, de tanto en tanto, son un rayo fugaz en el pop español.

Venían de Ponferrada y eran apenas adolescentes cuando irrumpieron en la escena de canciones sencillas e ingenuas que se dio a finales de los 90. Su estreno con “Volverás” fue un impacto por su desparpajo y energía. Algunos hablaban de ñoñería, la voz de Sandra —marcadamente infantil— no les dejaba ver el bosque de canciones sin aditivo, con vitaminas para los oídos. Ni comprendían que ese es el espíritu del pop: adolescencia, disparar todo lo que bulle dentro y guitarras a piñón. Lo de recargarlo ya vino después, en principio se trataba de disparar.

Su carrera no fue corta —casi ocho años—, pero sí escasa en referencias: tres singles, alguna canción en recopilatorios y un elepé, que únicamente apareció en formato cedé, aunque el máster para el vinilo —con una canción extra— ya estaba preparado. Para conmemorar el 25 aniversario de su sello se editó un doble vinilo con todas sus grabaciones que voló en un instante. El que se reedita ahora es el elepé tal como iba a aparecer en 2002. Catorce canciones y el tema extra, que se acompañan de una descarga donde se completa la colección de singles.

Ahí tenemos la que da título al disco, optimista en su letra, con su riff adictivo y jugoso y que hubiera merecido una versión de Los Flechazos si hubieran seguido. O “Me siento mejor”, en la que de nuevo un riff efervescente va creciendo y haciendo cada vez más sólida la canción. O ese “Madrid” que no desmerecería en los TCR más pop. Historias juveniles, como en “Rutina”, con su poquito de angst y su refugio en las drogas, o “Solo una sonrisa”, con todas las virtudes de ese espíritu amateur que no piensa más que en las canciones.

En lo demás, cierto cambio de tono que en ocasiones se recrea en paisajes acústicos y plácidos. “Un sueño tan solo eso”, hecha de guitarra y teclado, recuerda algo a La Buena Vida, y “8 meses en globo” es una pequeña joya melódica, un caramelo picante. Pero lo normal es que recuerden a la línea que pasa por Los Nikis e incluso por los olvidados Terry IV, que ellos no debían ni de saber quiénes eran, pero que resultan modelo en canciones como “16 de septiembre” —que, aunque abre a toda tralla, acaba como una balada— o “Enfermedad”.

En definitiva, no eran más que unos adolescentes que hablaban de su ciudad, el instituto y sus sentimientos, y lo hacían con clase y desde lo más básico. El sueño de todo amante del pop que continúa, porque Iván y Eva siguen con otro de esos grupos de jugosos caramelos: Linda Guilala.

Anterior crítica de discos: Straight songs of sorrow, de Mark Lanegan.

 

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