El oro y el fango: Pon un muerto en tu mesa

Autor:

borja-cuellar-02-08-13

«Muchos agradecerían que ahora, mientras sus corazones laten, sus pulmones bombean aire, sus cerebros rigen, tienen obra nueva y tocan en directo, se les prestara la misma atención que el inevitable día en que la espichen»

 

J.J. Cale fue ignorado por la prensa generalista española mientras vivía, pero de la noticia de su muerte se hicieron eco multitud de medios… A propósito de cómo los artistas interesan más muertos que vivos, reflexiona Juan Puchades en esta entrega de «El oro y el fango».

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Una de las revelaciones más fascinantes que internet le ha aportado a los medios (gracias a conocer el número exacto de visitas de cada entrada), es que a la gente le gustan los muertos. Pero mucho. Sí, los muertos parece que son un imán para todos nosotros. Auténtica atracción fatal para el que está al otro lado de la pantalla, y alegría para el que publica, que sabe que si palma alguien con gancho popular, ese día (y con suerte también el siguiente) hace su agosto en términos de visitas. Puede parecer una exageración fruto del humor negro, pero es completamente cierto.

El sábado pasado, tras algunas horas de confusión, trascendió la noticia de la muerte de J.J. Cale el día anterior. Estoy seguro de que el grueso de los responsables de medios generalistas no tenían ni la menor idea de quién era este señor, pero imagino que alguien vio su nombre en una noticia internacional al lado del de Eric Clapton (que aunque no es el que fue todavía mantiene cierta popularidad, recuerdo de los tiempos de gloria) y se animó a dar cuenta del óbito por aquí. La maquinaria de la muerte se había puesto en marcha: por la tarde, todo tipo de medios se sumaban y ofrecían la información desde sus portadas. Hay que tener en cuenta que era sábado, día en el que flojean las noticias (afortunadamente los políticos nos dan algo de tregua los fines de semana), así que echando mano de Clapton, supongo que algunos probaron fortuna. Además, incluso las agencias de noticias se hicieron eco del deceso.

Que conste que pienso que J.J. Cale se merecía eso y mucho más, pero lo singular es que ¡vivo jamás logró tanto espacio en la prensa española! Se le ignoraba con absoluta indiferencia. Pero no solo estoy convencido de que el noventa y nuevo por ciento de quienes decidieron dar la noticia no habían oído jamás su nombre, es que si una semana antes les hubieran ofrecido una entrevista con él, la habrían rechazado sin dudarlo. Ni hablar de dar cuenta de un nuevo trabajo suyo. Por supuesto, de mencionar los títulos de tres de sus discos sin consultar la Wikipedia lo mejor es olvidarse. Pero muerto… ay, muerto el valor de Cale cotizaba al alza, podían ser páginas consultadas, y nadie está dispuesto a dejar pasar la oportunidad de animar las visitas de un anodino y sofocante sábado por la tarde de finales de julio.

Poco importan las razones por las que la gente tiene tanto interés por la muerte ajena (admiración, morbosa animadversión, curiosidad, comparar la edad del difunto con la que tienes tú y calcular los años que te quedan por vivir…) y además me parece bien que los medios le den a su audiencia aquello que puede interesarle, que de eso se trata. Pero no deja de resultar un tanto macabro que artistas de toda condición solo lleguen a la mesa de redacción de los medios generalistas cuando fallecen, y cuando lo hacen rara vez consiguen un titular de portada. Muchos agradecerían que ahora, mientras sus corazones laten, sus pulmones bombean aire, sus cerebros rigen con mayor o menor cordura, tienen obra nueva y tocan en directo, se les prestara la misma atención que el inevitable día en que la espichen. Sin embargo los espacios dedicados a la cultura (particularmente a la música) cada día se presentan más famélicos (cuando no abiertamente confundidos con otros temas que en momentos de mayor rigor editorial habrían acabado en las secciones de sociedad o miscelánea) y el creador, habitualmente, interesa más muerto que vivo. Muy muy triste. Aunque intuyo que el bueno de J.J. Cale, de haber visto lo visto, se habría echado unas risas, que humor no le faltaba.

Anterior entrega de El oro y el fango: Casi que prefiero no saberlo.

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