El oro y el fango: Más vale crítico conocido que prescriptor por conocer

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«Da muy mal rollo verse junto a concursantes de realities mierdosos, personajes del corazón o periodistas como la Griso en sus ‘momentos Actimel’. Tan mal rollo que me acuerdo inmediatamente de José Coronado y el ‘Bio’ aquel para evacuar con regularidad»

 

Una nueva corriente pretende que los críticos musicales sean denominados «prescriptores», Juan Puchades expone lo absurdo del asunto y se posiciona en contra de tal definición.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Los críticos y/o periodistas musicales somos gente peculiar: generalizando mucho, y yendo a polos opuestos, o permanecemos anclados en nuestro mundo inamovible, que es tanto como estar muerto, o vamos de «piterpanes» infatigables a la búsqueda de la fórmula musical de la eterna juventud, en cuyo caso, por no quedarnos solos y que se nos señale como elementos extraños y no deseables, lo que hacemos es dejarnos arrastrar por la corriente y ponernos a mirar allí donde (supuestamente) se cuecen las tendencias, donde la acción pone en movimiento a las mentes más (aparentemente) lúcidas del planeta al unísono. Que es tanto como hablar de Inglaterra y de su prensa musical (ayer en papel, hoy electrónica), madre de todas las madres modernas pop que en el mundo hayan sido: sus medios y las músicas que apoyan pueden resultar tan obsoletos como un teléfono de disco, pero, oiga, puestos a marcar el ritmo saben más que nadie y los demás (pobres paletos de la periferia musical europea que asumimos nuestra condición inclinándonos dócilmente mientras miramos a Cuenca) acogemos con regocijo sus sabias recomendaciones, bebemos sus certeras palabras, nos duchamos con sus profundas ideas.

El caso es que, viento de las «islas» mediante, de un tiempo para aquí cotiza al alza en la piel de toro el referirse al crítico musical de toda la vida como «prescriptor». Y a mí, qué quieren que les diga, me da la risa porque prescriptor, por muy rompedor que le resulte a algunos, me suena a viejo médico de pueblo, a añejo boticario de aldea: «Don Arturo, haga el favor, prescríbame algo para estas almorranas sangrantes que me están matando» o «Don Gerardo, mire que la perra está muy mal del moquillo, a ver qué puede prescribirme». Es que somos idiotas. Idiotas sin cerebro ni ideas propias, pero modernos a rabiar, eso sí.

Si uno busca en el diccionario de la RAE, prescriptor no aparece (¡la Academia siempre por detrás de las vanguardias!) y te redirigen al verbo «prescribir», que para no aburrir al lector viene a querer decir (en las dos acepciones primeras, que aquí fusiono y resumo): «Preceptuar, ordenar, determinar algo. Recetar, ordenar remedios». Y qué quieren que les diga, esas no parecen actividades a las que se dedique un crítico musical.

Si uno busca el «palabro» en cuestión en Google, la sorpresa es mayúscula porque sí, lo de ser prescriptor se lleva mucho, por ejemplo es habitual en el siempre temible ámbito del marketing. En una página con la que me he tropezado en las primeras posiciones de la búsqueda (esta misma) dicen así: «Los prescriptores pueden ser de cualquier sector de los medios de comunicación (ej. cantantes, personajes del corazón, concursantes de realities, etc.), pero los reyes son los deportistas que evocan liderazgo y competitividad. Los periodistas también suelen dar buen resultado (ej., Susana Griso para Actimel) pues transmiten credibilidad». Dicho de otro modo, un prescriptor es un «famoso» que recomienda un producto, o con más claridad: uno que poniendo su cara cobra por anunciar algo.

Mal rollete, ¿eh? Pues sí, da muy mal rollo verse junto a concursantes de realities mierdosos, personajes del corazón o periodistas como la Griso en sus «momentos Actimel». Tan mal rollo que me acuerdo inmediatamente de José Coronado y el «Bio» aquel para evacuar con regularidad, o en Concha Velasco y sus consejos para solventar las pérdidas de orina. ¡Ellos también son prescriptores! ¡Lo mismo que un moderno crítico musical! Carajo, qué cosas.

Jóvenes (o no tanto) muchachotes de la crítica musical, con tales ejemplos, ¿de verdad que os consideráis prescriptores musicales? Es más, ¿os dais cuenta de que hablamos de gente que no «prescribe» por oficio, sino por puro beneficio. Que el prescriptor se mueve sin ambages en la publicidad: «tanta pasta y pongo mi nombre y rostro para vender lo tuyo»? ¿Hablamos de lo mismo? ¿Eso tiene algo que ver con nuestra profesión? ¿No es mejor seguir siendo críticos musicales o periodistas musicales? Por preferir, fíjense, hasta me quedo con aquello tan de los setenta: «comentarista musical» (en el fondo hacemos eso, comentar de música). Pero, ¡¿prescriptor?! No jodamos. ¿Consideramos a los críticos literarios prescriptores literarios? ¿Y a los críticos de cine, prescriptores cinematográficos? ¿Nos avergonzamos acaso de ser críticos?

Sigamos siendo lo que somos, que por muy feo que resulte, siempre hemos sido eso: críticos o periodistas. Y dejémonos de hostias. A ver si acabamos prescribiendo supositorios en forma de cedé y entonces sí que podemos terminar mal.

Anterior entrega de El oro y el fango: Un disco para morirse.

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