El oro y el fango: Los Sex Pistols o un sueño que terminó hace mucho

Autor:

borja-cuellar-12-06-15

“Del espíritu del punk ya solo permanecen cuentas corrientes para la jubilación. Pragmatismo siglo XXI”

 

El anuncio de que Virgin Money pondrá en circulación unas tarjetas de crédito dedicadas a los Sex Pistols y el consiguiente malestar de muchos, es motivo de reflexión en esta entrega de la columna de Juan Puchades.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

Cada vez que leo u oigo aquello de que el rock representa el espíritu de la rebeldía, de lo transgresor o de valores similares sufro un retortijón provocado por la ingenuidad humana. Y es que el rock fue lo que fue pero hoy es un género musical, y ya. Equiparable al jazz (y, como este, ha entrado en vía muerta: podrá haber millones de canciones nuevas en el futuro que nos ericen la piel, pero creativamente ha dado de sí todo lo que podía). Sin más. Como tal género o corriente musical, pensar que representa unos determinados valores éticos o sociales –por mucho tatuaje con el que decoremos nuestra anatomía, mucha melena o patilla que nos dejemos crecer o mucha chupa de cuero que nos enfundemos– es de una candidez enternecedora. Cuestión distinta son sus valores culturales, incuestionables, pero que no tienen nada que ver. Por ello sorprenden las reacciones de horror ante la noticia de que Virgin Money (la de Richard Branson sí ha sido toda una carrera: ha pasado de editor discográfico con olfato a banquero, con parada en propietario de aerolínea y unas cuantas aventuras más. Todo muy rock and roll, desde luego) lanza dos tarjetas de crédito dedicadas a los Sex Pistols, el emblema del punk que quiso revolucionar la sociedad británica en la Era Tatcher y dinamitar el fosilizado rock de la década de los setenta.

Aquello sucedió entre 1976 y 1977, y ahora, casi cuarenta años después, no debemos rasgarnos las vestiduras porque los Pistols ilustren tarjetas de crédito (máxima representación del dinero). No hay sorpresa alguna. A fin de cuentas, la portada de un elepé clásico –y las de los Sex Pistols lo son– tiene el mismo valor artístico que la etiqueta del bote de sopa Campbell o la serigrafía de Marilyn que diseñó Andy Warhol; o la foto de Che Guevara que disparó Alberto Korda; o el logo de los Ramones de Arturo Vega: pura iconografía pop para consumo de masas. Además los Pistols hace mucho que acabaron cayendo en todos los tópicos contra los que se levantaron en gritos y escupitajos en sus orígenes, transformándose en otro dinosaurio como los que tanto criticaron. En 2010 ya comercializaron un perfume con su marca, y por muy lamentable que nos parezca relacionar a un símbolo del punk con una tarjeta de crédito no hay que indignarse o tirarse de los pocos pelos que permanezcan más o menos erguidos de la vieja cresta. Lo que ahora cuenta es la marca y su representación.

Y los Sex Pistols hoy son eso, una marca, un logo y unas imágenes asociadas a este (la del primer elepé y los primeros singles), detrás no hay más. Del espíritu del punk ya solo permanecen cuentas corrientes para la jubilación. Pragmatismo siglo XXI. ¿Inconformismo? ¿Rebelión? ¿Lucha de clases? ¿Anarquía? ¿Revolución? ¡Venga ya!, que todos sabemos de qué va esta fiesta que es la vida que vivimos (o sufrimos). Esto es economía de mercado, ella dicta las normas y un eslogan tan transgresor en su momento como “Never mind the bollocks here’s the Sex Pistols” hoy solo es un recuerdo amable de días pretéritos para adultos a las puertas de la tercera edad. Un esbozo de sonrisa por la loca juventud perdida. Unos viejos vinilos gastados que acumulan polvo en el trastero. Un sueño que terminó hace mucho.

Como cantaban otros punks en el 77, los Stranglers: “No more heroes”. Y no, no hay más héroes, solo discos y canciones, y lo mejor es disfrutar del rock, del pop o del punk, y no darle más vueltas buscando detrás de ellos actitudes morales que no existen, que probablemente nunca existieron y que, en el fondo, no son más que otro sueño que duró lo que duran las corrientes musicales: un par de temporadas, como máximo.

Anterior entrega de El oro y el fango: Calamaro no es ningún imbécil.

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