El oro y el fango: Cifras desnudas, cifras crueles

Autor:

«Los responsables de un medio saben a ciencia cierta, con solo un pequeño margen de error, qué personajes funcionan y cuáles no. Lo que conduce a chascos enormes»

Las cifras nos rodean y todos, sin olvidar a los medios de comunicación, vivimos pendientes de ellas. En tiempos de internet, son desoladoramente exactas y crueles.

 

Una sección de JUAN PUCHADES [@juanpuchades].
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Dos más dos, cuatro. Más uno, cinco. No falla. Los números no engañan, son fríos, asépticos, tan evidentes como, casi siempre, crueles. Ofrecen el resultado que ofrecen, lo mismo valen en negativo para conocer el estado de la miseria personal o el balance de una empresa cayendo a pedazos, como, en positivo, para saber el beneficio obtenido por el  especulador sin entrañas de turno. Detrás de ellos no hay vidas humanas, ni sentimientos, nada. Son lo que son y, aunque no nos gusten, convivimos con ellos. Hasta el periodismo permanece constantemente pendiente de los números: cifras de venta, de lectores, de difusión, de audiencia, balances, cuentas de resultado… Y ahora, con internet, el número exacto de «impresiones» de una página.

Con la prensa escrita es imposible conocer –por lo menos con fiabilidad, que una encuesta siempre es pura especulación– qué artículos de los publicados son los más leídos, por tanto los que más interés despiertan. En general, las muchas o pocas ventas las supones consecuencia de la portada elegida (si el tema no funciona no vuelves a incidir en él, o si eres un enajenado firmemente convencido de tus creencias, puedes seguir reincidiendo una y otra vez a la espera de que la razón se imponga entre la ciudadanía… Sé de lo que hablo).

Por el contrario, las estadísticas de una web, con una claridad que asusta, te informan del número de visitas (que no necesariamente de leídas) de hasta la noticia más breve. Y, hablando de lo que uno conoce de cerca, EFE EME (es decir, un medio musical), te llevas sorpresas mayúsculas: un tema ínfimo, relacionado con sexo (sobre todo sexo; aunque el amarillismo, la frivolidad y el paparruchismo también funcionan estupendamente) puede ser visitado varias decenas de miles de veces más que una entrevista o reportaje que, a priori, parecen interesantísimos. Y ahí viene lo bueno: dejando al margen las informaciones más o menos llamativas, los responsables de un medio saben a ciencia cierta, con solo un pequeño margen de error, qué personajes funcionan y cuáles no. Lo que conduce a chascos enormes: artistas de larga trayectoria, con (se supone) público fiel y gran popularidad, no despiertan el menor interés entre tus lectores (y tampoco parece que desde los buscadores atraigan a nuevos, así que da que pensar), aunque uno siempre hubiera creído que se ajustaban al perfil de su medio y haya estado apoyando su carrera y obra durante años (cerca de tres lustros, pongamos por caso). Por el contrario, otros de aparente perfil bajo cuentan con una solidísima base de seguidores que parecen mostrar gran interés por todo lo relacionado con ellos y provocan que las impresiones se disparen. Del mismo modo, ese que deja grandes titulares para la historia (en ocasiones la del absurdo y la bizarría) y que «necesita» salir cada poco en los medios paseándose durante días de aquí para allá mientras nos explica la verdad de la vida, resulta que interesa a cuatro, quizá porque aburre, por sobreexposición, porque a sus seguidores lo que les importa es su música y no su persona y disparatadas opiniones o simplemente porque su tiempo inexorablemente se va agotando sin que él mismo se dé cuenta, o por lo que sea. También sucede, y este es un caso bien preocupante y sangrante, que el lector siente un enorme desinterés y una tremenda desafección por todo aquello que no conoce, por la novedad, actitud que pone muy difícil dar a conocer nuevas propuestas si te guías únicamente de las frías estadísticas.

Frente a las cifras desnudas, el director de un medio electrónico especializado (nada que ver con la prensa generalista, que debe, o debería, atenerse a principios de objetividad informativa) se encuentra ante una disyuntiva: ¿hace como antaño, y se deja llevar por su instinto, dándole espacio a lo que cree que lo merece y está en sintonía con su línea programática o, por el contrario, números en la mano (en la pantalla), debe velar por los intereses (económicos, al fin) del medio y centrarse únicamente en aquello que «funciona», dejando de lado todo aquello que no le reporta «impresiones», «visitas»? Complicada ecuación de difícil solución: en el primer supuesto puede estar condenando al medio del que es responsable a la ruina y el cierre. En el segundo, condena a la propuesta minoritaria, a aquel a quien el éxito (las cifras…) no le acompaña, al que elabora música de calidad pero no despierta al lector, al que comienza, al que se dedica al arte con la mejor de las intenciones, a la creatividad, en suma. Encontrar el término medio no es fácil, pues el equilibrio suele resultar imposible: o estás en un sitio o estás en el otro.

Si lees EFE EME sabrás que hace tiempo se tomó la decisión de no cruzar determinados límites, de no posicionarnos allí donde campa la estulticia. Creemos que el que está al otro lado de la pantalla no es un completo imbécil que necesita papilla para alimentar su cerebro, sino una persona inteligente y con criterio. Hace catorce años (en papel) entendimos y, ahora en la red, entendemos que tenemos la obligación de seguir la línea editorial en la que creemos, la de publicar aquello en lo que confiamos y por lo que apostamos, con libertad de pensamiento y opinión (aunque a veces escueza). Por respeto a nosotros mismos, a la música, a los músicos y al lector. Sabemos que tal actitud tiene un precio, pero también que no todos tenemos precio. No sé si me explico.



Anterior entrega de El oro y el fango: El tejedor de canciones volátiles.

Artículos relacionados