El oro y el fango: Casi que prefiero no saberlo

Autor:

borja-cuellar-19-07-13

«Aunque no apagues la grabadora, eres consciente de que un pacto entre caballeros no escrito ni firmado te impedirá reproducir lo dicho en confianza»

 

En una entrevista, el «off the record» dejará al periodista sin la que puede que sea la declaración más interesante o reveladora de la misma. Juan Puchades habla de ello en esta entrega de «El oro y el fango».

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

«Esto te lo voy a decir off the record». Es la frase más temida mientras realizas una entrevista, pues sabes que tras ella llegará esa declaración con sustancia que pondrá la guinda a una buena charla o la que dará vida a una conversación que hasta ese momento puede haber resultado insustancial, rutinaria o anodina. Y aunque no apagues la grabadora, eres consciente de que un pacto entre caballeros no escrito ni firmado te impedirá reproducir lo dicho en confianza.

Tras ese «off the record» puede esconderse la revelación que explica el porqué real de un disco, de una canción, de un cambio de discográfica o de oficina de management, del final de un grupo o de una sociedad musical de años, o puede dar cuenta de una anécdota que deja traslucir la más humana o cruda personalidad de un artista (todo ejemplos verídicos). Pero haces de tripas corazón y no publicas lo comentado. Ni puedes ni debes publicarlo.

A veces, horas después de realizar una entrevista, me ha llamado el propio artista, o su manager, o su hombre de confianza en la discográfica, para pedirme que, por favor, no utilizara determinada cuestión que me contó en el transcurso de la misma, y creo que siempre he accedido: en el fragor de la conversación, se puede hablar de más y decir cosas de las que luego arrepentirte. A todos nos pasa. Pero también recuerdo a uno de mis rockeros más admirados, que estuvo llamándome infatigablemente durante dos días tras una entrevista, pero entre que yo estaba enfermo y que no reconocía su número, no respondía a sus llamadas, cuando al fin lo hice (tanta era la insistencia), quería pedirme que no publicara determinado comentario suyo: el hombre estaba apurado por lo dicho. Hoy pienso en ello y no hay forma de recordar qué era, así que tampoco tendría demasiada importancia.

En otra ocasión, durante una entrevista telefónica, un músico tuvo a bien contarme la verdadera razón por la que se abortó un proyecto en el que había estado trabajando durante unos días junto con otro compañero, socio décadas atrás, en lo que tenía mucho de reencuentro en la cumbre. Inmediatamente se me encendieron las alertas, fui plenamente consciente de lo revelado, de su enorme valor. La conversación derivó hacia otros derroteros, pero sabía que me había llevado el primer premio: esa entrevista, solo por eso, ya merecía la pena. Sin embargo, ay, al final de la misma, me pidió que no publicara aquello: «por favor, respétame y no lo cuentes». «Claro –respondí–, no lo publicaré, no te preocupes». Pero él insistió: «respétame, tío. Anda, respétame, tío». Y así estuvo un rato, repitiendo como un mantra (pero con mucha gracia) lo de «respétame, tío», y aunque fastidiado por perder la exclusiva, casi me da la risa al escucharlo. Por supuesto, lo respeté. La entrevista perdió lo más jugoso, lo que el lector habría querido leer, lo que la historia del pop español habría agradecido: las razones por las que un reencuentro excepcional y el subsiguiente disco nunca fueron debido al peculiar carácter de uno de ellos.

En tales ocasiones, te quedas sin unas declaraciones especiales, únicas o por lo menos reveladoras y valiosas, pero también comprendes perfectamente que el mercado musical español es muy pequeño, da poco de sí y que, por ello, la gente prefiere no meterse en charcos, no hacer enemigos, no entrar en polémicas, pues nunca se sabe qué deparará el futuro. Además, con las redes sociales como altavoz, un grano de arena puede transformarse en montaña que te caiga encima y te sepulte. Pero pese a todo ello, qué rabia da no poder contar la confesión, tener que dejarla en el cargado cajón de los recuerdos (donde irremediablemente todo acaba por perderse, difuminarse o distorsionarse), y piensas: «¡casi que habría preferido no saberlo!».

Anterior entrega de El oro y el fango: La del rock español es una crisis radiofónica.

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