COWBOY DE CIUDAD

«El old-time es música social y, a la vez, es música de intimidad. Esa doble naturaleza explica su resistencia a ser domesticado por la industria»
Hasta los inicios del country, en un subgénero conocido hoy como old-time, se remonta Javier Márquez Sánchez en un repaso a su historia y unas cuantas recomendaciones.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Antes de que Nashville tuviera rascacielos y estudios con paredes tapizadas con discos de oro, el country era otra cosa: una música de fogata y porche, de graneros despejados para el baile, de voces transparentes donde cabían el amor, la risa y la muerte con la misma naturalidad. A ese latido primigenio lo llamamos hoy old-time: la mezcla de baladas británicas e irlandesas traídas por colonos, ritmos africanos que entraron por el banjo, himnos religiosos, canciones de trabajo y tonadas para bailar en corro. No era un género en el sentido moderno, sino la banda sonora de una vida.
La palabra hillbilly, con la que la industria etiquetó estos sonidos en los años 20, nació medio en broma y medio condescendiente para designar a la gente pobre de las montañas Apalaches. Pero aquella etiqueta, que hoy suena injusta, escondía una verdad: en aquellas colinas y valles se conservó, casi en formol, un archivo vivo de melodías que venían de muy lejos.
Ese mundo empezó a fijarse en vinilo cuando la industria discográfica olió un mercado. En 1923, un molinero y violinista llamado Fiddlin’ John Carson grabó “Little old log cabin in the lane” para Okeh en Atlanta. A ojos de los ejecutivos aquello fue un experimento; a oídos del público, la revelación de que lo que cantaban en casa podía venderse como cualquier foxtrot de salón. Pocos años después, en el verano de 1927, un cazatalentos llamado Ralph Peer montó un estudio portátil en Bristol, en la frontera entre Tennessee y Virginia. Las “Bristol Sessions” capturaron, en pocos días, a dos pilares del futuro: Jimmie Rodgers, con su yodel bluesero, y The Carter Family, con su evangelio doméstico, la guitarra de Maybelle (ese célebre Carter scratch) y un cancionero que aún hoy define lo que entendemos por folk y country. Aquellas grabaciones son la piedra de Rosetta del género.
Pero si el country que nacerá en la radio —especialmente en el programa Grand Ole Opry— tendía a simplificar la paleta para hacerla exportable, el old-time siguió respirando en la cocina. Suele decirse que el country “profesional” se subió al tren hacia la ciudad, mientras el old-time se quedó caminando por la vereda polvorienta. Esa vereda, sin embargo, conectaba con muchas otras: la tradición anglo-escocesa de baladas narrativas (“Barbara Allen”, “House Carpenter”, “Pretty Polly”), el blues rural, las formas de baile (reels, jigs) y el legado africano del banjo, que llegó desde los instrumentos de cuerda con calabaza de África occidental. El resultado es un tejido rítmico que no necesita batería: el pie marcando, el fiddle llevando la melodía, el banjo dándole el contrapeso, y una segunda voz que se desliza por encima con intervalos brillantes.
En las baladas de los Apalaches el tiempo se detiene para que la historia respire. Son relatos sin prisa, con giros trágicos o humorísticos, que conservan fórmulas y versos como estribillos pasados de abuela a nieta. “Omie wise” no solo cuenta un crimen, advierte. “The house Carpenter” es más una parábola sobre el deseo y sus consecuencias que la crónica de un triángulo amoroso. “Pretty Polly” vibra entre la fascinación y el horror. Muchas de estas canciones viajan con nombres mutantes —“The coo coo bird”, “Shady grove”, “Man of constant sorrow”— y con melodías que cambian de modo según la comarca. A veces están en tonalidades “modales” (dórico, mixolidio), lo que explica ese color antiguo, casi medieval, que tanto deslumbró a los oyentes urbanos del revival folk.
Entre quienes dieron rostro a esa voz antigua, hay nombres que importan por su música y por su forma de cantar: Dock Boggs, con su banjo grave y fantasmagórico; Roscoe Holcomb, cuyo high lonesome sound parece atravesar la noche; Buell Kazee, con baladas que son cuchillos afilados; Clarence Ashley, que tocaba el banjo como si intentara hipnotizar con él; Bascom Lamar Lunsford, abogado y cazador de canciones ajenas; Jean Ritchie, mujer y dulcémele, que convirtió su casa en Kentucky en una escuela abierta. Y, en la generación siguiente, Tommy Jarrell o Wade Ward, guardianes de un fraseo del fiddle que no busca lucir virtuosismo, sino levantar la pista de baile. Si quisiéramos resumir todo este universo en una sola obra moderna, probablemente habría que recurrir a la Anthology of american folk music compilada por Harry Smith en 1952.
El old-time es música social y, a la vez, es música de intimidad, perfecta para una voz sola que cuenta una historia al oído. Esa doble naturaleza explica su resistencia a ser domesticado por la industria. Mientras el bluegrass —que nacerá con Bill Monroe y que, a menudo, se confunde en forma con el old-time— apuesta por el virtuosismo, los solos y el espectáculo de la velocidad, el old-time prefiere la emoción. Hay, claro, músicos híbridos, y la frontera es porosa. Pero está claro que fue el principio de todo. Sin el old-time no habría bluegrass, ni country rock, ni americana.
Temas esenciales:
The Carter Family — “Wildwood flower”
The Carter Family — “Keep on the sunny side”
Clarence Ashley — “The coo coo bird”
Dock Boggs — “Country blues”
Dock Boggs — “Sugar baby”
Roscoe Holcomb — “I am a man of constant sorrow” (o “Little Birdie”)
Buell Kazee — “The wagoner’s lad”
Bascom Lamar Lunsford — “I wish I was a mole in the ground”
Jean Ritchie — “Nottamun town” (o “Pretty Saro”)
Tommy Jarrell — “Sail away ladies”
Fiddlin’ John Carson — “Little old log cabin in the lane”
G. B. Grayson & Henry Whitter — “Ommie wise”
The Stanley Brothers — “Pretty Polly” (puente hacia bluegrass pero con raíz old-time)
The New Lost City Ramblers — “How can a poor man stand such times and live?” (revival)
Álbumes / recopilatorios clave:
The Bristol sessions, 1927–1928 (varios artistas)
Anthology of american folk music — Harry Smith (varios artistas)
The Carter family: The complete Victor recordings (1927–1934)
Country blues: Complete early recordings — Dock Boggs (1927–1929)
The high lonesome sound — Roscoe Holcomb
Ballads from her appalachian family tradition — Jean Ritchie
Mountain music of Kentucky (grabaciones de campo de John Cohen)
Sail away ladies — Tommy Jarrell (ediciones varias de County/Folkways)
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Anterior entrega de Cowboy de Ciudad: Waylon Jennings no ha dejado el edificio.



















