“El muchacho eléctrico” (2005), de Jaime Urrutia

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OPERACIÓN RESCATE

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“Era un álbum para la parroquia que se encontraba en los mismos conciertos, la misma gente que lloraría después la muerte del guitarrista Guille Martín”

 

Han pasado trece años desde la publicación del segundo disco en solitario de Jaime Urrutia, “El muchacho eléctrico”. Carlos H. Vázquez aprovecha para recuperarlo y recordar el contexto, las piezas del álbum y el recorrido que tuvo tras la disolución de Gabinete Caligari.

 

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Jaime Urrutia
“El muchacho eléctrico”
DRO, 2005

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.

 

Debe ser muy difícil pertenecer a una popular banda de rock y luego defenderse con más nombre que el de uno mismo. El “problema” de Jaime Urrutia en solitario es “Patente de corso” (DRO, 2002). El primer lanzamiento de Urrutia tras los años de Gabinete Caligari fue un regalo que ha ido ganando con el tiempo. Es ahí donde está el asunto. ¿Qué sucedería entonces con la publicación de un segundo trabajo?

“El muchacho eléctrico” (DRO, 2005), que toma el título del poema de Eduardo Haro Ibars, era un álbum para la parroquia que se encontraba en los mismos conciertos, la misma gente que lloraría después la muerte del guitarrista Guille Martín. Pero las personas cambian y crecen, y lo que ayer era un himno hoy puede ser una canción que recuerde los días de gloria del Rebel Rebel, el bar al que iba el rock and roll cuando paraba para tocar en Madrid.

Este segundo trabajo de Jaime Urrutia era más rock (‘Saca tu culo de aquí’ cuenta con la guitarra dura de Salvador Domínguez) y tenía buenas canciones: ‘Cariño’ (de Fernando Martín, hermano de Guille y también ex Desperados), ‘Pasimisí pasimisá’ (sobre las amistades separadas), ‘Pitusa’ (homenaje a ‘Fortunata y Jacinta’ de Benito Pérez Galdós), ‘El hombre que hay en mí’ (divertida y autobiográfica) o el dúo con Enrique Bunbury ‘Nada por aquí’ (entre el ‘Hush’ de Kula Shaker y el ‘Peace frog’ de los Doors). Incluso se podría incluir también ‘Clases de rock ‘n’ roll’ y las menciones a Elvis, Keith Richards, Guille Martín (la canción dice: “Un guitarrista llamado Martín Guille-ye-ye aprueba el curso sin dificultad…”), Mick Jagger, Loquillo, The Beatles y Chuck Berry. Y ‘Clases de rock ‘n’ roll’, aunque abría el disco, en realidad fue la última canción en ser grabada.

 

 

Es cierto que el peso de ‘Maribel’ (el single), ‘Si la vida te lo da’ (del grupo La Rocka, también autores de ‘Mentiras’, en “Patente de corso”) y la bossa nova de ‘Dame más’ era algo mayor en este caso; no sobran en el repertorio, por supuesto, pero alguno de estos cortes alarga demasiado el minutaje de todo el disco. Y la versión de ‘Azzurro’ (de Paolo Conte pero pasando por Adriano Celentano) fue una gran idea, pero con una ejecución no tan buena. Una curiosidad: esta canción (fetiche de Jaime) tiene el añadido de la de Luis Aguilé: “Los trenes de los deseos van al contrario de la realidad”.

 

 

Por otra parte, la portada y el título del elepé (en principio iba a ser ‘El hombre que hay en mí’) también pudieron tener su parte de culpa. Jaime se muestra de frente en la foto, con una americana dorada y un fondo rojo con llamas, una horterada lejos de la sobriedad de la carátula de “Patente de corso”. Las comparaciones son odiosas, pero también inevitables.

Habían pasado tres años desde la anterior entrega, pero la producción seguía siendo la misma. Repetía Jesús N. Gómez, productor de los títulos de Gabinete Caligari como “Camino Soria” (EMI, 1987) o “Privado” (EMI, 1989). Es más: Jesús ya era una figura muy discutida por ese motivo en los años finales de Gabinete. Los músicos, sin embargo, se adaptan tirando de profesionalidad (igual que Jesús) y le aportan el lado más orgánico a un disco que pudo haber sido una continuación interesante de una carrera en solitario que, sin embargo, ha seguido por otros caminos.

 

 

El propio Jaime Urrutia lo ha reconocido con el tiempo: “Los discos se miden con dos o tres años para tomar conciencia de lo que son. Cuando saqué ‘El muchacho eléctrico’ pensaba que era buenísimo. Y no está tan mal, pero no es un gran disco como ‘Patente de corso’”. A pesar de todo, “El muchacho eléctrico” no desagrada cuando se escuchan varias de sus canciones en un orden aleatorio y según lo que pida esa noche el hígado. Al fin y al cabo, los viejos amigos, aunque cansados, siempre sacan tiempo para una cerveza.

 

 

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