El manuscrito de barro, de Luis García Jambrina

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LIBROS

«Lo que está trazado con escuadra y cartabón es la intriga, medida en su pulso, constante y desvelada en el momento justo»

 

Luis García Jambrina
El manuscrito de barro
ESPASA, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Habrán oído ustedes hablar del Camino de Santiago. O lo habrán hecho. Bien. Represéntenselo o recréenlo. Y ahora hagan un esfuerzo más de imaginativa y sitúense en 1525. Acaba de comenzar la Edad Moderna. Hace 25 años que Fernando de Rojas ha visto publicada La Celestina. Los expertos no se ponen de acuerdo en su primera edición, pero lo cierto es que, de la imprenta de Fadrique de Basilea, en unas escaleras frente a la catedral de Burgos, dieron a la luz algunos ejemplares. Es esa misma catedral, sus agujas, la que estaba viendo el peregrino que es asesinado. La Iglesia, ante el posible escándalo y el miedo, que llevaría a los peregrinos a abandonar su caminar, decide que un pesquisidor, acompañado del archivero de la catedral de Santiago, intente descubrir a un asesino que cada día y en cada etapa se cobra su víctima. El pesquisidor no es otro que Fernando de Rojas, el autor de La Celestina.

Esta es la trama inicial de El manuscrito de barro, un retablo policíaco e histórico que sucede en los caminos, en los albergues. Quizá Luis García Jambrina no haya sabido pintar y aprovechar los personajes; esas gentes que se entrecruzan y que podrían dar lugar a un gran fresco están pintadas con trazos breves y convencionales, excepto la figura de Marcela, que explota el viejo tópico de la mujer vestida de hombre. No se pide una novela psicológica, pero sí ahondar un poco. Lo que sí que está trazado con escuadra y cartabón es la intriga, medida en su pulso, constante y desvelada en el momento justo.

A la par, es una guía del camino, con los pueblos —ellos sí— trazados con descripciones que los hacen vivos, puntillistas, pero certeras. La explicación histórica, sin embargo, resulta demasiado didáctica y frena la acción. En los tiempos de internet, explicar algunos hechos que, si el lector tiene curiosidad, están a un clic, no resulta tan necesario, excepto quizás en el caso de Prisciliano, un obispo gallego del siglo IV de ideas libertarias, que se ha de contextualizar.

También es marca de género el capítulo, bien trabado, en el que diversos peregrinos en una noche de mesón cuentan historias sobre esas supersticiones y misterios que son parte del acerbo cultural gallego. También hay acción y persecuciones; en definitiva, es una novela salpicada por diversos géneros, que no toma uno como base, sino que los va amalgamando, y que por ello satisfará a quienes busquen una lectura placentera y entretenida.

Anterior crítica de libros: Zona a defender, de Manuel Rivas.

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