El legado más oscuro de Carlos Berlanga

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«Estos cuatro son los álbumes que constituyen el legado más personal, desconocido y definitivo del autor»

 

Dos discos con Carlos Berlanga como protagonista han vuelto a poner de actualidad a uno de los músicos más inspirados de la movida. Juan Mari Montes bucea en los cuatro álbumes que grabó en solitario el componente de Pegamoides y Dinarama.

 

Texto: JUAN MARI MONTES.


Coinciden estos días en el mercado dos referencias discográficas que vienen a colocar de nuevo en el escaparate de novedades musicales la obra del cantante, compositor, productor y pintor Carlos Berlanga, uno de los nombres más añorados y con más peso creativo que ha dado la música pop española en general y, más particularmente, uno de los personajes que tal vez mejor defina la singular efervescencia creativa, que con sede en el Madrid de los años ochenta, iría tomando carta de naturaleza como “movida madrileña” hasta volver completamente del revés la escena musical de comienzos de aquella desinhibida, insolente y colorista década.

Una de estas referencias discográficas es un completísimo doble recopilatorio titulado “Reproches y vehemencias” en el que se incluyen algunas de las canciones más destacadas del compositor, temas editados tanto en sus trabajos en solitario como en los incluidos en los distintos grupos de los que sin duda fue parte esencial (aunque desde luego con mucha más importancia en Alaska y Dinarama o en Los Pegamoides que en los seminales Kaka de Luxe) y alguna que otra golosina inédita que completa el volumen en forma de rareza. La otra, editada bajo el título de “Viaje satélite alrededor de Carlos Berlanga”, es un disco-libro con algunos dibujos y un puñado más selecto y escueto de estas canciones –en general las más conocidas de su repertorio–, en el que algunos nombres de la actual escena indie española (La Casa Azul, Xoel López, Los Planetas, Astrud, Annie B. Sweet, etc) o algún que otro ilustre colega de generación (caso de los inevitables Fangoria o Bernardo Bonezzi), se llevan a su terreno algunas de las viejas canciones de Berlanga, que no berlanguianas, como a alguno ya se le ha escapado estos días, usurpando tal adjetivo a los divinos disparates cinematográficos de su progenitor.

No obstante, quisiéramos detenernos no en estas dos nuevas referencias de actualidad, ni tampoco en sus clásicos ya inscritos en la categoría de memorias musicales del país, sino en sus trabajos más oscuros, concretamente en los cuatro discos que, durante la década de los años noventa, editara con su nombre plantado en la portada, tras su voluntaria deserción del consolidado proyecto de Alaska y Dinarama que él mismo crease, sin duda el grupo con el que conoció más de cerca las mieles del éxito popular (que frase tan hermosa y  revolucionaria esa de: “estaba un poco harto de la horterada del éxito” con la que se despidió de ellos).

Son cuatro discos editados con cuatro compañías diferentes –todo un síntoma de su atípico y relajado asalto musical–, trabajos aparecidos en el mercado con manifiesta desidia promocional y que acabarían apenas degustados por una minoría de iniciados, que no conseguirían consolidar la trayectoria de Carlos Berlanga como cantante en solitario, al contrario de algunos otros colegas de generación (casos de Antonio Vega o Juan Perro, por ejemplo), pero que en cualquier caso, son los álbumes que constituyen el legado más personal, desconocido y definitivo del autor y también seguramente los que marcarían la pauta de la música que podría estar haciendo en la actualidad de haber seguido entre nosotros.

“El Ángel exterminador”
(Hispavox, 1990)

Por primera vez Carlos Berlanga asume todo el peso creativo de todas las composiciones incluidas, tanto de la música, como lo que es bastante más raro: de la letra. Por primera y única vez, como veremos luego. Como también por primera y única vez en toda su carrera aparece retratado en primer plano en la portada, hasta entonces un hábito más bien reservado para cantautores o vocalistas melódicos. De la producción se encargaría en este caso Luis Carlos Esteban, un músico que había formado parte de proyectos pop tan comerciales como Trastos y Olé Olé y que por esta época está trabajando a destajo reclamado por algunos de los artistas instalados en la zona más noble de las listas de ventas. Son diez canciones con letras de un personaje tan tímido como provocador, historias autobiográficas de situaciones y vivencias cotidianas en busca de la complicidad de los de su especie. Pero sobre todo son preciosas melodías de una brillantez y calado instantáneo. Entre las canciones más destacadas sobresale la que titulaba el álbum, ‘El ángel exterminador’ (título tomado de la homónima película de Luis Buñuel), ‘El verano más triste’ (en la que para el pasmo de la hermética posmodernidad, se cuela en los coros el por entonces ídolo de ardorosas pasiones adolescentes, su amigo Miguel Bosé) o la entrañable ‘Rendido a tus pies’, un íntimo streaptease de contradicciones y comiditas de tarro.


“Indicios”
(Compadres, 1994)

Los frustrantes resultados comerciales del anterior disco, o tal vez la pereza que tanto le achacaban sus fans, haría que tardara en aparecer el siguiente disco nada menos que cuatro años. La portada es una variación de la mítica “Wave” de su admirado Antonio Carlos Jobim, editado en el 67, de quien también se atreve a versionar el estándar ‘Aguas de marzo’, haciendo dueto con otra voz, aparentemente bastante alejada de sus coordenadas estéticas: Ana Belén. También se incluiría en este disco una apreciable lectura de ‘La funcionaria’, una de las irónicas y geniales historias de sus admiradas Vainica Doble, que también le prestarían unos coros en el tema. Ambas versiones dan una aproximación de lo contenido en aquel disco, su trabajo más cálido y relajado, en el que el compositor parece asumir que es tiempo de reflexión y madurez. Junto a los omnipresentes teclados y las amables guitarras aparecen algunas orquestaciones de cuerda e incursiones en la música brasileña. Además de las preciosas melodías, marca de la casa, destacarán las sugerentes letras de Paloma Olivié, tal vez los textos más elaborados y poéticos que jamás grabase en toda su carrera (Carlos Berlanga decía sobre sí mismo con su crónica tendencia a la exageración que era el peor letrista del mundo). ‘Indicios de arrepentimiento’ o ‘Tazas de ti’ son algunas de las joyas incluidas en este muestrario que marca la época más intimista de su trayectoria.


“Vía satélite alrededor de Carlos Berlanga”
(Edel, 1997)

Tres años más tarde nos sorprendería sin embargo con otra imprevista vuelta a los territorios de los fabricantes de últimas tendencias. Probablemente “Vía satélite alrededor de…” sería el disco que hubieran editado Alaska y Dinarama si el grupo nunca se hubiera desmembrado y siguiera trabajando a esas alturas. De hecho, la voz de Alaska vuelve a sonar haciendo coros a la de Carlos Berlanga y Nacho Canut se sienta con él en el pupitre literario para conformar a cuatro manos las siempre identificables letras de aquella eficaz parcería de la que saldrían textos como ‘Safari emocional’, ‘Rayos de plasma’ o ‘Erotismo e informática’ que sólo ellos podían haber escrito. Sin perder altura melódica, la producción está enfocada hacia la escena de la música electrónica y el baile, encargándose de ella los propios Fangoria junto al productor-disjockey de moda en esos años: el singular Big Toxic.


“Impermeable”
(Elefant Records, 2000)

Con todo, el trabajo más apreciable de Carlos Berlanga es el editado tan sólo un par de años antes de morir, “Impermeable”, un disco hermoso desde la mismísima portada realizada por el cotizado Javier Aramburu, responsable de ya míticos diseños gráficos para trabajos de gente como Los Planetas, Ana D, La Buena Vida o Family, grupo al que también pertenecía. Precisamente, otro de los nombres fundamentales del llamado donosti sound, Ibon Errazkin, integrante de Le Mans, sería en este caso el encargado de vestir la nueva entrega de canciones junto al propio Carlos Berlanga, un tándem perfecto de dos exquisitos y sensibles sastres para diez hechizantes temas que a diferencia de los tres discos anteriores suenan sin ningún atisbo de que hayan pasado por ellos nada menos que toda una década desde que fueron puestos en circulación. Los arrebatos de electrónica de su anterior entrega se suavizan dando paso a sonidos más acústicos, elegantes y frescos. Vuelve a colaborar en los textos Nacho Canut y repite versionando otro nuevo tema del gran Antonio Carlos Jobim (en este caso ‘Wave’). ‘Lady Dilema’, ‘Por desgracia no’, ‘Vacaciones’ o ‘Estrellas y planetas’ son algunos de los títulos más destacados de una colección inspiradísima de canciones tratadas con el mimo y delicadeza de los mejores artesanos del pop atemporal y eterno. Un auténtico lujo de disco que sólo la sordera general instalada en el ambiente a aquellas alturas, permitió que pasara tan desapercibido. No es tarde sin embargo, para redescubrirlo cualquiera de estos días.

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