El imperio de las luces, de Octavio Gómez Milián

Autor:

LIBROS

«Los estilos también son panes de distinta masa, a veces casi bíblicos, en ocasiones frenéticos y desesperados, llenos otras de costumbrismo extremo»

 

Octavio Gómez Milián
El imperio de las luces
DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE ZARAGOZA, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La reciente novela de Octavio Gómez Milián es un texto duro, en lo mínimo —cada palabra— y en lo máximo —la estructura—. Y no la califico de seca porque en ocasiones una elegancia más florida parece regar todo para dar vida, pero no es más que esa agua que es chupada de inmediato sin apenas tocar el suelo. También es circular, como ese anillo que se pierde en las trincheras que son el vacío y que va apareciendo regularmente hasta el final, como un recuerdo de que todo es un círculo, un enso budista o una rueda de hámster, qué más da.

La lectura va trazando líneas abiertas autónomas, pero ligadas en un fértil abrazo federal. Cada capítulo es libre, pero el conjunto está dotado de enlaces secretos y no permite decidir si se trata de una novela o una sucesión de relatos. Quizás no sea nada de eso, ni siquiera Gómez Milián pretenda que lo sea. Desde las trincheras se abren experimentos de metatextualidad que recuerdan al Pedro Páramo de Juan Rulfo con una dosis extra de lirismo, o a escritores que pasan agosto en un barrio suburbial de la ciudad y que están impregnados de la sombra de Manuel Vilas.

El lector es sorprendido a cada página por ráfagas disparadas desde frentes que lo atenazan con diversos métodos estilísticos. “Apetito angelical”, con unos ángeles de muerte a la manera de Alberti, es diferente dominio que “Con el nombre cambiado”, un Kerouak de bar de carretera. De tanto en tanto, como el anillo, van apareciendo recurrencias: las minas, que son la pulsión oscura; las ciudades derretidas de calor, los bares de carretera…

Y los estilos también son panes de distinta masa, a veces casi bíblicos, en ocasiones frenéticos y desesperados, llenos otras de costumbrismo extremo, parece que pasamos frente a esos dioramas de las ferias plagados de numerosos colores y texturas que dan cuenta de mundos imaginarios. Gómez Milián también despliega imaginación pura en algunos cuentos, el que da título al conjunto la acelera casi hasta la velocidad del sonido.

De golpe, una segunda parte nos hace cambiar completamente la perspectiva. “Fofito”, o meditaciones de un payaso mientras su gira pasa por Soria, de un payaso devastado, ofrece un nuevo aire, quizás más cercano: las gentes de los bares de carretera parecen alucinadas, pero las conversaciones resultan normales.

Los intertextos también cambian. Aquí se dirigen a Peter Handke o Wim Wenders y llegan hasta las estatuas de jardín botánico, mientras el narrador se vuelve a colar en el relato. La historia sigue avanzando en distintas direcciones. Aparecen relatos de amor mezclados con el tema del doble, la propia escritura y el infierno al que nos hemos enfrentado todos: la pérdida de archivos en los que nos va la vida por fallos en el ordenador, el monstruo de nuestros días.

Llegamos al final, y el anillo vuelve a aparecer en un bar desolado; su presencia brilla en un brutal dribling a la muerte. Ha acabado la novela y ahora es cuando empieza de verdad, en la mente del lector se conjugan todos los elementos. Han sido muchos. Todo es diferente y todo es lo mismo. Y, de pronto, aparecen gusanos que abren túneles y oxigenan todas las secuencias. Por los subterráneos siempre, nunca por los cielos.

Anterior crítica de libros: Conversaciones con Teddy Bautista, de Luis Lapuente.

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