El disco del día: Dead Can Dance

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«Larga vida a Dead Can Dance. No hay muchos nombres que estén por encima del bien y del mal, capaces de vivir y trabajar a su bola, al margen de todo tiempo y espacio, y ser encima respetados y queridos como merecen»

Dead Can Dance
«Anastasis»
DCD/PIAS

 

 

Texto: GERNOT DUDDA.
 

Con tan poderosa y remota trayectoria en mente y con su impresionante estadística espiritual en la mano, la escucha de cada trabajo de Dead Can Dance es siempre una de las más memorables liturgias que puede jamás celebrarse dentro de la música si cuentas con ese mínimo necesario de curiosidad y sensibilidad.

La mera continuidad de esos dos sólidos pilares que son Brendan Perry y Lisa Gerrard, juntos de nuevo en el estudio después de dieciséis años –“Spiritchaser” aparece allí, a lo lejos, como su último “álbum oficial”–, ya debería bastar para ponerle a cualquiera los vellos de punta. No en vano “Anastasis” es la palabra griega para “resurrección” y es Grecia, junto con Turquia, Líbano, Marruecos y otros lugares de Europa del Este, Oriente Medio y África, los que han influido una vez más musical y filosóficamente a la pareja en esta obra. Siempre por supuesto llevando esas aguas a su propio molino, que no es poco.

Suena pretencioso querer elaborar una especie de ADN de la Historia del Hombre, con sus triunfos y sus reiterados tropiezos, pero de filosofía, poesía y existencialismo han estado siempre bien repletos los trabajos de DCD y esta vez no iba a ser menos.

Los dos han vuelto a sumergirse en la espesura sonora de esos profundos arcanos que tan buenos resultados creativos les dieron un cuarto de siglo atrás –años de poderío 4AD, como para no acordarse–, y que les permite reaparecer ahora con su acostumbrada majestuosidad y belleza. Y lo más importante: libres por completo de toda marca temporal que pudiera condenar y limitar su música irremisiblemente.

La presencia de instrumentación étnica y orgánica ha sido una vez más considerable, pero calculada y bien subordinada. No es que haya sucumbido ante la recobrada fuerza espiritual de DCD, lo que pasa es que los dos tenían muchas cosas que contar y han adecuado la ostentación instrumental a la medida de una mayor expresión lírica que hace ganar peso y fuerza en las canciones, que son de una longitud considerable y muy agradecida. Es el mismo proceso por el que ya pasaron una vez –tan apuntado en los discos personales de ambos– y que da la sensación de que no culminará ni mucho menos aquí (hay otro significado griego para “Anastasis” que es “regeneración que aún está por llegar”).

Nada más empezar el álbum quedan enseguida desestimados los inevitables miedos ante una posible expectación frustrada. ‘Children of the sun’ –posiblemente la mejor pieza del álbum– trata sobre la pérdida de la inocencia que siguió a la era “hippy” y suena como si aún no se hubiera extinguido el eco de “Ark”, la maravillosa obra en solitario que Perry publicó en verano de 2010. La canción, de hecho, ya estaba lista desde entonces porque él mismo la tocó en su concierto de Madrid de marzo de ese año.

Aunque suponga una decisión dolorosa, no puedo evitar reconocer mi predilección por la lánguida, poética y profunda presencia vocal suya frente al contrapunto soprano de Gerrard, alternancia que por otra parte ha sido siempre joya de la corona para DCD. Reconozco sentirme muy a gusto con la omnipresencia vocal e instrumental de Brendan Perry, pero debo rendirme ante la tremenda aportación que Lisa Gerrard ha hecho en este disco, salvando una vez más los 23.000 Km. que separan su casa del sur de Australia y el estudio-monasterio que Perry tiene en una isla fluvial de Irlanda y que dejándome llevar por un ¿cándido? romanticismo sitúo como factor imprescindible para lograr el sonido habitual de sus obras, con esa presencia tan sobrenatural.

Así que mientras ‘Children of the sun’ es 100% Perry, la siguiente de la lista, ‘Anabasis’, es 100% Gerrard (su voz, sus inconfundibles salterios y la mesmérica presencia, aquí, del hang), alcanzando los dos al final del álbum un oportuno, justo y equilibrado empate a cuatro piezas por cabeza.

‘Agape’, cantado también por ella, viene introducido por un intrigante arabesco de cuerda. Nuevo cambio de turno en la nihilista ‘Opium’ –con su acertado compás marroquí de 6/8–, en la que se me ocurre pensar que para cuándo espera Perry ponerse con el ‘New dawn fades’ de sus adorados Joy Division. Nunca fue dado a versiones, aunque desde la severa profundidad de sus entrañas ya retrató una vez a Tim Buckley. ‘Kiko’ cuenta con percusión apabullante y una de las mejores melodías del álbum (canta ella). ‘Return of the She-King’ se abre a lo grande, con un poderoso “bagath” de gaitas (sintetizadas) y continúa meciéndose con la onírica voz de Gerrard. Y he aquí otra constante: si DCD nunca tuvo que pedir permiso por reproducir música antigua, étnica o folclore tradicional con percusiones tortuosas y teclados sintetizados, en “Anastasis” esto ha sido un clamor.

El álbum se cierra con la positiva ‘All in good time’ y, como no podía ser de otra manera, de nuevo con el eco de “Ark” y la impresionante voz de Perry señoreando una vez más por encima de un mar de cuerda sintetizada y sobrecogedores bordones.

Larga vida a Dead Can Dance. No hay muchos nombres que estén por encima del bien y del mal, capaces de vivir y trabajar a su bola, al margen de todo tiempo y espacio, y ser encima respetados y queridos como merecen. La gira que el 16 de septiembre comienza en el Zouk Amphitheatre de Beirut y que les llevará por tres continentes está sold out, sold out, sold out. Por fin hay ahí afuera una mayoría que sabe y que no es silenciosa.

Anterior disco del día: Bob Dylan.

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