El disco del día: Ben Sidran

Autor:

«Funde con naturalidad las aristas del jazz, el blues y el soul en una suerte de terreno neutro y común»

Ben Sidran
«Don’t cry for no hipster»
INDIGO MUSIC

 

Texto: GERNOT DUDDA.

 

Como la del locutor nocturno que regala jazz y conversación a los afortunados insomnes de los años cuarenta y cincuenta (ver portada de “The nightfly”, Donald Fagen), también Ben Sidran recurre a una figura mítica en la historia de la cultura popular norteamericana: el “hipster”. Originalmente eran moradores de la noche, refugiados de los clubes nocturnos con petaca en el bolsillo (cortesía de la era de la Prohibición). Pero la contracultura “beatnik” no tardó en asumir el perfil, que encajaba perfectamente con el del poeta maldito y trasnochador; del vividor justificado por su arte y su talento para llevar una vida moralmente “descarriada”. Involuntariamente, claro. En las notas del disco, el propio Ben explica que la autoafirmación personal no estaba entre las reglas del “hipster”, que es algo que los demás tienen que percibir sin necesidad de aviso alguno por parte del interesado. Y no se trata de un ”estado mental”, como apunta Cannonball Adderley en la frase que recoge también Sidran por aquí, sino de un “hecho real”.

Con este título –’Don’t cry for no hipster’– tenemos la mejor canción del álbum (con permiso de la versión instrumental que hace del ‘Reflections’ de Thelonious Monk, con el humeante saxo de Mark Shim) y la mejor imagen gráfica que Ben Sidran ha dado en muchísimos años de carrera. Tiene mérito: al “hipster” lo ironiza en la letra, pero como resultado global lo acaba glorificando: “no llores por ningún hipster porque ya sabía por lo que firmaba”. El resto lo aporta una fórmula que no es ningún secreto en Sidran: su habilidad para fundir con naturalidad las aristas del jazz, el blues y el soul en una suerte de terreno neutro y común. Y ahí es cuando ya puede entrar a saco con sus letras.

El hecho de que como vocalista tienda a hablar más que a entonar no hace sino subrayar su carácter de contador de historias. Como Bob Dylan o Randy Newman, aunque, a diferencia de éstos, Ben se sirva específicamente del jazz como lengua vehicular, lo que inevitablemente le acerca de cabeza a alguien como Donald Fagen (again), siendo los dos tan distintos. Desde luego no es muy habitual que en el jazz se hable de grandes letras en las canciones, pero cuando se hace es desde luego con ellos dos.

No cuento nada nuevo que no esté en su larga discografía como solista o incluso como compositor: el archiconocido ‘Space cowboy’ de Steve Miller Band, pieza de 1969 a la que él contribuyó, ya contaba en su fórmula mágica con líneas de texto recitadas y no entonadas.

Como teclista, ya sea para sí mismo o de alquiler, ha tendido siempre a fijar la prestancia sonora de los clásicos del Great American Songbook y con una elocuencia ciertamente “cool”. Aunque llegó a coquetear con sintetizadores en un momento determinado de su carrera, lo suyo está de verdad en el piano, el piano eléctrico (Wurlitzer) y el órgano (Hammond), que son el verdadero terciopelo melódico de sus discos y funcionan como espina dorsal de sus canciones. Y eso que también sabe mucho de cómo trabajar los metales, de los que hay aquí buenos ejemplos en temas como ‘Brand new music’, ‘Hooglin’’ o la también magnífica ‘At least we got to the race’, que debería ser tomada como honorable ejemplo de los equilibrios y proporciones que Ben Sidran suele guardar con todos sus elementos fuerte: ese cantar “swingueado”, su piano, esas guitarras punteadas a lo Wes Montgomery y los ocasionales metales.

Ben Sidran sabe también reducir distancias con respecto a sus supuestos maestros. Basta recordar que no fue nada raro verle como uno más con gente tan famosa como Van Morrison, Georgie Fame y Mose Allison en aquel “Tell me something”, publicado por Verve en 1996, donde se hacían con las canciones de Allison. Sidran nunca tuvo voracidad mediática y ha sido siempre tan discreto que todavía pensamos en él como un “joven aspirante”, olvidándonos de que es un veterano de esa misma generación, con un recorrido tan largo como ellos a sus espaldas. Además, conoce bien nuestro país y forma parte, junto con Vince Mendoza, de esa selecta entente yanqui que sabe tratar musicalmente el flamenco. Es lorquiano devoto y, siempre que puede, se deja caer por Madrid para tocar en el Café Central. ¿Qué más se le puede pedir a un músico de jazz?

Anterior disco del día: Luis Gago & La Banda del Mal Nombre.

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