El cine que hay que ver: «La sal de la tierra» (Herbert J. Biberman, 1954)

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«Representa lo mejor del cine militante estadounidense y pone en evidencia la incomodidad de la clase política cuando tiene delante una obra que llama a la movilización de la ciudadanía»

Contundente alegato alrededor de la lucha de clases, «La sal de la tierra» es una película abiertamente militante y feminista a la que persiguió hasta el FBI. Manuel de la Fuente nos cuenta de este título mítico.

 

 

Una sección de MANUEL DE LA FUENTE.
Empecemos sin rodeos y haciendo una reseña al uso: «La sal de la tierra» es una película imprescindible, que hay que volver a ver periódicamente porque representa lo mejor del cine militante estadounidense y pone en evidencia la incomodidad de la clase política cuando tiene delante una obra que llama a la movilización de la ciudadanía. Y cuando lo hace, además, sin dogmatismos a lo Michael Moore o a lo Manu Chao. Bien, pues ya está. Ya lo hemos resumido así, para empezar y sin argumentar y porque yo lo valgo, como si fuéramos unos Carlos Boyero cualquiera. Pero ahora intentaremos ir a ese espacio mitológico que nuestros críticos patrios ignoran: la argumentación. No, queridos lectores, no vamos a seguir soltando frases tópicas salpimentadas con recuerdos personales de infancia y presumiendo de que, a lo largo de nuestra vida, hemos visto muchas películas, bebido muchos cubatas y experimentado mucho con el sexo. No, nuestro carlosboyerismo acaba aquí.

Porque «La sal de la tierra» no es una película para impresionar a las chicas. Es en blanco y negro, está protagonizada por mexicanos que chapurrean en inglés y trata sobre una huelga de mineros, de modo que es inevitable, al hablar de ella, mencionar un concepto tan moderno como “lucha de clases”. Vamos, que llevamos esa película a una cita y veremos cómo desciende la libido de nuestra pretendiente cuando oiga nuestro discurso y se plantee si está con un hombre del siglo XXI o con su abuelo el que estuvo en la guerra. No, la verdad es que, para esos menesteres, mejor coger una película de Woody Allen, que siempre da un mayor toque de sofisticación.

Entonces, ¿por qué seguimos emperrados en recomendar esta película? Porque la historia que cuenta, además de la historia que simboliza, es muy interesante. Así que vayamos por partes:

1. La historia que cuenta. «La sal de la tierra» («Salt of the earth», 1954) narra una huelga de mineros en el sur de Estados Unidos que, cansados de que sus condiciones de trabajo sean cada vez peores, deciden parar la actividad. A partir de ahí, se desencadena una serie de enfrentamientos con las autoridades (representadas por el sheriff de la ciudad y los directivos de la compañía minera) al tiempo que asistimos a las asambleas del sindicato donde se deciden cuál ha de ser el siguiente paso. Cuando la ley obliga a disolver los piquetes, entonces son las mujeres de los mineros las que se ponen al frente de la huelga, aprovechando un vacío legal. Sus demandas aumentan, ya que exigen, además de mejoras en el trabajo, mejoras en las condiciones de vida, y una igualdad no solo laboral sino sexual.

2. La historia que simboliza. La película se rodó en el desierto, escapando del control de los estudios de Hollywood, y en plena caza de brujas. La llevaron a cabo algunos de los mayores represaliados de ese periodo por sus ideas políticas. Algunos de ellos incluso fueron a la cárcel por “pensar diferente” (pero no en plan Steve Jobs, no confundamos). El director fue Herbert J. Biberman, el guionista, Michael Wilson, y el productor, Paul Jarrico, que representan lo mejor de una tradición liberal que existió en Hollywood y que no se dejó pisotear pese a que se jugaron el tipo con esta película. Así, la huelga de los mineros representa un mensaje de llamamiento a la resistencia, y las mujeres que asumen el peso de la lucha simboliza ese paso del discurso a la acción.

 

«Se detuvo el rodaje, se deportó a la actriz Rosaura Revueltas a México, el FBI abrió una investigación a todos los que participaron en la producción y se anuló el estreno tras un intenso boicot por todo el país»

Además, cuenta con esos rasgos de “autenticidad” que hacen que la historia suene a verdadera. De hecho, la mayor parte de los actores son no profesionales, son los huelguistas que llevaron a cabo la movilización real en la que se basa el guión, una huelga de mineros de zinc en Bayard (Nuevo México) en 1951. Los mineros participaron de manera activa en la construcción de la película, de modo que la unión entre todos resultó fiundamental para sacar adelante una cinta con evidentes problemas presupuestarios. Y problemas políticos, ya que se detuvo su rodaje, se deportó a la actriz Rosaura Revueltas a México, el FBI abrió una investigación a todos los que participaron en la producción y se anuló el estreno tras un intenso boicot por todo el país. Así, solo se llegó a proyectar en una docena de salas en todo Estados Unidos, y estuvo fuera de circulación durante más de diez años.

Hay una película que cuenta la historia de Biberman y del rodaje de «La sal de la tierra». Se trata de «Punto de mira» («One of the Hollywood ten»), dirigida en el año 2000 por Karl Francis y con Jeff Goldblum haciendo el papel de Biberman y Ángela Molina el de Rosaura Revueltas. Ahí se explica el clima de auténtica persecución que vivieron los represaliados de Hollywood, y las tensiones evidentes que hicieron que tuvieran que rendirse por miedo a perder el trabajo gente como Humphrey Bogart o Edward Dmytryk.

«La sal de la tierra» es, por lo tanto, todo un reto en la historia del cine norteamericano. Es difícil dar con una película que conserve tanta vigencia y que apunte tantos caminos que aún permanecen inexplorados, como el hecho de que la narración con voz en off corra a cargo de una mujer, adquiriendo la historia un punto de vista que sitúa las reivindicaciones domésticas y sexuales en primer término. La igualdad no es un concepto etéreo, viene a transmitir la película, sino una lucha constante que hay que empezar y mantener. Y es de las poquísimas películas de esa época de Hollywood que pone cara a los peces gordos del sistema capitalista que explotan a los trabajadores. Mierda, ya nos hemos puesto como el abuelito hablando de los tiempos de la guerra civil. Será que a lo mejor estamos volviendo a unas épocas de explotación. Si los periódicos supieran hacer su trabajo de verdad, regalarían esta película a sus lectores. Y aprenderíamos todos que el cine también mueve a la reflexión y la acción. Hubo vida, mucha vida, antes de Michael Moore. Y una vida más inteligente.



Anterior entrega de El cine que hay que ver: “Taxi driver” (Martin Scorsese, 1976).

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