El cine que hay que ver: «El halcón maltés» (John Huston, 1941). El material de todos los sueños

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«El halcón maltés’ supone el paradigma del cine negro de los años 40, que ha quedado a su vez como la base del cine policiaco»

 

La sección de películas imprescindibles de la historia del cine nos trae este mes un clásico incuestionable, obra mayor del género negro: «El halcón maltés». Nos la presenta Manuel de la Fuente.

 

Una sección de MANUEL DE LA FUENTE.

 

Flitcraft era el prototipo de ciudadano norteamericano medio. Casado y con dos hijos de corta edad, con un trabajo rutinario y un patrimonio medio gracias a la herencia de su padre, llevaba una vida normal, jugaba al golf y se acababa de comprar un coche. Un día, al salir del trabajo, cayó a su lado la viga de un andamio, provocándole una herida leve mientras paseaba por la calle. Entonces se dio cuenta de que la vida se movía por puro azar, y que el hecho de cumplir con lo que la sociedad esperaba de él no le garantizaba nada. Sin avisar a nadie, desapareció, se mudó de ciudad y decidió cambiar de vida. Cinco años después de aquel pequeño accidente, lo encontraron en otra ciudad. Se había vuelto a casar, había tenido otro hijo, había conseguido un nuevo trabajo en el sector de las ventas, seguía jugando al golf y volvía a llevar una vida anodina marcada por la rutina.

La historia de Flitcraft aparece en «El halcón maltés», la novela publicada en 1930 por Dashiell Hammett. Se trata de un relato que cuenta el protagonista, el detective Sam Spade, y que resulta interesante por dos motivos. En primer lugar, porque fija las constantes de la novela negra: el azar como fuerza motora en nuestras vidas, el deseo de no seguir a rajatabla las normas marcadas por la sociedad y el impulso que ésta ejerce para que, pese a nuestra resistencia, no tengamos más remedio que seguir esas normas. Flitcraft se resiste a vivir el “sueño americano” pero sus esfuerzos acaban reforzando ese modelo de vida. En segundo lugar, llama la atención que esta historia establezca las ideas del género policiaco moderno y que no figure en las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de la novela.

El motivo es muy simple. La historia de Flitcraft no aparece referenciada por los personajes de la pantalla, pero sí forma parte de su retrato, de las claves del cine negro, y sirve de base para crear esa galería de detectives que nos ha dado este género. Por ello, la adaptación más famosa de la novela, dirigida por John Huston en 1941, quedaría como su versión canónica, así como el estándar de cine negro, del mismo modo que las novelas de Hammett habían creado las reglas de la novela policiaca. Al ser su primera película, Huston definía también la característica principal de su cine: el retrato de los perdedores, de los fracasados que luchan contra un sistema social que les aparta por no seguir las reglas marcadas.

La película también sirvió para edificar el mito de Humphrey Bogart. De hecho, fue en 1941 cuando se consolidó su aura de tipo duro a partir de su aparición en esta película y en «El último refugio» («High Sierra», Raoul Walsh), un año antes de su consagración definitiva con «Casablanca» (Michael Curtiz). El mito de Bogart resulta curioso viniendo de un actor no demasiado alto (menos de 1,75 de estatura), cabezón y un tanto gangoso. No se trataba, por lo tanto, de un actor con una presencia física demasiado destacada, pero su encasillamiento en papeles de detective “hard boiled”, unido a otros rasgos de su vida pública y privada, engrandecieron un mito que, además, murió antes de envejecer, a la edad de 57 años.

 

«La fotografía en la que Bogart aparece con Lauren Bacall liderando, en 1947, las protestas contra la persecución ideológica quedaría como un icono del artista comprometido, del actor que concuerda con el personaje al que representa en el cine»

 

Bogart no solo dio la imagen de tipo duro y políticamente comprometido dentro de la pantalla (su personaje en «Casablanca» llegó a luchar, en el pasado, del lado de la República en la Guerra Civil española), sino también fuera de ella: su activismo liberal, llegando a manifestarse en contra de la “caza de brujas” en los años 40, le ayudó a subir a un trono que no pudieron disputarle ni John Garfield (que falleció debido a la persecución del maccarthismo) ni Sterling Hayden (que colaboró con las delaciones del Comité de Actividades Antiamericanas). Bogart tampoco es que se manifestara mucho (el miedo pronto se apoderó de toda la industria de Hollywood), pero la fotografía en la que aparece con Lauren Bacall liderando, en 1947, las protestas contra la persecución ideológica quedaría como un icono del artista comprometido, del actor que concuerda con el personaje al que representa en el cine.

«El halcón maltés» supone, por lo tanto, el paradigma del cine negro de los años 40, que ha quedado a su vez como la base del cine policiaco. Sus características principales son dos. La primera es la apuesta por la vertiente realista en el cine. La película narra los intereses de una serie de personajes que, movidos por la ambición, se ponen en contacto con una agencia de detectives para localizar una valiosa reliquia medieval: la figura de un halcón de oro y piedras preciosas. Su búsqueda dejará un reguero de asesinatos, traiciones y chantajes que mostrarán las vilezas de la condición humana. El género policiaco no busca, así pues, una mera evasión como los géneros predominantes en el Hollywood de los años 30 (el musical o la comedia), sino un tratamiento realista de las historias, protagonizadas por personajes corrientes que se mueven en ambientes sórdidos.

 

«Bogart tendrá una influencia total sobre todos los actores posteriores que encarnen este estereotipo de detective duro. Todos ellos, incluso actores como Robert Mitchum o Burt Lancaster, adoptarán la pose de Bogart, esa mirada distante y cínica»

 

La segunda característica responde a ese tratamiento realista porque el género policiaco en el cine norteamericano supone una de las primeras influencias del cine europeo: el expresionismo alemán. En las películas policiacas son habituales los juegos de luces y sombras, los planos a contraluz, con encuadres en picados y contrapicados que intentan reflejar, como hacía el cine expresionista, las distintas aristas de los personajes, su carácter poliédrico y retorcio. De hecho, fueron los directores alemanes huidos del nazismo quienes desarrollaron en Hollywood el género policiaco. Cineastas como Fritz Lang o Robert Siodmak establecieron los nexos con el cine de la República de Weimar que darían pie al cine norteamericano moderno. Es en 1941 cuando algunos de los directores norteamericanos más liberales recogen estas enseñanzas y se ponen a dirigir películas con estos principios: será el año de «El halcón maltés» de Huston y de «Ciudadano Kane» (Citizen Kane), de Orson Welles.

Así como «Ciudadano Kane» queda como ejemplo de una película en la que confluyeron diversos talentos destacados (no sólo Welles, sino también Gregg Toland, Herman J Mankiewicz o Bernard Herrmann), «El halcón maltés» es también el resultado de tres personalidades. En primer lugar, John Huston, que construiría la imagen de Sam Spade en el cine, el detective duro, pero también sentimental e íntegro. Al final de la película, Spade le dice a Brigid que la va a entregar a la policía por sus propios principios morales, porque él no es un corrupto y antepone su deber frente a sus sentimientos. Es un comportamiento que Huston repetiría en su siguiente película, «Como ella sola» («In this our life», 1942) cuando el personaje de Craig acabe también entregando a la policía a su antiguo amor, Stanley, pese a que no es lo que desearía hacer. Y será algo constante en el cine de Huston, la integridad por delante incluso de la sensación de fracaso que tales decisiones implican. Toda la galería de personajes del cine de Huston se moverán siempre por esta serie de valores.

El segundo eje de «El halcón maltés» es Bogart, que tendrá una influencia total sobre todos los actores posteriores que encarnen este estereotipo de detective duro. Todos ellos, incluso actores como Robert Mitchum o Burt Lancaster, adoptarán la pose de Bogart, esa mirada distante y cínica que esconde sentimientos como la soledad o la desolación que se ofrece al espectador a modo de pequeñas pinceladas. En esta película, Bogart es el personaje que domina en todo momento la situación, el que tiene siempre la réplica exacta, el que no deja que nadie le pisotee, ni los gángsters que tratan de estafarle ni la mujer fatal que intenta embaucarle.

Y, finalmente, está Dashiell Hammett. Antes que novelista, Hammett fue detective y, como tal, es también el personaje de sus novelas adaptadas al cine. Hammett sí estuvo totalmente comprometido en la lucha contra McCarthy, y llegó a estar en la cárcel por negarse en rotundo a dar explicaciones al Comité. Se mantuvo firme hasta en los años más duros de la “caza de brujas”. Íntegro, como sus héroes. Por eso, «El halcón maltés» de Huston permanece no solo como el principio de la ficción criminal contemporánea, sino también como el retrato real de unos valores, de una ideología que resiste los vendavales de un sistema alineado que se empeña en domesticarnos a todos. Porque lo que nos cuentan Hammett, Bogart y Huston es que lo importante de la historia de Flitcraft no es su fracaso final, sino el hecho de haberlo intentado. Eso no es un fracaso, ya que el fracaso consiste en quedarse de brazos cruzados.

Anterior entrega de El cine que hay que ver: “The Rocky Horror Picture Show” (Jim Sharman, 1975)

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