Discos: «World peace is none of your business», de Morrissey

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«Sus discos son compendios de argumentos más o menos afortunados en los que los destellos de genio conviven (en porcentaje variable de uno a otro) con funcionariales ejercicios de estilo»

morrissey-24-07-14

Morrissey
«World peace is none of your business»
HARVEST/CAPITOL

 

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

 

Al contrario de lo que suele pasar con las sensaciones de temporada y en sintonía con las andanzas de quienes adquieren estatus de leyenda, pocos factores suscitan mayor hormigueo de expectativas –en el caso de Morrissey–que sus periodos de inactividad. Así ocurrió a los siete años transcurridos desde el fallido «Maladjusted» (1997) y así ha vuelto a ocurrir con los cinco que han mediado entre el rotundo «Years of refusal» (2009) y el álbum que nos ocupa. Entre medias, varias sonoras suspensiones de algunas mangas de sus giras (una úlcera, una intoxicación alimentaria y una conmoción cerebral tuvieron la culpa) y su voluminoso recuento de memorias en los anaqueles de Penguin Classics, el jugoso “Autobiography” (2013).

Ante la imposibilidad de contar de nuevo con Jerry Finn (fallecido en agosto de 2008), la principal novedad radica aquí en la elección de un productor como Joe Chiccarelli, profesional de tan acreditada versatilidad que ha engrosado un listado de nóminas que va de Elton John a Julieta Venegas, pasando por Jamie Cullum, Counting Crows o The Shins. Y lo cierto es que la disparidad de aderezos que conlleva su rúbrica tiene también su correlato en el pentagrama con una notable dispersión. Nada ante lo que haya que rasgarse muchas vestiduras: rara vez la carrera en solitario de Mozzer ha rozado la magnificencia del periodo 1992-94, cuando transitó de forma sobresaliente entre el arrebato casi glam de «Your arsenal» y el lirismo sublimado de «Vauxhall and I».

Desde entonces, sus discos son compendios de argumentos más o menos afortunados, en los que los destellos de genio conviven (en porcentaje variable de uno a otro) con funcionariales ejercicios de estilo que parecen hacer gala del molde pero carecer del filo de sus mejores momentos. Quizá porque sabe que nadie va a sonar nunca mejor a él que él mismo. Y este álbum no es una excepción: escuchen ‘Staicarse at the university’, ‘Mountjoy’ o ‘Kick the bride down the aisle’ y díganme si son ustedes capaces de negarlo tres veces. Tampoco el adiós a la factura deliberadamente pop que lucían ‘First of the gang to die’, ‘In the future when all’s well’ o ‘Something is squeezing my skull’ ofrecerá muchos reclamos al consumidor impaciente.

Dicho esto, la disparidad de nutrientes ni mucho menos trabaja en perjuicio de las canciones. En ‘Neal Cassady drops dead’, por ejemplo, conviven unos ásperos riffs alzados sobre ritmos de caucho sintético (¿alguien se acuerda de «Head music», los Suede de 1999?) con punteos de guitarra española que no arruinan su atractivo. El tema titular exhala su proverbial canon de melancolía y letra afilada, y los siete minutos de ‘I’m not a man’ (esa perenne obsesión por desmentir los estereotipos sexuales) abjuran del tedio con un emocionante crescendo final, sostenido por los teclados de Gustavo Manzur, la incorporación más reciente a su troupe.

Como se decía en la jerga militar con aquello del valor, a Morrissey la buena factura de los textos también se le supone, por lo que no perfilaremos sobre ella un valor añadido. Menos aún con los palos que se está llevando por la letra de la (por otro lado) efectiva ‘The bullfighter dies’, tan elemental ella. Al fin y al cabo, nada que nos pueda inspirar una mueca más condescendiente que la de su porte en el FIB 2006, bandera rojigualda anudada al cinto cual mandil de camarero: reconozcamos que la españolidad siempre ha tenido un aparatoso encaje en la ortografía pop anglosajona, ya sea bajo lluvia de bombas con denominación de origen o sobre un sostén nominal de jefe de columna de milicias anarquistas, por citar solo dos ejemplos de una retahíla que podría ser larguísima.

Concluiremos con que ‘Istambul’, ‘Kiss me a lot’ (con esa trompeta radiante, a lo The Pale Fountains) u ‘Oboe concerto’ (que comparte algo más que la atmósfera de ‘Death of a disco dancer’) representan mejor que ningún otro punto la valía de un tipo que, como todos los artistas que viven instalados en el exceso expresivo, difícilmente puede arrojar solo ganancias en su cuenta creativa de resultados. Y cuyo enroque en una misantropía que –a estas alturas– ya no siempre puede resultar ingeniosa ni lucida, limita también el margen para el registro de temas realmente memorables. Aunque aquí la cuota, como en cualquier precedente, también exhiba algunas contribuciones de peso.

Anterior crítica de discos: “The Swing House acoustic sessions”, de Vintage Trouble.

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