Discos: «Somos gente honrada», de Los Verdugos

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«Seis canciones que parecen pocas tras haber arrancado y que desde el principio acogen los secretos de su magnetismo»

los-verdugos-23-04-14

Los Verdugos
«Somos gente honrada»
SPICNIC

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Desde siempre me he sentido fascinado por las líneas perdidas de los años ochenta, aquellas que solo muy levemente asomaban, que parecían difuminarse antes de estallar en otros grupos, que no aparentaban continuidad y que, sin embargo, el observador atento podía recorrer en líneas ocultas. Son los grupos pimpantes de la primera nueva ola, la fantasía de Terry IV, el veneno pop de Los Vegetales, por no ir más allá, hacia TCR o Los Ginkas. Desprejuicio, salero y ganas amateurs, tres acordes y fantasía; lo que faltaba en técnica sobraba en imaginación.

Si hubo algún sello que aglutinó este espíritu, evidentemente fue Spicnic, que en los últimos tiempos parecía desfondado, quizás sin oxígeno después de años de luchar por esquemas tan obvios como el que entiende que la evolución comienza desde la base y que es sano volver a lo más evidente y sencillo. Sus colaboraciones con Chin Chin Discos Mundiales hicieron pensar que aún había brotes, y de ellos ha nacido esta pequeña ramita que es el minielepé de Los Verdugos. Eso sí, una edición limitada de únicamente 200 ejemplares.

Los Verdugos son la plana mayor de Alpino –ya con gente de los susodichos Terry IV– junto a Dioni Dee; y el disco –sublime portada con López Vázquez y Aleixandre, unos de sus iconos desde siempre–, está producido por Javier Pelayo y Joaquín Rodríguez, que les da también el buscado toque a lo Nikis. Seis canciones que parecen pocas tras haber arrancado y que desde el principio acogen los secretos de su magnetismo: esa estela a lo Sigue Sigue Sputnik en la que da título, guitarras toscas pero flexibles y la voz de Manolo Alpino que costará de asimilar a quien no haya entrado antes en este mundo pero que tras unas reproducciones se revela necesaria.

De hecho, la marca fundamental son las guitarras, un martillo neumático, una máquina de construir muros sónicos engrasada para conseguir velocidad sin esfuerzo. También las letras, que destilan retratos y cuentos plagados del amable esperpento de la derrota, no lejos de esos dibujos fílmicos que tanto adoran. Declararse el tonto del año, samplear a John Hughes o instalarse en esas historias de “chico encuentra chica” son más que guiños, son evidencias de pertenecer a un universo que supera la música, un universo de desgracias y optimismo a un tiempo.

Clavan la que, en un país sin prejuicios sería la canción del año: ‘El camino más largo’, aparentemente la menos acelerada, la más melódica, pero traspasada por flechas hirientes de guitarras en tensión, un riff de piedra helada y unos teclados que precisan la evocación casi romántica. A veces surgen cosas así, con aparente perfección de azar y con seguro empaque del buen gusto. Si no hay remedio, ya nos conformamos con que siga apareciendo a cuentagotas el milagro de Spicnic, pero que de vez en cuando se sigan levantando y andando con sonidos como estos.

Anterior crítica de discos: “Resituación”, de Nacho Vegas.

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