Discos: “Gasolina, santos y calaveras”, de Los Radiadores

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“Gustará a devotos de John Fogerty y de la carretera como banda sonora, a los que creen que la electrónica o el pop más sensible son innecesarias y molestas persistencias”

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Los Radiadores
“Gasolina, santos y calaveras”
BONAVENA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

La de los Radiadores es una propuesta musculosa y caliente, de esencia guitarrera y regusto clásico, la escucha del disco lo expone bien a las claras. Gustará pues a devotos de John Fogerty y de la carretera como banda sonora, a los que creen que la electrónica o el pop más sensible son innecesarias y molestas persistencias. Solo por ello sería un buen disco, consiguen llegar a donde quieren, suenan como creen que deben sonar y ocupan con potencia nada rígida un rinconcito en el país de las guitarras que pasan del volumen a los solos sin problemas. Pero en todo este denso cañamazo han ido dejando pequeñas aberturas que ocultan secretos bien gordos. La trampa más a las claras, la versión de ‘El hospital’.

Que una canción icono de cierta modernidad atenta a la delicadeza, al amateurismo, a custodiar su pequeño mundo, pase a las manos de una banda que defiende horizontes más rugosos es un síntoma de buena salud, de buena amplitud de miras, por lo menos. El grupo de Raúl Tamarit envuelve la letra de un sonido potente pero claro, nada correoso. Que en ‘Un nuevo imperio’ recuerden la manera de construir las canciones de Los Nikis –de los Ramones, es lo mismo– también es buena señal, por lo menos para este cronista, abrirse hace posible que huyan de la uniformidad.

En todo caso, claro está, dominan los sonidos poderosos, callejeros, la guitarra a lo Springteen que abre ‘Tiempos de destrucción’ lo apunta sin vacilaciones, y las letras –motor, sangre, bares– apuntan en esta dirección, aunque también hay espacio para el combate comprometido y –mucho– para la ciencia–ficción. El propio título del disco es perfectamente icónico, para unas historias que a veces –‘On y off’– huelen en el latido rítmico a Harleys, son perfectos rhythm’n’blues en ‘Hasta el final’ con su piano persistente, tienden un tanto hacia un pub rock oscuro con ‘Sin dejar de sonreír’ o derivan conscientemente hacia la psicodelia como en el crescendo de ‘Círculos concéntricos’. Hay, sin embargo, también sitio para la sutilidad y alegorías escondidas como la de ‘Buzo’. En todo caso, unificando esta variedad de influencias, siguen una línea de rock español en el que caben Burning, los Surfin’ Bichos, 091 o Los Enemigos. Muy bien acompañados están, por cierto.

Anterior crítica de discos: “Defenders of the faith”, de Judas Priest.

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