Discos: “Al límite”, de José el Chatarra y el Punky Gitano

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“Es rumba. Con más matices de los que parece, con cierta melancolía en esa trompeta cercana a Gato Pérez, con paseos por el son cubano, con la desfachatez de El Canijo de Los Delinqüentes”

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José el Chatarra y el Punky gitano
“Al límite”
KASBA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

La rumba sigue con buena salud. Bien es cierto que apenas hay renovación técnica o estilística y que todo sigue bebiendo del arco que va desde Peret en los sesenta al sonido Caño Roto en los setenta. José el Chatarra y su compañero el Punky gitano, desde Reus, no aportan más contenido bizarro que en su nombre, puesto que de punk hay más bien poco, de hecho funky le sentaría mucho más ajustado, bien mirado algunos fondos, como los de ese ‘Baila conmigo’ que abre el disco son perfectamente sofisticados y se abren al punteo en la guitarra del Santana más ensoñador o a texturas de discopub de los setenta.

Pero a lo que íbamos, es rumba. Con más matices de los que parece, con cierta melancolía en esa trompeta cercana a Gato Pérez, con paseos por el son cubano, con la desfachatez de El Canijo de Los Delinqüentes. Música de barrio, sí, que en esos detalles se amplía, detalles que quizás sean sólo afines al oído atento. En realidad, el combate político ocupa mucha mayor parte, y en ‘Barrios 2.0’ –con la colaboración de Kutxi Romero, de Marea– repasan las miserias del país al explicárselas a alguien que ha pasado una temporada en prisión, desde cacerías de elefantes a subidas de IVA.

Aparte de esto, surgen historias costumbristas, deudas rocambolescas que se pagan con un camión de ponis o el odio –y la crítica, de paso– a los sueños de grandeza que genera el fútbol infantil. Y las condiciones del mercado laboral de dureza inhumana que atenúa el espléndido solo de guitarra de ‘Quiero ser insolvente’, acercando todo el concepto al neocalorrismo: naturalidad, respeto a los setenta, aplicar las letras a los problemas de la calle en el XXI. Porque eso sí, aunque ofrezcamos referentes viejunos, la producción es perfectamente actual, moderna, sin ejercicios de estilo.

Una estética en la que cabe todo, el fondo casi de blackexplotation latino para el rap de ‘El punky tiene guasa’, los amores de mercadillo cercanos a Veneno de ‘Súbete a mi camión’ o la transgresión con unas sevillanas eléctricas y barriobajeras, comprometidas directamente, con la calle y con Pata Negra. Como siempre en la rumba hay un valor que marca prestigio, la sensación de que mientras lo grababan se lo estaban pasando en grande. Y aquí se despliega sobremanera, hasta llegar a enredar bien en esa mezcla de aceras, reivindicación y sabor.

Anterior crítica de discos: “Juglar”, de Gatoperro

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