Discos: «After the disco», de Broken Bells

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«Una maravillosa y adictiva rodaja de eurobeat con su leve vocoder, sus pequeños puentes de bajo musculoso, su perfecta pulsión»

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Broken Bells
«After the disco»
SONY

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Hay ocasiones en las que una canción vale por todo un disco. Escuchas, te asombras y se va enredando en espiral hasta que te difumina la percepción. Es algo totalmente personal. La mía es ‘After the disco’, la que da título al conjunto, que huele a bola de espejos, a pista esponjosa y a noche. Es una maravillosa y adictiva rodaja de eurobeat con su leve vocoder, sus pequeños puentes de bajo musculoso, su perfecta pulsión. Y sin embargo, quiere abarcar un aire melancólico que flota, realmente oleoso en su letra; “después del disco todo el brillo se apagó”, dicen.

James Mercer –de The Shins– y Brian Burton –como productor Danger Mouse–, que decidieron en un encuentro casual hace tiempo formar Broken Bells perpetran su segundo disco, y parece tan cuidada la perfección en el sonido –magos del estudio– como el afán por resaltar texturas que no aparecen en las notas, la pretensión de cargar todo en sentimientos apagados se ve iluminada en ocasiones por destellos inconscientes. Una escucha entregada detecta en un buen puñado de canciones ejercicios del viejo synth pop, la que abre el disco, por ejemplo, con un riff de sintetizador, un solo de guitarra y un medio tiempo del que hubieran disfrutado los pubs de los ochenta. Y es un elogio.

Vuelve a aparecer el espíritu en un disco que bascula entre estéticas con ‘Control’, fondos y voces de himno y trazas de antiguas celebraciones que derivan hacia el soul eurovisivo y las lentejuelas, aunque en ‘No matter what you’re told’ retomen la frase de bajo de ‘To cut a long story short’de Spandau Ballet y también en ‘Medicine’ deslumbren con retazos de baile tecno, suena todo genuino y actual, como recién inventado.

Y como siempre un disco de mérito tritura en alguna canción otros referentes, en este caso es ‘Lazy wonderland’, una preciosista nana entre la electrónica y los Beatles del doble blanco, con leves trazos psicodélicos detrás y la magnética voz de Mercer, con un timbre excepcional y una irresistible nebulosa triste que parece sostenerla. El resto gustará a los que valoren la grandilocuencia o el melodramatismo, que asaltan en ‘Holding on your life’ u ‘The remains of rock & roll’ o el folk desnudo de ‘Leave it alone’ que también deberían tener su público. Este cronista apuesta básicamente por la sencillez del baile, fuera de sonidos espectaculares, pero seguro que otros oyentes encontrarán vida más allá.

Anterior crítica de discos: «Live at Montreux 2004», de Nile Rodgers & Chic

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