Diego A. Manrique: El jinete y su tormenta (segunda parte)

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«Cuando llegas a determinada edad y sabes que se te han cerrado unas determinadas puertas, puedes ser muy libre expresándote, y eso a mucha gente le jode»

 

Publicamos la segunda (y última) parte de la entrevista que Juan Puchades mantuvo con Diego A. Manrique. En ella, el maestro de periodistas musicales habla de la radio, de internet, del estado del rock…

 

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

 

¿No hemos tenido todos siempre como medidor musical radiofónico exclusivo a Radio 3, cuando otra gente ha trabajado muy bien en programas musicales en emisoras generalistas, o en emisoras musicales privadas. Y estoy pensando en Joaquín Guzmán, en Rafael Escalada? ¿Gente como ellos no ha contribuido decisivamente a difundir la música y a crear gustos musicales entre audiencias que no tienen nada que ver con las de Radio 3; no es gente que ha estado en unas trincheras también meritorias?
Sin duda, sin duda. Hace poco lo mencionaba, que la gran hazaña de la radio musical en los últimos meses es el subidón de Rock FM, y me gustaría saber cuándo la escuchan los oyentes, si durante esos bloques de canciones sin presentación o cuando habla Escalada o El Pirata. Sí que es cierto que Radio 3 es la niña bonita y es la que se ha llevado todos los aplausos y a las otras, que en muchos casos tienen mucha más fuerza que Radio 3 a nivel de oyentes, no se les ha prestado atención.

Estaba por no preguntarte por Radio 3, pero en muchas entrevistas alrededor de «Jinetes en la tormenta» ha salido el tema y, además, las referencias en los chats que mantienes en «El País» son constantes. Dado que tu vuelta parece inviable, ¿no sería mejor dar el capítulo por cerrado? ¿No estás ejerciendo un poco de rey en el exilio? ¿No sería preferible que dejaras de hablar de la casa y te centraras en Radio Gladys Palmera, el proyecto en el que mantienes un podcast?
Sí, pero, al mismo tiempo, estuve allí desde el principio de la emisora, con un parón en los ochenta, y creo que soy el mejor situado para opinar sobre Radio 3, porque sé que no voy a volver y sé porqué se están haciendo las cosas mal. Tiene un relato mucho más dramático que el de Radio Gladys Palmera, donde no hay misterio: los programas se hacen, se juntan, son situaciones profesionalmente muy diferentes.

¿Confías en el futuro de Radio Gladys Palmera?
Bueno, ya no confío ni en mi propio futuro. Desde luego tiene un staff sólido, con ganchos mediáticos como pueden ser Olvido [Alaska] y [Mario] Vaquerizo y [Nacho] Canut o J Planetas, y tendría que tener cien veces la audiencia actual.

¿Quizás la radio hay que escucharla en un sintonizador y no en un podcast?
Claro, totalmente, yo tengo receptores en todas las habitaciones, y si estoy en el váter, estoy escuchando la radio; si estoy preparándome la cena, enciendo la radio; si estoy leyendo, es muy posible que tenga la radio encendida. Claro, la ubicuidad de la radio terrestre es una cosa muy poderosa, el que esté en todos sitios, que la puedes escuchar de una forma casi trivial, porque está de fondo y quizás no prestas mucha atención, pero la accesibilidad que tiene es impresionante. Desde luego Radio Gladys Palmera ansía tener un poste para emitir, un poste legal, lo que pasa es que aquí las frecuencias fueron regalos políticos y ahora hay personas o grupos empresariales que poseen frecuencias e igual las están desaprovechando o no usando, y no las venden a no ser que pagues una cifra de siete dígitos.

Supongo que lo sabes: mucha gente te tiene como el prototipo del periodista musical estrella, y además considera que en los últimos años te has ido endiosando. ¿Lo ves así?
Yo pensaba que el periodista estrella era Joaquín Luqui. Y lo digo en serio, porque la gente cuando hablaba de un periodista musical citaba a Joaquín Luqui, y de hecho le dieron uno de los últimos programas musicales de televisión. No, creo que eso no lo merezco porque, en cierta forma, ahora desarrollo una actividad algo marginal, muy personal: confunden la voluntad de estrellato con la cierta libertad que tienes en este momento.
Cuando llegas a determinada edad y sabes que se te han cerrado unas determinadas puertas, puedes ser muy libre expresándote, y eso a mucha gente le jode, que demuestres de una forma más abierta tus fobias y tus filias. Pero insisto, todo esto forma parte del efecto internet. El efecto internet es que cualquiera, inteligente o descerebrado, puede mandarte un torpedo que te hunde anímicamente durante ese día.

¿Te pasa eso, te hunde?
Claro, además eso magnifica mucho, porque salen con «ya está este contando sus historias de abuelo», y alguien que viene de fuera piensa «este tío busca crear mucha polémica». Y no, no creas polémica, creas la misma polémica que antes, pero antes se lo tenían que pensar, escribir una carta, meterla en un sobre, comprar un sello y echarla en un buzón, ahora lo hacen antes de que hayan terminado de leer el artículo, como tú y yo sabemos. No noto ese endiosamiento, lo único es que desde hace tiempo pienso que una de las tácticas de supervivencia de un periodista en internet es compartir tus vivencias, es decir, lo que en un periódico convencional no puedes hacer porque el libro de estilo no te lo permite, pues ahora igual sí que es necesario que lo hagas para diferenciar tu texto de los ciento veinte mil que están saliendo a partir de la entrada de Wikipedia.
Mira, el otro día, hablando de Lou Reed, digo «Lou Reed solo tiene dos canciones que son universalmente conocidas: ‘Perfect day’ y ‘Walk on the wild side'». Y salen con «Este hijoputa, cómo no sabe de ‘Sweet Jane’ y ‘Rock ‘n’ roll'». Y dices «es que, tío, me lo dijo el propio Lou Reed». Claro, evidentemente queda como una respuesta de un tipo engreido y, lo que es peor, el modelo Julián Ruiz de «confidente de las estrellas». Simplificando: ahí está la inmediatez de la respuesta que distorsiona la reacción y que la hace más gigantesca de lo que parece. Y creo que no me equivoco: hoy tienes que poner un plus que bien pueden ser tus vivencias como testigo presencial.

En EFE EME hace más de un año cerramos los comentarios, yo soy más feliz, y te aseguro que muchos colaboradores son más felices. ¿Serías más feliz si en tu blog de «El País» se cerrasen los comentarios, o ya los necesitas para darte marcha?
A mí lo que me parece injusto es que para los artículos de prensa haya moderadores y para los blogs no haya moderadores. El blog es al oeste del río Pecos, se pueden decir las máximas barbaridades, y si no te ocupas tú de mirar cada día para ver qué han escrito, puedes encontrarte comentarios absolutamente groseros, desagradables, difamatorios, que alimentan un clima de linchamiento. A mí me parece positivo el que alguien te corrija, pero entre la discrepancia y el insulto hay una distancia enorme, y sobre todo entre la discrepancia y la difamación. Aceptaría perfectamente que hubiera comentarios siempre que estuvieran supervisados, como en la parte, digamos, noble del periódico.

Dado que tu nombre tiene reconocimiento y prestigio, durante algunos años escribiste muchas hojas de promoción de discos, ¿siempre contaste en ellas lo que de verdad pensabas, o las escribías por dinero?
Tengo recuerdos nítidos de haber rechazado muchas hojas de promoción porque no me gustaba para nada el artista o el disco. A veces son cosas que luego las he meditado y de repente digo «no entiendo porqué yo dije esto». Recuerdo una vez que salía un disco conjunto de Dionne Warwick e Isaac Hayes y me ofrecieron escribir la hoja de promoción y dije que eso no lo escribía yo. Por alguna razón, me pareció un paripé, aunque admire a ambos por separado. Y pasó en muchos otros casos. A ver, voy a decirlo: tengo muchas dificultades para escribir sobre un disco de un grupo español que cante en inglés. Me he negado a muchas.

¿Por qué?
Porque me parece que es una traición a la voluntad universalista de llegar al público potencial del rock español. El público potencial del rock español no es el mundo entero, podemos contar con los dedos de la mano el número de artistas españoles que han triunfado en inglés. A mí me parece que es un retroceso el no esforzarse en hacer letras en español o en la lengua de tu tierra porque encuentras más comodidad cantando en inglés y porque tu sentido del pudor se siente más reconfortado. Evidentemente, me puede gustar un grupo español cantando en inglés, pero en principio pienso que hay detrás una cobardía artística o un mimetismo bobo.

Es llamativo, porque no se cuenta, pero sé que esto de no querer escribir sobre grupos españoles que cantan en inglés le pasa a más compañeros. Confieso: a mí mismo.
Claro, el planteamiento era muy malo desde el principio, cuando salieron Australian Blonde, se decía «¿por qué no pueden cantar en inglés?». Claro que pueden cantar en inglés, joder, ¡y en esperanto si quieren! Ese no es el problema. El problema es: ¿vuestras canciones no tendrían un recorrido mayor si las entendiera el cien por cien del público potencial? Recuerdo que «Rolling Stone» llamó a profesores nativos para que examinaran las letras en inglés de los grupos españoles, claro, resultó un cachondeo, eran patéticas. Ahora imagino que habrá subido el nivel. Pero, básicamente, de principio sospecho: este tío canta en inglés porque no se atreve a expresar sus sentimientos en español, le da vergüenza, porque se fía más de la moda y espera quedar mejor cantando en inglés, porque el mimetismo es tan grande que hasta imita el idioma. Joder, si lo que ha hecho grande a los italianos, a los franceses, incluso a los alemanes, es que cantan en su idioma.
Luego está el caso raro de los países de medio tamaño, como los suecos o los holandeses, que desde la cuna hablan inglés y tienen esa vocación comercial de venderse por todo el mundo porque es lo que han hecho sus antecesores durante siglos. Además, no tienen traumas de identidad como los nuestros. Cuando se trata de una cultura con un potencial tan grande, de un lenguaje como el castellano, parece un disparate. Esa es una de las razones de que conserve la simpatía por Los Planetas, que a pesar de todos los disparates que han hecho le echaron el valor que le echaron durante aquella época, cuando la norma era cantar en inglés.

Pero no olvidemos que había, y hay, medios que aplaudían y apoyaban aquello.
Sobre todo lo que había era unos medios que ni siquiera les hacían esa pregunta: ¿esto se entiende, se puede traducir, está escrito en un inglés correcto? Todo quedaba en «no, es que a mí el rock me suena mejor en inglés». No, oye, te acabas de cargar cuarenta años de música y artistas en dos continentes cantando en español y resulta que para ti no es posible hacerlo en este idioma. Eso es un síntoma del mimetismo cultural, de la voluntad mimética, y me parece peligroso.

¿Ante una mala crítica, crees que son peores las reacciones del artista o las del fan?
Posiblemente las del fan, porque el fan tiene una visión mucho más ingenua, más simplona. El artista, a poco listo que sea, no va a compartir lo que dices, pero sabe de dónde viene tu argumento. Recuerdo una entrevista para «El País Semanal» con Duran Duran: llegaron aquí y lo primero que pidieron fue mucha cocaína y yo lo conté e hice un chiste tan elemental como decir: «los súbditos de Isabel II que ahora andan en guerra con Argentina, están pidiendo refuerzos bolivianos». No fue muy brillante, ciertamente. Pero llegó una avalancha de cartas al «País Semanal», de fans, la mayor parte femeninas, diciendo que cómo podía decir una barbaridad como esa, ¡que Duran Duran no tomaban drogas! Claro, realmente la distancia que hay entre artista y público en este caso es kilométrica. Sí, creo que son más peligrosos los fans. Los artistas te guardan odios, pero si al año siguiente te necesitan, se lo van a tragar y van a seguir manteniendo una relación profesional contigo.

Y el artista, si es listo, sabe que, por ejemplo, una entrevista en la que le pones contra las cuerdas, en realidad le permite defender su posición enfrentándose a sus contradicciones.
El problema es que no están acostumbrados a eso, y me parece que para ellos sería un ejercicio de puta madre el que alguien les saque de la zona confortable del «to er mundo é güeno». Hay que luchar contra eso. Una de las entrevistas de las que más a gusto estoy es una con Joan Manuel Serrat en Barcelona, cuando había sacado aquel disco disparatado, «Tarrés», y le dije «Joan Manuel, sé que vienes a vender esto, pero yo vengo de ‘Rolling Stone’. ¿Sabes lo que es ‘Rolling Stone’?». «Sí, sí, cómo no», me dijo. «Pues ‘Rolling Stone’ es una revista en la que se habla de sexo, drogas y rock and roll, ¿te parece bien que tratemos las tres cosas». «Sí, sí, las tres cosas me encantan». De sexo habló bien poco, pero de todo lo demás contó cosas que nunca jamás había contado, y dices, joder, es que somos unos cobardes, preferimos el cuestionario tópico de «¿cuándo se compuso esta canción? ¿Por qué elegiste a este productor? ¿Qué piensas de la crisis de la industria musical?». Ese es el cuestionario típico y ellos lo responden con la mayor eficiencia que pueden, y el texto más divertido es cuando el lector nota que ahí hay una pelea de mentes.

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«Vivimos en una etapa que si se caracteriza musicalmente por algo es por el canibalismo. El rock se está comiendo su propia historia, es muy fácil que te sientas quemado y muy poco conmocionado por cosas que has vivido durante mucho tiempo»

 

Se dice que los críticos somos los que peor aceptamos las críticas, ¿te pasa a ti?
Hombre, yo las críticas las acepto perfectamente y entiendo, por ejemplo, que el mundo heavy no me tenga especial cariño, pero, claro, hay una distancia entre eso y que digan como llegó a decir, no sé si Mariscal [Romero] o El Pirata, que yo era un chupóptero del PSOE, ahí entramos en el área de la difamación más grosera. Como le he intentado recordar a ese otro disparatado que es Fernando Márquez «El Zurdo»: en la época en la que se supone que yo estaba boicoteándole por falangista, es la época en la que a mí me habían echado de Radio 3, en el 86, y difícilmente puedes montar un boicot cuando te acaban de echar de la emisora que habías fundado y estás intentando buscarte la vida.
Hay cosas que puedes aceptar, y no es que seamos los críticos especialmente sensibles, pero como tampoco somos habitualmente objeto de crítica, cualquier crítica brilla mucho más. El artista recibe diariamente avalanchas de comentarios sobre su trabajo y el noventa y nueve por ciento son positivos. A nosotros nos desequilibra más porque no estamos acostumbrados a recibir ningún tipo de crítica. De todos modos, diferenciemos entre crítica, difamación y agresión verbal.

En los chats de «El País», y en tu propio blog, a veces se cuela gente, trolls, supongo, que amablemente te sugieren que te jubiles y dejes pasar a gente más joven, ¿piensas en la jubilación?
Básicamente, el argumento que siempre he defendido para los artistas veteranos es: «mientras quieras y puedas, adelante».

Y sirve para ti.
Exactamente. Es que además es un absurdo que eso se plantee, los artistas que están actuando con ochenta y seis años, no lo hacen por placer, lo hacen por necesidad. Deja aparte a los que tienen un ego gigantesco o una vocación de correcaminos, como McCartney o Dylan. Pero los históricos, si actúan es porque necesitan comer.

¿Y tú seguirás “actuando” porque necesitarás comer?
Qué remedio, como no aparezca un tío rico de América y me deje una herencia, y te aseguro que en ese caso solo escribiría una vez al mes.

Desde hace un tiempo, no es solo que note los años, es que noto los años musicales. Me explico: en ocasiones me cuesta horrores conectar con determinadas nuevas propuestas que pueden venir, no sé, del brit pop, del indie, del soul o del pop español, da lo mismo, y que me suenan a algo que me sé de memoria y que, quizá, a los veinte años o a los veinticuatro habría apreciado mucho, y hoy me parece que no aportan nada y me cuesta sintonizar con ellas, prefiero a los originales. ¿A ti te pasa?
Sí, totalmente. Es que el problema ya no es que sea algo que has vivido una vez, sino que lo has vivido dos o tres veces [risas]. Y eso te hace terriblemente escéptico. Yo creo en el reciclaje, es decir, cuando salen los primeros Oasis estaba claro de dónde venían, pero lo hacían con tal empuje y se lo creían tanto que lo podías olvidar, y de hecho lo olvidamos durante bastante tiempo, pero luego, claro, descubrimos que vivimos en una etapa que si se caracteriza musicalmente por algo es por el canibalismo. El rock se está comiendo su propia historia, es muy fácil que te sientas quemado y muy poco conmocionado por cosas que has vivido durante mucho tiempo. Pero el chaval que escucha a Quique González nunca ha escuchado a los modelos de Quique González, y puedes entender perfectamente su devoción.

Y, a la vez, es probable que Quique González sea musicalmente más inquieto y abierto de miras que sus propios oyentes.
Seguramente, y aunque muchas de sus características parezcan clichés, es un estilo. Esencialmente es que vivimos en un mundo en el que todo es reciclable y por lo tanto todos los fenómenos son más cortos y tienen menos impacto que antes. A mí me sigue preocupando el que no haya habido un rockero generacional desde Kurt Cobain, y alguien me dirá «salió Jarvis Cocker o Damon Albarn o Julian Casablancas», pero en comparación con el impacto social que tenía Cobain y Nirvana, no están en la misma liga.

Ignacio Julià sostiene que el rock ha muerto, ¿crees que está muerto o en vías de extinción?
No, eso son percepciones nuestras porque hemos visto tantas cosas maravillosas que es como el momento de “Blade runner” en que el replicante decide morir y sale la voz de Constantino Romero y dice aquello de «se perderán como lágrimas en la lluvia». El problema no es del rock, el rock se va reinventando cada equis tiempo y hay gente que está descubriendo hoy los grupos de garaje de los años sesenta, y hay un público que lo recibe con los brazos abiertos, es absolutamente nuevo para ellos. Lo que estamos viendo ahora es el imperio de la música electrónica, y en algún momento la gente que va a esas sesiones en las que están toda la noche escuchando zumba zumba zumba va a descubrir otros tipos de música. Ahí hay una cantera extraordinaria de futuros oyentes.

Sigamos con las defunciones: ¿crees que el periodismo musical se muere?
No, estamos puteados por la propia crisis de la profesión, del modelo económico de la prensa, pero creo que tiene sentido. Es una especialidad que tenemos, son muchos años escuchando música, seleccionando, comunicando, y eso no lo sabe hacer cualquiera. ¿Que eso ahora se valora menos? Pues sí, porque ahora todo el mundo hace sus listas y hace sus recomendaciones, pero aun así creo que tenemos unos conocimientos profesionales que no tiene el fan normal, y eso es lo que nos va a salvar.

Lo que sucede es que se está poniendo muy cuesta arriba vivir de este oficio.
Sin duda, quizás el modelo sea el de Santi Segurola: te dedicas a algo de lo que hay mucha demanda social, como es el periodismo futbolero y luego dejas la música como un entretenimiento que se te concede por tu relevancia en otro tipo de cosas. No sé si estoy siendo muy cínico.

Pues quizá un poco…
Cuando los estudiantes me dicen aquello de «quiero ser periodista musical». Les digo: «No te lo tomes a broma, ¿pero no has pensado que hay una enorme necesidad de periodistas económicos y deportivos que siempre van a tener una salida mucho más inmediata? Una vez que te hayas instalado ahí, puedes entrar en todas las secciones de tu periódico o de tu televisión o del medio que sea». No lo aprecian, pero les estoy dando un auténtico “masterplan”.

¿Eres de los que se apenan por esa lenta agonía que está viviendo el papel?
Sí, desde luego, hemos crecido con él. El problema es el de siempre, la desmaterialización, de la misma forma que los discos causan menos impacto cuando dejan de ser físicos, pues la relación que tienes con el periódico me parece que es menor cuando estás delante de una pantalla, porque tienes menos paciencia, porque se te cansan los ojos, porque no es tan cómodo como irte al váter y abrir el periódico.

Hay tabletas con las que se puede leer con mucha comodidad.
Pero aún así la tableta no te sirve para envolver el bocadillo.

A lo largo de todos estos años, ¿en alguna ocasión pensaste en echar la toalla y dedicarte a otra cosa?
Sí, sí, sí, lo he pensado. Lo que pasa es que no había otra cosa [risas]. La idea de coger y decir «joder, este es un mundo ingrato, donde se cometen constantemente injusticias, mejor irte a vivir al pueblo y olvidarte de todo esto». Pero no, no hay vuelta atrás, una vez que te metes aquí es muy difícil quitarte el veneno, y eso lo noto incluso con los disqueros, el otro día vi que Andrés Ochaíta [histórico de la industria musical española] estaba preparando un encuentro de periodistas y antiguos disqueros. Pero es que este es un mundo muy glamuroso y muy divertido; el que cada vez se haya hecho más pequeño, más tacaño y que cada vez te aporte menos alegrías, es una putada muy grande, pero aun así no me arrepiento de haber dejado Derecho.

Dado el éxito de «Jinetes en la tormenta», ¿te planteas que haya más libros en el futuro?
Me han hecho una propuesta que por un lado es interesante y por otro es aterradora, y es que escriba una novela.

¿Y te atreverás?
Pues no lo sé. Por una parte es una cosa apetitosa pero otro lado, inmediatamente, lo que se me ocurre es el mundo musical de los años de vacas gordas, porque hubo excesos de todo tipo, desparrames brutales, egos enloquecidos, pero al mismo tiempo debo reconocer que no sé cómo funcionaba aquello, yo nunca he estado en una discográfica excepto de visita.
Eso lo he hablado muchas veces con gente que ha trabajado ahí y les digo «yo no sé cómo se vendían los discos, no sé cómo se negociaba con el El Corte Inglés, no sé cómo se trataba con los artistas, no sé cómo se les engañaba, no sé cómo se hacían las cuentas». Todo ese tipo de historietas requerirían mucha investigación. Lo que contaba hace unas semanas Gernot Dudda de la campaña de lanzamiento de Manolo Sanlúcar, dices «coño, historias como esas habrá cien mil, y nunca nos enteramos». Es decir, a pesar de lo que creemos, es un mundo completamente opaco. Muchos amigos que he tenido en el mundo de la música me decían «cuando me vaya del negocio te voy a contar unas historias que se va a cagar la perra». Y llegado el momento, nadie me ha contado esas historias. Hay dos opciones: las historias están exageradas o en el fondo hay una lealtad por ese negocio en el que se lo pasaron tan bien.

Tú eres un gran lector de narrativa, ¿no te daría vértigo meterte a escribir una novela?
Sí, pero al mismo tiempo estamos viendo que los modelos narrativos están variando de forma salvaje. Todo lo que nos están enseñando las series de televisión es increíble: los personajes pueden pasar de lo más miserable a ser personajes queribles, o todo lo contrario, en la misma temporada. En «Mad men», el chavalito este, Peter, es un trepa hijoputa y luego le ves rasgos de humanidad cuando tiene el lío con la mujer del que viaja con él en el tren todas las mañanas. O en el caso de «Breaking bad», un personaje que nos causa una simpatía esencial porque, enfrentado a la muerte, decide dejar dinero para su familia y cómo va degenerando hasta convertirse en el más cabrón de los narcos.
Quiero decir, la plasticidad de las historias de las series, el hecho de que los personajes tengan una capacidad de regeneración tan grande, eso de alguna manera tiene que influir sobre la novela. A mí me gusta mucho la literatura de género, la novela negra, pero es deprimente cuando descubres un nuevo autor y el primer libro es formidable y el segundo, vaya, y el tercero se empieza a repetir e incluso reaparecen personajes del principio y dices «no tendría que ser tan automático, tendría que haber un factor sorpresa».
De todos modos, si «Jinetes en la tormenta» ha tenido éxito es porque había un interés de la gente por lo que yo les pudiera contar de música y se les vendía en un paquete atractivo. Pensar que esa misma gente esté dispuesta a invertir en una novela mía, no, ese es un planteamiento totalmente diferente. Sería cometer el mismo error de los artistas de rock cuando se ponen a dirigir o a actuar en películas.

O a escribir.
Pero ellos eso se lo pueden permitir porque les aporta un grado de respetabilidad. En nuestra profesión no existe tal cosa: vives o te mueres.

Con la de años que hace que nos conocemos, nunca te he preguntado esto, y siento verdadera curiosidad: siempre tengo la sensación de que escuchas música pensando en el trabajo: para un programa de radio, para un guión, para un artículo, para una entrevista… Pero, ¿Diego Manrique escucha discos por placer, sin el menor ánimo de preparar nada, aquello de hoy me apetece escuchar a los Beach Boys o, qué sé yo, a Manzanita?
[Risas] No, no, el gran problema es que no encontraré el disco. Lo que sí me gusta es estar en casa de amigos y poner discos que yo no sé ni dónde los tengo. Generalmente, me dejan y ¡hasta se muestran agradecidos! Nuestro problema mayor es que nuestra forma de escuchar música no tiene nada que ver con la del oyente normal, tenemos mucho más tiempo, tenemos otros criterios. Nuestros hábitos son muy difíciles de compartir, si se los explicaras al oyente medio seguramente no tendría mucha compasión por nosotros. En serio.
Ahora todo el mundo tiene acceso a la música, pero hace unos años nosotros recibíamos muchos discos gratis, y nos llevaban a entrevistar a los artistas, y nos daban entradas para los conciertos; ahora ya no es así, que eso se ha acabado, vamos a decirlo claramente; pero aún así la distancia que hay entre nosotros y el público de base es inmensa, y eso tampoco podemos anunciarlo. Pero la verdad es que nuestra experiencia en la música no tiene nada que ver con la experiencia de los oyentes, porque tenemos muchas más horas, porque estamos teledirigidos por la necesidad de cubrir nuestros espacios de radio o de prensa. De todas formas, también te digo una cosa: yo soy muy de los discos que me gustan, mejor no gastarlos.

¿Cómo no gastarlos?
No, es decir, un «Blonde on blonde», de Dylan, puede ser mi tipo de disco, pero si lo escuchara todos los días es muy posible que lo gastara: se nos gastó el amor de tanto usarlo, tío, es así. Se nos gasta de tanto usarlo. A veces he pensado, joder, qué bonito sería, qué potencial comercial tendría, hacer un programa solo de los Beatles, pero incluyendo las cosas que hicieron luego, las versiones, las tomas alternativas, esto, lo otro. Y dices, esto sería un exitazo, luego lo piensas y dices no, esto significaría que igual en un año terminaría odiando el «Revolver».

Eso es lo que hacen los oyentes, que se machacan los discos, nosotros no tenemos ese tiempo, tenemos que pasar al siguiente.
Eso es. Esto sé que puede sonar a demagogia, pero disfruta más un tío que tiene quinientos discos, que un tío que tiene cincuenta mil. Con toda seguridad, porque esos quinientos los ha escuchado de forma constante, le han acompañado en su vida, mientras que nosotros somos como Casanovas, que vamos corriendo de un lado para otro para ver dónde dejamos el polen.

Aquí puedes leer la primera parte de la entrevista con Diego A. Manrique.

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