Deseo carnal. Alaska y Dinarama, mil campanas, de Marcos Gendre

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LIBROS

«Alienta, siempre, escudriñar de manera tan holgada y quirúrgica un disco»

 

Marcos Gendre
Deseo Carnal. Alaska y Dinarama, mil campanas
EFE EME, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Uno no se atrevería a decir que Deseo carnal sea el mejor elepé de Alaska y Dinarama, aunque sí que es uno de los mejores de los años ochenta. Por impacto, quizá lo adelante Canciones profanas, que definió un estilo y una sofisticación nunca vistas en el pop español; por transgresión frente a la estética dominante, No es pecado o Fan fatal. Si por algo destaca Deseo carnal es por su certero recorrido musical, equilibrado, bien producido; porque la formula está perfectamente amalgamada. No es el mejor elepé de Alaska y Dinarama porque el mejor elepé de Alaska y Dinarama son todos.

En todo caso es la colección de canciones que escoge Marcos Gendre para indagar con rayos X en la nueva entrega de la serie que Efe Eme destina a hurgar en elepés. Un texto en el que ha optado por un tono documental que presta voz narrativa a gente cercana al grupo, periodistas y músicos de nuevas generaciones que han absorbido su legado. Así, conviven Nacho Canut, Rafa Cervera o Charlie Mysterio, autor de un excelente prólogo en el que sitúa en su contexto y en su sonido al grupo. El trabajo de hemeroteca, con el rescate de antiguas entrevistas a Carlos Berlanga —muchas— o a Alaska —menos— refuerza la paleta de sensaciones y colores; pese a que en muchos casos son boutades o encaran el cinismo, suelen ser muy reveladoras.

El cuerpo central es un análisis canción a canción. Hasta llegar a él hay una serie de interesantes capítulos que abordan La Movida y que encauzan el foco en Tierno Galván —uno, cada vez más, va pensando que La Movida, por lo menos estéticamente, nunca existió— o en Vainica Doble, de las que más que adoptar influencia musical —que la hubo— sirvió para que se educara su sensibilidad de niños. Recordemos que eran amigas de la familia Berlanga, entre la que se destaca —claro— a Carlos, que pretendía un especial rango de estrella pop teórica, a su fama de vago o a la conjunción entre la alta y la baja cultura. También se trata el polémico asunto de su presunta frivolidad, o sea, su falta de conciencia social. Pero es que la música no tiene valor social a priori; si acaso, lo tendrá a posteriori; y ellos, a posteriori, consiguieron que la comunidad gay tuviera algún asidero firme en que reconocerse. Si eso no es una labor de mejora social…

Es entonces cuando irrumpen las canciones. El lector las conocerá. Algunos rompepistas, un bolero canónico y algunas joyas que han pasado desapercibidas. Mi preferida, de siempre, “Falsas costumbres”, en la que coincido con la mayoría de los críticos: les pone los pelos de punta. Datos curiosos y plantillas que guían sus canciones: el Hi NGR, Siouxsie, Billy Idol, desconocidos como Miki Antony y libros como Tras el velo de Isis de Madame Blavatsky, que da tema a la canción homónima.

Tras ello, disquisiciones sobre qué es rock y qué no lo es, la lucha sorda entre Mecano y ellos en esos años y un capítulo de cierre, más interesante, en el que músicos de generaciones posteriores se revelan como seguidores de esa estética: Parade y La Casa Azul con su palabra y La Bien Querida, Hidrogenesse, Single o grupos más desconocidos, aunque llenos de talento, Ecuánimeses un buen ejemplo, como aludidos. Alienta, siempre, el escudriñar de manera tan holgada y quirúrgica un disco: te reencuentras con él y con la magia de la música; no te permite olvidar que muchos de tus preferidos tienen escuchas placenteras y cuevas secretas.

Anterior crítica de libros: Humildad y paciencia, de Pablo Carrero.

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