“Deadpool”, de Tim Miller

Autor:

CINE

 

 

“‘Deadpool’ quiere ser ese molesto sarpullido que contraataca precisamente desde su libertad para ser abiertamente violenta y desvergonzada.

 

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“Deadpool”
Tim Miller, 2016

 

 

Texto: JORDI REVERT.

 

 

En la década de los 90, la casi bancarrota de Marvel llevó a la compañía a vender los derechos de adaptación al cine de varios de sus personajes emblemáticos. Este hecho, a menudo pasado por alto, marca un punto decisivo en la definición de las sinergias del blockbuster sobre superhéroes que hoy vivimos, las franquicias quebradas y reiniciadas, la no aparición de figuras emblemáticas allí donde se les esperan, etc. Que “Deadpool” fuera a parar a las manos de Fox ha acabado resultando en una jugosa oportunidad que la major no ha desperdiciado para responder al cada vez más estandarizado carácter de las películas Marvel. Esa respuesta pasa, como no podía ser de otro modo, por la irreverencia y la ruptura de tabúes que parecen haberse consolidado en la empresa marvelita bajo el yugo de Disney. El personaje encarnado por Ryan Reynolds es, en ese sentido, una figura diseñada esencialmente para proferir todos los insultos y rebanar todos los miembros que no hubiera podido bajo la lógica de franquicia de títulos como “Ant-Man” (Peyton Reed, 2015). “Deadpool” quiere ser ese molesto sarpullido que contraataca precisamente desde su libertad para ser abiertamente violenta y desvergonzada.

Hasta qué punto lo es, es difícil saber. Ciertamente, es de apreciar su autoconsciencia pero quizá no tanto su ansiedad por explicitarla a cada momento. Es innegable su vocación para el chiste salido de tono, pero también agotador su empeño en hacerlo visible. La película de Tim Miller es, para que nos entendamos, esa versión sucia del relato blanco de superhéroes cuya esencia resumía a la perfección Umberto Eco en su análisis de las tiras de Superman dentro de su “Apocalípticos e integrados”. El título de ese ensayo imprescindible es también una ilustración bastante acertada de lo que en realidad pretende ser “Deadpool”: una parodia aparentemente salvaje de las adaptaciones cinematográficas de figuras Marvel que no puede dejar de compartir su mismo esquema y sinergias. Para conseguir lo primero, recurre constantemente a la ruptura de la cuarta pared y a otros recursos para establecer un vínculo con el espectador basado en el guiño y la complicidad. Lo segundo es la certificación de que una superproducción de este tipo, por más que se empeñe, no podrá escapar a esa lógica, sino como mucho fingir que no va con ella. La prueba más evidente, en este caso, la marca la participación de dos miembros de los X-Men como accesorios en la trama que velan por la cohesión de un orden superior y reducen al mínimo su justificación como secundarios. Al menos, en esa negación que es también reflejo siempre queda un Ryan Reynolds saboteándose a sí mismo como héroe de la función y un puñado de escenas de acción que, sin innovar en exceso, ofrecen dosis esporádicas de espectáculo y brío.

 

 

 

Anterior crítica de cine: “Brooklyn”, de John Crowley.

 

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