David Bowie: La madurez del Duque en los 90 y el nuevo siglo

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David BowieLa madurez del Duque en los 90 y el nuevo siglo

La edición estos días del directo de 1999 Storytellers nos lleva a reflexionar sobre la carrera de David Bowie en los años 90 y el actual siglo, siguiendo sus pasos disco a disco.

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Bowie salió de la mediocre década de los ochenta por la puerta grande. No solo editó dos muy buenos discos de rock ruidista al frente del grupo Tin Machine, sino que también tuvo tiempo de realizar una gira de grandes éxitos con la que inició la década de los 90. La estabilidad familiar permitió al inglés centrarse y reiniciar su carrera con éxito, abrazando el pop y la experimentación a partes iguales.

 

Black tie, white noise
(EMI, 1993)

El regreso del camaleón hizo honor a su nombre. Atrás quedaba el rock seco de Tin Machine, era hora de abrazar la variedad como el nexo común de Black tie, white noise, un disco que traía de vuelta los sonidos más amables y limpios, con acercamientos al jazz. Díscolo en su intención, Bowie maneja una amplia paleta sonora –versiones de Morrissey y Cream incluidas– en un “come back” que no se queda a medias pero que tampoco es explosivo. Los honores recaen en el single “Jump they say”, sencillamente magistral.

 

Outside
(Arista, 1995)

Tras realizar la banda sonora para la serie de la BBC The buddha of suburbia, Bowie se reencuentra con Eno para crear Outside, un portentoso disco al que en su día dedicamos un Operación Rescate. Conceptual en su argumento y homogéneo en sus sonoridades, el disco bucea en sonidos modernos, tecnológicos, aunando el pulso humano y la frialdad de la maquinaria para parir un trabajo que se puede disfrutar tanto siguiendo el hilo argumental (un “thriller” con asesinato de por medio) como paladeando las canciones de forma aislada. En Outside se dan cita el rock industrial que bebe de los pupilos como Nine Inch Nails (“Heart’s filthy lesson”, “Hallo spaceboy”), el romanticismo más hermoso (en la genial “Strangers when we meet”, rescatada de la BSO de The buddha of suburbia), pop sintético (“We prick you”) y atmósferas siniestras y misteriosas (“The motel”, “I’m derranged”). Pese a anunciarse como una trilogía, hasta hoy no se ha vuelto a saber del proyecto.

 

Earthling
(Virgin, 1997)

No sería desacertado catalogar Earthling como el hermano bailable de Outside. La idea de fusionar al hombre con la máquina continúa presente, aunque esta vez no hay ninguna historia conceptual de por medio y las sonoridades vienen a ser dominadas por la música de baile en el que podría ser el mejor disco de la última etapa de su autor. En su día algunos no soportaron la idea de un Bowie sumido a la corriente musical dominante, sin ser él quien dirigiera el rumbo de la vanguardia. Pero el camaleón ya guió el devenir musical cuando tuvo que hacerlo y ahora disfrutaba del tiempo en que vivía como un creador, no como el visionario que fue.

El primer single, “Dead man walking”, dejaba las cosas claras: Una dura base dance, guitarras deshumanizadas y melodías vocales magistrales. Pero Earthling era mucho más que un buen single. “Seven years in Tibet” era lenta y salvaje y “Looking for Satellites” llevaba la danza de vuelta a su origen africano mientras “Little wonder” musicalizaba ruidosos parajes bailables y “I’m afraid of americans” tomaba elementos de electrónica minimalista previo al estallido de su brutal estribillo. Al lado de Bowie se encontraba Reeves Gabrels, guitarrista y socio del Camaleón en su enésima resurrección, un músico sin miedo a la experimentación que fue fundamental en esta etapa.

 

Hours
(Virgin, 1999)

Su propia portada definía la ideología que impregnaba Hours, con el actual Bowie recogiendo en brazos a su moribunda encarnación electrónica con perilla y pelo corto. El músico parecía rejuvenecer físicamente con su pelo más largo y limpia cara, pero la música sufría de cierta falta de nervio y experimentación, siendo el último trabajo de Gabrels junto a su jefe. La madurez se torna aburrimiento en un disco del que solamente se salva la mitad. En absoluto deplorable pero sí poco innovador, Hours contaba con la furiosamente rockera “The pretty things are going to hell” y la emocional balada “Something in the air” entre sus mejores bazas. Las acústicas y notables “Survive” y “Seven” remitían a Hunky dory con buenas intenciones y buen acabado, pero el resto del disco se perdía en temas flojos, casi de compromiso.
No hubo tour como tal, aunque Bowie realizó una corta gira para promocionar Hours en países muy concretos, ofreciendo nuevo material y fieles recreaciones de algunos de sus hits, rescatando canciones olvidadas como “China girl” o “Life on mars?”. Uno de estos conciertos es recogido en el reciente Storytellers.

 

Heathen
(Iso/Columbia, 2002)

Con Reeves Gabrels fuera, Bowie se reúne con su ex bajista y antiguo productor Tony Visconti. La idea original era recuperar viejos temas (escritos y/o registrados en los años 60, antes de que Bowie saltara a la fama) para  volverlos a grabar con su actual banda y enlatarlos junto con un puñado de novedades en un disco que se llamaría Toy. Añejas canciones como  “Can’t help thinking about me”, “I dig everything” y “The London boys” habían sido rodadas –y recuperadas– en directo durante el tour promocional de Hours, funcionando perfectamente, por lo que el proyecto estaba bien encaminado.
En teoría Toy se preparó y se grabó, llegándose incluso a finalizar su envoltorio gráfico,  pero no llegó a ser lanzado. En su lugar, un año después apareció Heathen, un compendio de algunos de los temas que habrían integrado Toy y otros más novedosos. Entre la remesa perteneciente al inédito disco se encontrarían “Afraid” (con una caduca sección de cuerda), la memorable “Slip  away”, el bonus track “Conversation piece” (disponible en la edición con bonus CD) y las caras B “Shadowman” , “You’ve got an habbit of leaving” y “Baby loves that way”. Eso sí, según se cuenta, todos estos temas fueron remozados para la ocasión, por lo que las versiones originalmente grabadas para Toy quedarían inéditas.

Heathen es un disco irregular, de producción extremadamente limpia y pop, absoluto predecesor del futuro Reality, con sus mismas características. En él se recogían piezas aceptables como “Slow burn” (un remedo de “Heroes” o “Teenage wildlife”), grandes canciones de pop (muy inspirada “Everyone says hi”) y taciturnas composiciones de excelente factura (“Sunday”, “5:15 The angels have gone”), aunque también aparecían flojas versiones de Neil Young y de The Legendary Stardust Cowboy, así como canciones tediosas (“I would be your slave”). A las guitarras encontramos a David Torn, Gerry Leonard (actualmente en la banda de Rufus Wainwright), Mark Plati e incluso los propios Bowie y Visconti, variado personal que no impide que se siga echando mucho de menos a Gabrels.

 

Reality
(Iso/Columbia, 2003)

Mismo equipo creativo y producto similar a Heathen, con la incorporación a las seis cuerdas de Earl Slick, guitarrista de los tours de Diamond dogs y Let’s dance. Reality reparte una de cal y otra de arena, nadando entre la genialidad y la insipidez. La producción es limpia y la mezcla coloca la voz de Bowie en un descarado primer plano, impidiendo que los instrumentos la arropen como es debido. Por un lado realiza distintos ejercicios de estilo, abordando el género crooner con la aburrida “The loneliest guy”, alcanzando el notable con la semi reagge “Days” y creando una magistral pieza jazzie bautizada como “Bring me the disco king” (el mejor tema del disco). A nivel pop (en Reality no hay rock and roll, salvo el forzado tema titular) “New killer star” y “Never get old” funcionan como entretenimiento, pues aún con toda su energía no acaban de funcionar, sonando pretendidamente modernas y forzadas. No así ocurre con la bonita “She’ll drive de big car” o la entretenida “Fall dog bombs the moon”. Por otra parte acierta con las versiones (George Harrison, Jonnathan Richman), aunque ese espacio podría haber sido ocupado por la interesante cara B “Fly”. De la portada, mejor ni hablar.

En cualquiera de los casos, si tomamos los mejores momentos de Hours, Heathen y Reality,  e incluimos unas cuantas caras B de singles, podríamos recolectar un trabajo sobresaliente.

Con todo, la trayectoria de Bowie desde los años 90 hasta el 2004 –cuando cesó prácticamente su actividad– solo puede calificarse como exitosa y productiva. A nivel de convocatoria comenzó a realizar largos tours en los que repasaba gran parte de su repertorio, revisó su catálogo con cuidadas reediciones y sus últimas obras se sucedieron con regularidad. Pero la vertiente más gratamente sorprendente fue sacrificada en favor del pulcro pop, perdiendo la capacidad de reinvención que se debe exigir a alguien como el Camaleón. En cualquier caso, solo cabe brindar por el inglés y por los grandes momentos ofrecidos, constantes a lo largo de su larga carrera.

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