David Allan Coe, el más salvaje de los forajidos

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COWBOY DE CIUDAD

«Dicen los que lo conocían que andaba por ahí en un coche fúnebre disparando a la gente por la calle con su dedo»

 

Javier Márquez Sánchez se embarca en un apasionante viaje por la vida y la obra del músico estadounidense, marcadas por un fuerte carácter y un puñado de canciones memorables.

 

Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Foto: COLUMBIA.

 

David Allan Coe se autoproclamaba el más outlaw del movimiento Outlaw. Basta verlo hoy, a los 86 años, aún en los escenarios, en jeans obscenamente cortos, brazos cubiertos por tatuajes, con melena hasta mitad de la espalda y rastas en la barba. Siempre le gustó alardear de que había estudiado en las calles y se había graduado en el Red Dog Saloon y en el Exit/In. Aunque ya era conocido en ese circuito de locales del West End, su nombre sonó por primera vez a lo grande a principios de 1974 tras escribir el éxito de Tanya Tucker “Would you lay with me (in a field of stone)”, lo que le llevó a llenar varias noches en el Max’s Kansas City de Nueva York, aunque su actitud outlaw le hizo salir pronto de la Gran Manzana buscando la calidez familiar de Nashville.

Pero dejemos bien claro quién era David Allan Coe. Si, por lo general, los integrantes del movimiento Outlaw era gente con la que no convenía bromear —como Waylon Jennings, Billy Joe Shaver o Johnny Paycheck— en el caso de Coe, más que cambiarse de acera al cruzártelo era recomendable salir de la ciudad. Nació el 6 de septiembre de 1939 en Akron, Ohio, y desde los nueve años no dejó de entrar y salir de reformatorios, correccionales y prisiones. Un dato crucial al respecto: sedujo a medios como el New York Times, Rolling Stone, Penthouse o Country Music con la historia de que había pasado una temporada en el corredor de la muerte tras matar a un compañero de prisión que había intentado violarlo (otras versiones hablan de que el desdichado se limitó a proponerle sexo oral). No cabe duda de que, ante una historia como esa, la gente miraba al artista como a un outlaw en el sentido más literal del término. Aunque al final resultó que, más que implacable, era cuentista. Un documentalista de Texas descubrió la mentira: Coe había cumplido condena por “posesión de herramientas de robo y materiales indecentes”, pero no por asesinato; y nunca había tenido conflicto en las duchas que acabara en asesinato. Cuando un periodista de Rolling Stone quiso confirmar la historia, el cantante le respondió con la letra de la canción “I’d like to kick the shit out of you” (“Me gustaría patearte a la mierda”).

Lo que sí es cierto es que fue en la cárcel donde empezó a cantar y a componer, y tras salir en libertad condicional, persuadió a un sello de Ohio, Plantation Records, para que le produjera un par de álbumes con los que iba a convertirse en el nuevo Johnny Cash. El primero, en 1969, llevaba por título Penitentiary blues, aunque el público no debió pillar lo de su talento y tanto este trabajo como el siguiente fueron un fiasco. Fue entonces cuando Coe acabó en Nashville y se convirtió en un habitual del circuito de cantautores, en locales como el Linebaugh’s o el Tootsie’s. Se presentaba con una personalidad especialmente arrogante y un punto intimidatoria, que le llevaba a detener sus actuaciones para exigir silencio y atención al público. Fue durante ese período cuando desarrolló su extravagante estilo personal, luciendo trajes de lentejuelas y cinturones anchos con hebillas aún mayores con su nombre grabado en ellas.

Con todo, el éxito cosechado por el tema grabado por Tanya Tucker —al que seguiría “Take this job and shove it”, otro número uno, ahora para Johnny Paycheck— llevó a Columbia Records a contratar a David Allan Coe en 1974. Actuó en una convención del sello y dejó a todos boquiabiertos con su “I could climb the walls of the bottle”. Eso, y la elogiosa reseña del New York Times de su actuación, condujeron a cerrar aquel acuerdo. Su relación con el sello duró doce años, y aunque tuvo algunos éxitos, ninguno fue especialmente destacado. Sus extravagancias, como la de llevar una banda exclusivamente compuesta por mujeres o presentarse en escena con botas, sombrero, chaleco y shorts vaqueros, lo convertían en un artista tan carismático como digno de recelo. Además, cuando en Nashville se supo que la historia del corredor de la muerte era un invento, hubo mucha gente que no se tomó a bien la “broma”. Él era consciente de esos rechazos, y respondía presentándose en reuniones de compositores tocando canciones de otros diciendo que eran suyas.

A pesar de aquellas bizarradas, David Allan Coe siempre fue respetado como compositor y llegó a firmar importantes éxitos para otros artistas country, y eso que sus pasos inicialmente se dirigían hacia el blues. Esa evolución es más que palpable en sus trabajos discográficos. Mientras los dos citados y fallidos discos tenían un sonido más duro y próximo al blues y el rock, el tercero, su debut con Columbia Records, mostró un compromiso total con la música country, siempre dentro de las nuevas coordenadas que se estaban marcando desde Austin y Nashville. Producido por Rod Bledsoe, The mysterious rhinestone cowboy puede considerarse uno de los trabajos fundamentales del movimiento Outlaw. Para grabarlo, el artista contó con el respaldo de algunos de los mejores músicos de sesión del momento en la ciudad de Nashville, como Pete Drake, Hargus Pig Robbins o el legendario Charlie McCoy.

Lanzado en junio de 1974, The mysterious rhinestone cowboy establece el modelo de la mayoría de los álbumes grabados por Coe a lo largo de los setenta (que no fueron pocos: nada menos que doce del 74 al 79): una selección ecléctica de composiciones originales y versiones ocasionales, que podían ir desde puras y engreídas fanfarronerías hasta piezas realmente sensibles. En esta última categoría entraría “River”, la historia de un prisionero que recuerda sus días pescando cuando era niño. Coe interpreta esta canción en la imprescindible película documental Heartworn highways, de 1975, donde, curiosamente, también le escuchamos poner voz a una pieza protagonizada por otro niño, “I still sing the old songs”, esta vez el nieto de un soldado confederado que rinde homenaje a su abuelo.

Lo más curioso de este disco es su título, que hace referencia al apodo y aspecto que Coe adoptó durante varios años (hasta que Glen Campbell le fastidió el invento al obtener un gran éxito con “Rhinestone cowboy”, en las antípodas del estilo de Coe). Décadas antes de que Orville Peck apareciese en escena con ese antifaz con flecos, David Allan Coe ya había apostado por presentarse con ostentosos trajes de diamantes falsos y un antifaz a lo Llanero Solitario. Según el cantante, la idea se la dio su padre, quien le dijo que debía inventarse un alter ego para poder ser un personaje en el escenario y una persona normal fuera de él, «y así no acabar como Elvis». La idea estaba bien, aunque en el caso de Coe casi resultaba más estrambótico cuando andaba “de paisano”.

Su segundo largo para Columbia, en 1975, fue el notable Once upon a rhyme, que incluía el que sería el mayor éxito de la carrera de Coe, “You never even called me by my name”, además de otras de sus composiciones más populares, como “Would you lay with me (in a field of stone)”. El primero de esos temas estaba firmado por John Prine, por entonces no del todo aceptado en la escena country debido a su “pedigrí folk”. Sin embargo, eso no significa que no haya contribuido al género: con Steve Goodman, Prine compuso esta ácida “You never even called me by my name”, una canción que, musicalmente, suena como cualquier otra historia de bar sobre la ruina y la mala suerte, con un piano que resuena y armonías vocales que deslumbran. Sin embargo, una escucha más atenta de la letra revela una crítica mordaz a la industria musical de Nashville y la mentalidad de Music Row.

Si bien Once upon a rhyme llegó al octavo puesto de las listas, aún más notable resultó, en 1976, Longhaired redneck, el primer disco en el que el artista escribió o coescribió todas las canciones. El trabajo se abría con el tema que le daba título y que venía a resumir el espíritu del movimiento Outlaw, al relatar cómo era tocar en un antro «donde los moteros miran a los vaqueros que, a su vez, se ríen de los hippies que rezan para poder salir vivos de aquí». Era una grabación curiosa que combinaba la arrogancia rockera de Coe con perfectas imitaciones de la forma de cantar de Ernest Tubb, Bill Anderson y Merle Haggard, lo que ponía de manifiesto la dicotomía de aquel “country progresivo”.

Según el baterista de Waylon Jennings, Richie Albright, Coe era «un gran compositor y un gran cantante, pero incapaz de decir una verdad si no era mejor que la mentira que se había inventado». Asegura Albright que Coe irritaba a Waylon, no le gustaba al parecer que intentara forzar una supuesta amistad entre ellos, siempre rondándoles a él y a Willie Nelson intentando así impulsar su carrera. De hecho, en 1977 Coe compuso la canción “Willie, Waylon and me”, explotando su relación con sus compañeros Outlaws. La verdad es que se trata de una gran composición, que empieza con una melodía muy al estilo de Crosby, Stills & Nash mientras habla de la música californiana, para romper de pronto hacia un ritmo mucho más country rock para referirse a “la panda”.

Dicen los que lo conocían que David Allan Coe acabó creyéndose su personaje de tipo duro y andaba por ahí en un coche fúnebre disparando a la gente por la calle con su dedo. Además, tenía a su alrededor a una cuadrilla de motoristas que lo idolatraban y dieron más de una paliza por él.

Con su cabello largo y salvaje, múltiples pendientes, trajes ostentosos, botas de motorista y hebillas descomunales, por no hablar de su carácter, David Allan Coe acabó convirtiéndose en un personaje demasiado caricaturesco y peligroso como para ser tomado en serio por las grandes discográficas. Aunque otros artistas no dejaron de grabar sus composiciones, a él le resultó cada vez más difícil destacar. Incluso mudó de “piel artística”, dejando atrás al Mysterious rhinestone cowboy para convertirse en el Longhaired redneck. En 1978 se autopublicó el disco Nothing sacred, al que siguió en el 82 Underground album, sexualmente explícitos y calificados por el New York Times como los discos más racistas, misóginos, homofóbicos y obscenos grabados por un compositor.

Cuando todos daban ya por liquidada la carrera de Coe, en 1983 protagonizó una resurrección imposible con el disco Castles in the sand, que llegó al octavo puesto de las listas. Y para aquellos que pensaban que había sido solo un último soplo de suerte, el segundo puesto al que escaló Just divorced en 1984 demostró que se equivocaban. Este disco contiene el segundo mayor éxito de Coe, “Mona Lisa lost her smile”, que también ascendió al número dos en de Billboard.

No obstante, la década dorada del pop no fue buena para ningún artista country —el propio Johnny Cash perdió su contrato con Columbia—, y los siguientes discos fueron perdiendo aceptación. El artista estrenó la nueva década sin discográfica, aunque aún habría de grabar catorce discos más hasta su último trabajo, publicado en 2002. Con el nuevo milenio y libre de cualquier control discográfico, Coe exploró su lado más salvaje junto al guitarrista de Pantera, Dimebag Darrell, desarrollando un sonido que combinaba country y heavy metal. Hoy sigue dando conciertos donde enloquece al público con sus canciones tanto como con sus comentarios políticamente incorrectos. Sin duda, sigue siendo el más salvaje de los outlaws.

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