Dale Boca, por Sergio Makaroff

Autor:

Dale Boca,por Sergio Makaroff

Texto: SERGIO MAKAROFF.
Ilustración: MANEL GIMENO.

 

Hace unos años entré con mi amigo Rodrigo de la Vega a un bar del Barrio Chino. Tomamos un quinto y salimos. En la esquina nos paró la policía. Nos encontraron unas barritas de costo. Nos preguntaron si las habíamos comprado en aquel bar y dijimos –al unísono– que no.

¡”Pero si habéis entrado y salido en medio minuto! ¿Cuánto tardáis en tomar una cerveza?”.

Habían montado un operativo para pillar a un camello que por lo visto vendía en ese bar. Como nos negamos en redondo a reconocer dónde habíamos comprado esas posturas, nos llevaron detenidos a la central de Layetana. Era viernes: nos tuvieron hasta el lunes a la mañana, para declarar ante el juez como presuntos testigos o algo así.

Éramos como diecisiete en una celda para cuatro. Gente de todo tipo. Rodrigo y yo, sudacas rockeros con bastante calle, encontramos nuestro sitio rápidamente. Nos acomodamos junto a los delincuentes habituales, para lo cual cada uno sacó lo más parecido a ellos que tenía dentro.

Es un lenguaje oral y corporal, una actitud. Durante cuarenta y ocho horas, por necesidad de supervivencia, me convertí en lo más cercano que puedo estar de un tipo duro, machista, insensible, tosco, basto y prepotente. Lancé carcajadas burlonas al oír patéticas anécdotas carcelarias. Festejé con fingida naturalidad el miedo que demostraban unos chavales muy jóvenes, pijos y primerizos, que estaban a todas luces acojonados.

Fue infernal pasar dos días ahí apretujados. El lunes, frente al juez, nos reafirmamos en nuestra negativa y nos dejaron ir (aunque unos meses más tarde tuvimos que declarar como testigos en el proceso contra ese camello).

Unos días más tarde, reintegrado a mi vida habitual en Barcelona, fui a tomar el té a la casa de un amigo argentino, un arquitecto gay que vivía en el Borne. Estaba su novio y otros amigos del mismo palo. Obviamente lo pasé mucho mejor que en la comisaría. Al cabo de unas horas de confraternizar, me observé y advertí que estaba mostrando mi lado más femenino y sensible. La onda imperante me había alcanzado e influenciado.

Eso me hizo reflexionar sobre la flexibilidad del alma. ¿Cuánto puede doblarse uno antes de romperse? Me había traicionado un poquillo con los yonquis que asaltaban farmacias, pero había sido por necesidad. Y no tuve que hurgar demasiado dentro mío para encontrar esos ingredientes chulescos. Soy eso, en alguna medida.

Estoy más cerca del arquitecto gay, pero tampoco me identifico con ese universo. ¿Cuáles son mis límites? ¿Hasta dónde podemos llegar?

Extrapolando un poco, me acordé de la colaboración de Willie Nelson con Julio Iglesias. ¿Qué necesidad tenía ese “outlaw” marihuanero de asociarse con alguien que representa los valores opuestos? ¿Y Slash con Marta Sánchez y Paulina Rubio? Por la pasta baila el mono.

Me encantan la fama y la fortuna, pero el respeto de mis pares es más importante.

¿De qué sirve un poco más de pasta si la gente a la que admiro me considera un vendido?

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