Dale Boca, por Sergio Makaroff

Autor:


 

Texto: SERGIO MAKAROFF
Ilustración: MANEL GIMENO.

 

La capital sueca está en un archipiélago. Una de las islas centrales –Djugarden– es un paseo clásico, con museos, cafeterías, restaurantes, un parque de atracciones, un rosedal de ensueño, un club de yates y alguna embajada. Una cuarta parte de esa gran isla-jardín está en manos privadas. Esas casas particulares son en su mayoría lujosas mansiones, con embarcadero propio y toda la pesca. Supongo que el dueño de Ikea o algún miembro de Abba tendrán un chabolito por ahí.

Bien: una de esas viviendas es una especie de caserón campestre antiguo con mucho terreno y… ¡caballos! Puedo afirmar y afirmo, por ende, que en el centro de Estocolmo hay una granja con caballos.

Claro que en otra de las islas principales corren ciervos en libertad, como pudimos comprobar extasiados este verano. Liebres y conejos medran felices por las calles. En los interminables canales viven cisnes, patos, gansos y avutardas de variado pelaje. Atrevidos cuervos, chillonas gaviotas y distinguidas urracas pululan por doquier. Hay ardillas y unas cuantas ratas.

En pleno centro de la ciudad –de hecho por todas partes– hay embarcaderos con yates que vienen y van y gente dándose chapuzones y tomando el sol en tumbonas de teca. La naturaleza está mezclada con lo urbano creando enormes contrastes que aparecen –he ahí su grandeza– como lo más normal del mundo.

Fuimos a Estocolmo huyendo del calor y en busca del mito escandinavo. Descubrimos lo obvio: no hay tal mito. O sea, todo es cierto. Son ricos, civilizados, sofisticados, super avanzados.

El primer día vi salir a un grupo de top models de una cafetería y pensé “vendrán de una sesión de fotos y tal”. ¡Ja! Eran chicas normales y corrientes, simplemente unas más de entre las pobladoras femeninas de Estocolmo. La vista se me iba y Maite me pellizcaba.

Recuerdo la portada de uno de los primeros álbumes de los Cardigans, en donde se los veía lánguidos y aristocráticos, como nobles ingleses en un pic-nic de entre guerras. ¡No se estaban tirando el rollo! Al igual que las supuestas top models, la gente es así.

El verano es corto y lo aprovechan con avidez, apurando los larguísimos días con variadas actividades al aire libre. Hacen pic-nics de los de antes, con canasta y mantel a cuadros. Suecos de todas las edades, vestidos a la última, se acomodan sobre la hierba para ver el atardecer mientras beben cerveza y asan salchichas en unas barbacoas portátiles de usar y tirar.

Como veis he vuelto la mar de impresionado. ¿Algún lado malo? Fuman mucho, cosa que según mis cánones no casa bien con todo su adelanto. Lo hacen  –eso sí–  respetando escrupulosamente los lugares acotados para ello.

Dirás que se suicidan. Puede. Los increíbles logros de la sociedad sueca no incluyen regalar a los ciudadanos un sentido de la vida envuelto para regalo. Eso se lo tiene que currar cada uno, pero… ¡Vaya plataforma que se han dado para intentarlo!

Si no funciona siempre tendrán un cuchillo de acero de impecable diseño con el que cortarse las venas.

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