Dale Boca, por Sergio Makaroff

Autor:

Dale Boca, por Sergio Makaroff

Texto: SERGIO MAKAROFF.
Ilustración: MANEL GIMENO.

¿Qué vamos a hacer contigo, hija mía? ¿Te gusta sufrir? ¿Te quieres morir?

Eres la hija de un taxista judío de Londres… deberías albergar toneladas de sabiduría. Al menos escucha a tus viejos: la carta de tu madre publicada en los medios no tenía desperdicio. Iba directa al grano soltando verdades como puños. No había ni una pizca de esa cosa meliflua con olor a perfume de abuela, ¿sabes?, ni un ápice de sobreprotección desfasada.

Esa señora sabe de lo que habla. Vuelve a leerla y hazle caso, no seas gili.

El hecho es que no puedes alegar inocencia, no puedes hacerte la distraída, llevas toda la vida en el mundo de la música. Haberte criado en Londres te obliga a saberte la enciclopedia del pop.

Si fueras una campesina birmana, todo el día inclinada sobre los campos de arroz, lo podríamos entender. Pero tú… Oye, reina… ¿No habías oído hablar de las estrellas de rock y las drogas? ¿No te sirve de nada el cúmulo de experiencia de los que te precedieron? ¿Tienes que tropezar con la misma piedra, hija? ¿Eres tonta o qué? Igual es eso: excelente cantante, poco cerebro. No, no, no: tú compones gran parte de tu repertorio. Tienes que tener dos deditos de frente.

Vamos a ver, Amy: ¿de qué murieron Brian Jones, Jimi Hendrix, Keith Moon, John Bonham, Jim Morrison, Janis Joplin y un mogollón más? ¿Ni siquiera has leído el libro de Robbie Williams? ¿No sabes que hacerse rico y famoso es una bomba de relojería que no tarda en estallar en el centro del cerebro? Y más si triunfas muy joven y bastante rápido, como es tu caso.

La cosita está muy mal, darling: ponte las pilas ya mismo o es muy probable que no cuentes el cuento.

Todos te vimos pasada de coca, con cara de angustia y totalmente desabrigada en una noche de invierno en Londres.

Venga, Amy, no te mueras.

Nuestros amigos comunes me dicen que lees habitualmente esta columna. Tengo dos credenciales que me avalan para darte consejos:

Primera: fui un politoxicómano compulsivo y logré salir –bastante hecho polvo– después de 25 años non-stop.

Segunda: escribí un artículo sobre ti cuando eras una ilustre desconocida de 19 años. Estaba en Escocia viendo un resumen de los festivales veraniegos por la tele. Iban pasando un tema en vivo de cada artista. De repente saliste tú y yo dije “¡bueno-bueno! ¿Quién es esta pava?”.

Me costó conseguir Frank, tu primer álbum, que no estaba editado en España. Vi tu potencial de estrella, fui drogadicto: hazme caso.

Reconozco que el problema no es fácil: No basta con ser inteligente para neutralizar las tendencias autodestructivas. ¡Si lo sabré yo!
Pero la inteligencia –y el dinero y los buenos consejos– sí que tienen que servir para reconocer su gravedad y aceptar que es urgente hacer algo.

Supongo que no querrás entrar en las enciclopedias del pop como la revelación del 2007 que murió en 2008.

Igual sí que vas a tener que ir a rehabilitación.

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