
Jaime Stinus, Jorge Pegenaute, Loquillo y Andrés Calamaro durante la grabación de Cuero español (foto: Archivo Efe Eme).
Juan Puchades recuerda Cuero español, el disco de Loquillo y Trogloditas que este año cumple un cuarto de siglo y que fue el inicio de una nueva etapa en su carrera. La que trae a Loquillo hasta el presente.
Texto: JUAN PUCHADES.
Hay discos que pueden convertirse en la banda sonora de un tiempo personal. También los hay que marcan a una generación. Y los hay que, ¡simplemente!, quedan grabados a fuego en la vida de aquellos para quienes fueron, precisamente, ambas cosas: banda sonora personal y generacional. De estos últimos hay pocos. Y diría que cada cual tenemos los nuestros. Nuestras particulares e ineludibles debilidades. Pero Cuero español, voy con la apuesta, creo que marcó a una generación de seguidores de Loquillo. Y aquí, no queda otra, doy un paso al frente y alzo la mano.
Sin embargo, no es uno de esos álbumes rutilantes que alcanzaron popularidad y grandes ventas. Bien al contrario. Salió editado, en el otoño de 2000, a contrapelo y en uno de los momentos comerciales más bajos en la carrera de Loquillo. Además, me atrevería a decir que marcó el inicio del fin de los Trogloditas —reducidos en ese momento a Ricard Puigdoménech y Simón Ramírez—, y aunque todavía quedaban por delante dos discos más de estudio bajo esa marca, en la práctica hacía tiempo, mucho, que Loquillo, dirigía todos los detalles de lo que, claramente, era un proyecto personal. Y se publicó a contrapelo porque para entonces deambulaba sin contrato discográfico y en una de esas piruetas tan suyas, se autofinanció la grabación y logró que el departamento de marketing estratégico (productos especiales, recopilatorios y demás, por entendernos) de la que había sido su discográfica durante años, EMI, lo editara. A contrato único, como algo excepcional. Tanto que el siguiente, Feo, fuerte y formal (2001), acabó en un pequeño sello especializado en música dance. Pero ya saben que Loquillo es el creyente. El más firme creyente en sí mismo.
En cualquier caso, lo que en este 21 de abril de 2025 —fecha elegida por la canción, evidentemente— provoca su evocación no es el recuerdo del recorrido editor y comercial del disco, que nos importa un carajo, sino lo que contenía —contiene, que ahí está, para que lo escuchemos cuando nos venga en gana— Cuero español. La creación artística, vaya. Para la que contó con el enorme Jaime Stinus, quien subiéndose al barco desde ese momento y durante una década, produciría una buena tanda de discos de Loquillo. Además, detrás de las partituras del grueso del repertorio estaba Gabriel Sopeña, su socio ineludible por entonces y un compositor siempre sobrado para imaginar la melodía más adecuada para cada texto, sin caer nunca en lo rutinario.
Por otro lado, en el plano sentimental, Pepe Risi, de Burning, fallecido tres años antes, le había «legado» una maqueta con las que, se supone, fueron las dos últimas canciones que escribió. Con el propósito de que Loquillo las grabara. Ambas se incluyeron en Cuero español. También se le ocurrió, en esa suerte de rescates que va dejando en su discografía de piezas canónicas del rock español, versionar a los murcianos Farmacia de Guardia, grupo de culto de breve recorrido pero que dejó un imborrable recuerdo y un potente repertorio. Además, invitó a Andrés Calamaro —por entonces el chico dorado, o el enfant terrible, del rock español— para que pusiera voces en una de las de Risi («La sonrisa de Risi», precisamente). Calamaro, sobrado de canciones por entonces, ofreció una que se incluyó como bonus track, la ingeniosa “El mago Merlín”, registrada prácticamente en solitario pero con Loquillo haciendo dúo. Un tema que, en realidad, no forma parte del corpus del disco, pues fue como un regalo para los compradores y que encaja más como bonus de El salmón (editado también en 2000) que de Cuero español: aunque en algunas reediciones posteriores dejó de ser considerado un extra, rompiendo el sentido del disco y destrozando y pervirtiendo el cierre con la magna “21 de abril de 1981”. Afortunadamente, en la edición en vinilo de 2014 sí se mantuvo la secuencia correcta, eludiendo el bonus track.
Jaime Stinus, que sabe lo que no está escrito —incluso lo que no está grabado—, fue fundamental para impulsar a un Loquillo que quizá no vio que en ese preciso momento se estaba reinventando —una vez más— pero que sí era plenamente consciente de que tras el tropezón de Tiempos asesinos —tanto que, de hecho, tras él, grabaría dos álbumes alejado del rock y sin Trogloditas, en solitario— necesitaba reconducirse hacia el rock contemporáneo, sin artificios y sin complejos para enfilar su cuarta década vital. Y para eso Stinus iba a ser el productor esencial que necesitaba, alguien que lo entendía y en quien apoyarse y confiar. Como esenciales iban a ser las melodías de Sopeña, y la inmediata llegada de Igor Paskual.
Como el asunto iba de rock, Cuero español, ya desde el inicio, lanza como metralla “Quiero acariciar el rock and roll”, una de las inéditas de Risi, con riffs como navajazos y un clima tenso y denso para una pieza que Loquillo canta en un chorreo de esa chulería hija del barrio que sabe manejar como pocos, o como nadie, y así afrontar una letra en la que el rock and roll se torna ente vivo, corpóreo, carne y deseo, hambre, calentura y humedad. Más que sensual, es una canción abiertamente sexual (aunque pueda parecer otra cosa en una lectura superficial). Recomiendo la escucha de la maqueta de Risi incluida en la reedición de Cuero español de 2013 para comprobar cómo el Loco y Stinus optaron por subir la temperatura muchos grados.
“Quiero acariciar el rock and roll” es una gozosa y desinhibida invitación a penetrar (no hay otro verbo posible) en un disco sin composiciones menores, en el que incluso una sutil delicatessen como “Free cinema” —o los felices años ochenta en Madrid vistos desde la edulcorada memoria que amarillea—, encaja como pieza de puzle. Cierto que al final de la ácida “La chica que fue” (música de Jordi Pegenaute) le sobra un minuto para alcanzar la perfección, ¡pero qué canción adhesiva! Sucia y elegante, cuero y seda, como los Stones de los setenta bien plantados en el nuevo siglo, instalados en Barcelona y cantándole a una muñeca rota.
La lectura de la “Cazadora de cuero” que los Farmacia de Guardia del querido Jam Albarracín grabaron en 1983 en homenaje a Sid Vicious, resuena como un trueno, rejuvenecida y puesta al día con leves toques de purpurina glam que eluden la deliciosa y espontánea bisoñez del original. La otra de Risi, que a falta de título rotulado en la maqueta se denominó, durante la grabación, “La sonrisa de Risi”, pareciera que el líder de los segundos Burning la escribió pensando en Loquillo más que en sí mismo, pues le cae como traje hecho a medida: «Quién me puede demostrar / qué es mentira o qué es verdad, / que los ciegos ya no ven / que es negra la oscuridad. // Si te crees que ganarás / por tener mucho dinero, / mira arriba y verás / cómo lo piensas de nuevo. // Vencerás si luchas con pasión, / y verás cómo sonreirás / si llega la ocasión». Grandiosa canción final de Risi para la que Loquillo, como hemos comentado, invitó a Andrés Calamaro a sumarse a la parte vocal y redondear lo que tenía mucho no solo de recuperación de esas canciones últimas de Risi, sino de sentido homenaje a una de las figuras esenciales de nuestro rock.
Y quedan los himnos. Claro que sí. Cuatro. “Malo”, con música de Sopeña, es un rock airoso que se nutre, al igual que “Por amor”, de textos de pura filosofía vitalista loquillista («Malo si te duermes, / malo si te pierdes, / malo si te ignoran. / Tu futuro se agota. // Inútil huir de lo que eres, / eso siempre te acompañará»), esa que en ocasiones hemos definido como de golpes en el pecho, y que si andas bajo de autoestima, igual te echa una mano sin necesidad de que te engatusen con un libro de autoayuda. Por su lado, la vibrante “Por amor”, con una fascinante música de Gabriel Sopeña escorada hacia el country rock, acabará por ser de las grandes y más recordadas del disco: «No será fácil viajar a mi lado, / dejo huella y cadáveres a mi paso. / Conduciré en buena dirección, / siempre habrá una razón / para creer en ti y en mí, / en los dos, / por amor».
Los dos himnos restantes son, a la vez, como las joyas de la corona de Cuero español: “21 de abril de 1981” y “Cuando fuimos los mejores”. La primera, en sus ocho minutos menos un segundo, se impregna del espíritu springsteeniano para rendir homenaje, precisamente, al primer concierto que ofreció Bruce Springsteen en España, en Barcelona, el día del título. Pero el Loco, con inteligencia, no menciona a Springsteen (presente en la melodía de Gabriel Sopeña y los arreglos de Jaime Stinus) sino que utiliza aquel recuerdo para mirar al futuro (llega a cantar «aferrarse al pasado es morir») y aspirar a ser feliz como lo fue, como lo fueron los espectadores aquella noche (como lo fuimos quienes no estuvimos allí pero vivimos con emoción, como algo nuestro también, aquel concierto narrado por Carlos Tena en la radio y luego en los reportajes de los mensuales musicales).
Para el final reservo la canción que da título a este artículo y que es como la bandera que ondea en el palo mayor de Cuero español, el medio tiempo “Cuando fuimos los mejores”, de nuevo con música de Sopeña. Y, vivan las paradojas, este texto de Loquillo, en contraposición al anterior, es un canto al pasado (esta es la grandeza de las canciones, que cada una nos relata algo diferente) que entonces, ayer y hoy levanta el ánimo a quien lo escucha. Una canción de un tiempo, regresamos al inicio de este artículo, y el canto de una generación que compartió noches, barras, chicas, amigos. Ese tiempo que nos perteneció, cuando nos creíamos inmortales e invencibles (y no podíamos imaginar que uno de nuestros mejores amigos, pasados los años, se llamaría Ibuprofeno). El homenaje a una edad que, en 2000, ya habíamos perdido. Aunque debo confesar que con Loquillo, quien esto escribe, todavía viviría, en diferentes ciudades y situaciones, bastantes madrugadas cerrando bares mucho después de «la hora señalada»; pero esas son otras historias. Una canción, sin duda, estremecedora. Y no extraña que se publicara como el primer single del álbum.

Portada del single «Cuando fuimos los mejores».
Sin duda, Cuero español es el disco que Loquillo necesitaba, el que le trajo hasta el presente feliz (en el siguiente llegaría la sembrada “Feo, fuerte y formal”). También el que nosotros, sus seguidores, necesitábamos en la inquietante frontera entre la juventud y la edad adulta para sentirnos representados en canciones que nos hablaran de nuestras vivencias y de nuestras dudas. Y un disco que nos hiciera creer en el rock and roll. No es Cuero español una obra perfecta. Pero ni puñetera falta que le hace. Es algo mucho mejor que todo eso: es un álbum todavía vivo, imperecedero, de los que desconocen qué es la erosión. Y, sobre todo, es un disco que a algunos, también a algunas, nos voló la cabeza. Y cada vez que lo escuchamos de nuevo nos reconcilia con la vida, nos ayuda a alzar la mirada, a llenar los pulmones de aire. Y por supuesto que nos vuela la cabeza una vez más, como el primer día. No todo el mundo atesora discos así. Ni artistas ni oyentes. Porque los discos, no lo duden, también son nuestros.
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